Por Marco Moreno, Decano Facultad de Gobierno Universidad Central. // Fotos : AGENCIAUNO Diciembre 15, 2017

No cabe duda que la candidatura de Alejandro Guillier surgió en un contexto de un lento proceso de transformación de una democracia de partidos hacia una democracia de audiencias. A esto se suma un creciente clima de hartazgo con la política (y los políticos), que se manifiesta culturalmente en el concepto de desafección y en términos de participación electoral en un creciente abstencionismo ciudadano. Lo anterior se expresó en que uno de sus principales atributos para convertirse en el abanderado de la Nueva Mayoría fue precisamente el buen desempeño que registró en las encuestas de opinión que hasta la primera vuelta determinaron sin contrapeso todas las decisiones políticas. Así, la Telepolítica definió en gran medida el escenario de disputa por el poder, estableciendo como clave el desempeño mediático y la cercanía con las audiencias —resultado de la experiencia de Guillier en los medios de comunicación— para competir con mejores opciones frente a quien en las mismas encuestas aparecía mejor posicionado para volver a La Moneda. La herramienta para enfrentarlo serían las audiencias, cuya lógica se impone cuando los partidos son débiles.

La Telepolítica puede exagerar los atributos, pero también puede demoler con los defectos. En la misma medida que la aguja de las encuestadoras comenzó a mostrar primero el estancamiento de Guillier y luego un retroceso en el tablero de las adhesiones de la opinión pública encuestada, las dudas se instalaron en su comando. Esto se evidenció en la imposibilidad de contener la candidatura de la DC Carolina Goic y en la errada decisión de marginarse del proceso de primarias del conglomerado oficialista. De allí hasta el 19/11, fue un largo proceso de desgaste de su opción. La dificultad para conformar equipos, el complejo proceso de inscripción como cand

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