Por David Muñoz Octubre 30, 2015

“El contexto de fondo es que el país está disconforme con las maneras en que está organizada la vida común y su expresión política, y está movilizándose y expresando su malestar. A eso se remite buena parte del debate sobre la desigualdad”. El 10 de octubre de 2013, en plena campaña presidencial, el sociólogo Pedro Güell dio una entrevista a la revista Humanum del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), donde el hoy director de políticas públicas del gobierno de Michelle Bachelet trabajó durante 15 años.

Ya en ese momento asesoraba al círculo estrecho de la entonces candidata y participaba activamente de los contenidos de la campaña. Si bien varios de los que formaron parte del comando de Bachelet aseguran que Güell mantuvo un bajo perfil y no jugaba un rol decisivo, en la Nueva Mayoría le atribuyen la autoría del diagnóstico inicial de la segunda aventura presidencial de Bachelet.

El director del Centro de Estudios Públicos (CEP), Harald Beyer, se lo habría recordado hace unos días cuando la presidenta Bachelet expuso ante más de cien representantes del empresariado, y hasta donde, de manera inédita, el sociólogo la acompañó.

Beyer recordó a los presentes el “diagnóstico” que la mandataria había lanzado en su primer discurso de campaña, el 28 de marzo de 2013, cuando acababa de arribar desde Nueva York tras dejar la dirección de ONU Mujeres.

“Mi convicción es que la profunda desigualdad en Chile es el principal motivo de enojo”, dijo entonces Bachelet a una entusiasta audiencia que colmó el Centro Cívico y Cultural de El Bosque.

Varios días antes, el 5 de marzo, el sociólogo de la Universidad de Chile y decano de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado, había visitado el CEP invitado como expositor a un seminario.

En su exposición, Güell no escondió su diagnóstico, acuñado muchos años antes desde sus informes del PNUD y que incluso sirvieron de base, según algunos dirigentes, para el pensamiento que dio origen al grupo de los “autoflagelantes” que se plantaron como serios críticos del modelo de desarrollo de los gobiernos concertacionistas.

“Tanto o más que las desigualdades económicas, a la sociedad hoy comienza a importarle e irritarla las desigualdades sociales, políticas y culturales”, insistió Güell, ese día, en el CEP.

“Tanto o más que las desigualdades económicas, a la sociedad hoy comienza a importarle e irritarla las desigualdades sociales, políticas y culturales”, dijo Pedro Güell en el CEP antes de convertirse en el director de políticas públicas del gobierno.

Lo cierto es que según quienes conocen la historia, el sociólogo y la mandataria se conocieron en junio de 2006, durante el primer mandato de Bachelet. En el entonces flamante Centro Cultural Palacio de La Moneda, Güell fue uno de los que introdujo el informe “Las tecnologías ¿Un salto al futuro?” del PNUD. A partir de ese momento, dicen que la mandataria forjó una estrecha relación de colaboración con el sociólogo, quien incluso asesoró a un par de ministerios y aportó con contenidos directamente al despacho presidencial durante el último año de gobierno.

Ya con Bachelet instalada en ONU Mujeres, el intercambio entre ambos se acrecentó y Güell recaló en el directorio de la Fundación Dialoga, espacio que buscaba entonces defender el legado de la entonces ex mandataria.

El poeta alemán

Durante la campaña presidencial de 2013, se identificó a la periodista Ximena Jara como la speechwriter de Michelle Bachelet, a quien incluso se le atribuyó parte de la autoría del primer discurso que la ex ONU Mujeres pronunció como presidenta electa en un escenario apostado en plena Alameda.

Pero el paso de los días y el advenimiento de una segunda administración en La Moneda hicieron crecer la idea de que se necesitaba una figura con mayor peso específico, sobre todo intelectual. Un símil de lo que fue Francisco Javier Díaz, hoy subsecretario del Trabajo, quien ejerció como asesor del Segundo Piso y redactor de los discursos durante el primer mandato de Bachelet, justo después de terminar un Master en Ciencia Política en la London School of Economics.

En dicho contexto, el arribo de Pedro Güell al Segundo Piso no fue una sorpresa para nadie, sino más bien la confirmación de que la mandataria volvía con las ideas claras y un evidente sello de izquierda.

A La Moneda llegó un tipo afable, de muy buen trato, culto y de gran capacidad intelectual. Un sujeto talentoso, de buena pluma, y una articulación única, lo que rápidamente le valió un apodo que conserva hasta el día de hoy en el Segundo Piso: “El poeta alemán”.

El sobrenombre proviene no tanto de su formación en Alemania, pues se doctoró en la Universidad de Erlangen-Nürnberg, sino más bien por su personalidad pesimista, muchas veces, romántica, en otras, y también, idealista, comentan quienes han trabajado con él.

En el gobierno coinciden, de todas maneras que su influencia durante el primer año de gobierno fue más bien moderada, pues sus opiniones contaban con el contrapeso necesario en figuras como el propio ex ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, y la ex jefa de la Secom, Paula Walker, e incluso el entonces ministro de Hacienda, Alberto Arenas, quienes se convertían en el cedazo de las ideas, tonos y matices que llegaban hasta la presidenta Bachelet.

Ya entonces, sus sugerencias, sus textos, e incluso opiniones eran consideradas en dicho entorno como estrictamente académicas, poco aterrizadas, e incluso, poco políticas. “Los discursos de la presidenta no son papers”, comentaban entonces sobre su trabajo.

Realismo, renuncia y purificación

La crisis desatada tras el caso Caval, las vinculaciones del ex ministro Peñailillo al caso SQM, y todas las investigaciones judiciales al corazón de la política, golpearon profundamente a la mandataria. El vacío dejado por el ex ministro tras el dramático cambio de gabinete alentaron el surgimiento de un nuevo modelo de influencia en el entorno bacheletista.

El surgimiento de la figura de Ana Lya Uriarte como una jefa de gabinete con poder y articulación también evidenció que Güell había encontrado un espacio de mayor desenvolvimiento. A saber, para el oficialismo y gran parte de los funcionarios de Palacio el discurso del 21 de mayo de este año contenía las huellas explícitas de la influencia de quien es considerado el “hemisferio izquierdo” de la mandataria.

Así las cosas, varios dirigentes de la Nueva Mayoría reconocen al menos tres ideas fuerza que se fueron instalando en el discurso presidencial desde que Bachelet comenzó a reponerse de la crisis que la golpeó desde su propio núcleo familiar. Ideas que además suponían una respuesta a las voces que demandaban un giro en el tranco reformista impulsado por el gabinete saliente.

En primer lugar, la idea de que las reformas no fueron suficientemente comunicadas, o más bien, que incluso no fueron entendidas por la ciudadanía a lo que se agrega la reflexión de que la estructura del Estado no estaba preparada para recibir el proceso reformista simultáneamente.

Detrás del “realismo sin renuncia” varios leyeron el temor de los intelectuales de izquierda —encarnados en el director de las políticas públicas— a la explosión de ese “malestar ciudadano” diagnosticado años atrás.

Este primer diagnóstico está en el discurso del famoso “realismo sin renuncia”, concepto acuñado por Güell y que Bachelet entregó a sus ministros en un consejo de gabinete en el estadio San Jorge en una fría mañana de viernes, el 10 de julio pasado.

“Debemos reconocer que la administración estatal no estaba totalmente preparada para procesar cambios estructurales simultáneamente. Es parte de los obstáculos que hemos heredados y, tal vez, los subestimamos”, dijo Bachelet en esa famosa alocución que fue interpretada como un triunfo de los moderados, los “realistas”, que entonces fueron encarnados por los ministros del Interior, Jorge Burgos, y de Hacienda, Rodrigo Valdés.

Detrás del “realismo sin renuncia” varios leyeron el temor de los intelectuales de izquierda —encarnados en el director de las políticas públicas— a la explosión de ese “malestar ciudadano” diagnosticado años atrás. El realismo obligaba a la postergación, sin renunciar a la contención de esa disconformidad.

Irritación que se acrecentaba con el estallido de los casos Penta, SQM y Caval, donde la clase política aparecía en el centro de los cuestionamientos públicos y de la desafección ciudadana.

Es ahí donde varias fuentes consultadas le atribuyen al sociólogo ex PNUD un rol clave de convencimiento a la mandataria —junto a la propia Uriarte quien ejerció un rol de contención personal— de que el caso Caval formaba parte de un pecado colectivo y que era necesaria una “purificación” de su figura. Con una clase política contaminada por las malas prácticas, la presidenta debía liderar el camino de salida: la Comisión Engel era parte de esa senda.

Algunos atribuyen la autoría del diseño con que se presentó el informe de la comisión Anticorrupción a una sugerencia estratégica de Güell: darle la misma solemnidad con que el ex presidente Patricio Aylwin recibió el informe de la Comisión Rettig sobre Verdad y Reconciliación, y luego leyó en privado antes de pedir perdón a las víctimas a nombre del Estado de Chile.

Pedro GuellBachelet recibió el informe de manos de Eduardo Engel en un acto solemne tras el cual el documento no fue conocido públicamente. La mandataria se encerró en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo a leerlo todo un fin de semana y recién cinco días después presentó sus propuestas al país mediante una cadena nacional en cuyos primeros párrafos reconoció que “los chilenos están molestos”. El diseño sorprendió al propio Engel y los miembros de la comisión, quienes esperaban que el informe se transparentara inmediatamente. Pero eso no fue todo: la alocución de ese miércoles 28 de abril fue cerrada con el anuncio de que en septiembre se iniciaba un proceso constituyente. Aquí, según quienes conocen el Segundo Piso, se lee la influencia del director de políticas públicas, quien desde hace rato venía planteando que un cambio constitucional estaba en el centro de la lucha contra la desigualdad social, política y cultural.

“Una de las denuncias que están en la base de las movilizaciones es que todos no tenemos la misma capacidad de decidir e incidir sobre la forma del orden social en el cual, sin embargo, vivimos”, decía Pedro Güell en octubre de 2013.

“No va a haber igualdad, no sólo de dignidad, no sólo de capacidades ciudadanas, ni siquiera de distribución de bienes, si no modificamos las reglas que dicen quiénes y con qué poderes nos sentamos a decidir sobre el orden social en el que queremos vivir, incluidas las instituciones económicas y de distribución. Por eso me parece un punto clave poner en el centro el tema de la Constitución y del efecto de la estructura tributaria sobre la igualdad”, insistía el sociólogo en la revista Humanum.

La posibilidad de “incidir” de los ciudadanos es un concepto clave de Güell que la presidenta utiliza recurrentemente.

“Entonces, lo primero es información, pedagogía, generar apetito por la nueva Constitución. Porque la idea es que todos podamos realmente tener posibilidades similares en incidir, pero para ello es esencial que compartamos la noción de lo que está en juego y las opciones disponibles”, cerró la presidenta el 19 de octubre pasado al recibir un informe del PNUD sobre procesos constituyentes.

Aunque algunos desvirtúan esta influencia tan notoria del ex académico de la Universidad Alberto Hurtado y defienden la solvencia con que la presidenta busca cerrar su gobierno reformista, sus huellas están impresas. Y son indelebles.

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