Por Daniel Matamala Diciembre 4, 2014

¿Marco se ha marchado para sí volver, entonces? La historia del niño rebelde que regresa al redil luciendo incipientes canas tendría su encanto. Una de las genialidades de la Concertación fue su talento para crear siempre un relato que neutralizara la lógica de continuidad versus cambio.

“Me quedé esperando con una tacita de té en la sede del PS. Y fíjese que estaba bien rico, había galletitas”. Sentado a la derecha de Marco Enríquez-Ominami, en el Foro Anual del Progresismo, en el hotel Crowne Plaza, el viernes pasado el presidente socialista Osvaldo Andrade contaba su versión de los fallidos acercamientos para sumar a ME-O a la Nueva Mayoría, antes de las primarias de 2013.

Un fracaso que en el entorno del dos veces candidato presidencial muchos asumieron como un grave error. El razonamiento era que de haber participado en las primarias, Enríquez habría logrado un sólido segundo lugar, y hubiera quedado posicionado como el sucesor natural de Michelle Bachelet en 2017.

Nada de eso ocurrió, y tras su arrollador triunfo, el bacheletismo le pronosticaba una larga “travesía por el desierto” a un ME-O que había pasado angustia para rasguñar apenas el tercer lugar, disminuida su votación de 2009 y cuyo partido, el PRO, no había alcanzado ningún escaño en el Congreso.

Eso fue hace un año. Pero desde entonces, todo cambió. Y la travesía por el desierto se transformó en un abierto coqueteo entre el ex diputado, convencido de que la tercera sí puede ser la vencida si corre por dentro del oficialismo, y amplios sectores de la Nueva Mayoría que, alarmados por el debilitamiento del gobierno, entienden que ME-O puede terminar siendo su mejor carta para 2017. O como cerró Andrade en el mismo debate del Crowne Plaza: “El té sigue servido en el mismo lugar”.

El comentario se extendió tras la encuesta CEP. Para asombro del mundo político, ME-O alcanzó a Bachelet en el tope del ranking de evaluación positiva, que ambos ahora comparten con el 50%. Desde su debut en la CEP, tras subirse al célebre tanque durante el invierno de 2002, Bachelet no ha salido nunca del podio de los políticos mejor evaluados, que ha liderado sola en los momentos brillantes (84% como ministra en diciembre de 2003, 83% como presidenta en octubre de 2009, 75% desde Nueva York en diciembre de 2012), o ha compartido con figuras como Alvear, Lagos e Insulza en los días más oscuros.

¿Qué pasó? Parece que la soledad de Marco se está tornando a su favor. La guerra de trincheras entre oficialismo y oposición de este 2014 ha dañado a la presidenta y a sus ministros, pero también a la derecha, cuya evaluación positiva cae. No es casual que las mejores noticias en ese sector sean para un outsider de la Alianza, como Manuel José Ossandón. Al no ser parte de la Nueva Mayoría, ME-O no recibe el desgaste del gobierno. La suya es una posición cómoda en un momento como este: puede reivindicar el fondo de las reformas (educación inclusiva, igualdad de oportunidades) sin tener que hacerse cargo de las miserias diarias de su implementación.

Esa posición intermedia entre la defensa cerrada del gobierno y el ataque frontal de la oposición, ha puesto a ME-O en un lugar inesperado, en el centro del tablero político. La CEP lo muestra primero entre los independientes, que suman más de la mitad de la muestra (47% de aprobación) y segundo entre los votantes de centro, donde obtiene lejos su mejor resultado (64%). Entre la izquierda, en cambio, cae al quinto puesto, con 56%. Y entre los votantes de derecha, supera a cualquier político de la Nueva Mayoría, con 44%.

Comparado con octubre de 2013, en plena campaña presidencial, ha subido fuertemente entre los independientes (+9), el centro (+5) y la derecha (+4). Así, el paso lógico que Enríquez debía dar para convertirse en un candidato viable (salir del nicho de izquierda en que corrió el año pasado, para posicionarse más cerca del centro) está logrado de manera natural.

Y no se trata sólo de evaluación positiva. La intención de voto también se mueve. Los resultados de una encuesta independiente que circula en el mundo político y a la cual Qué Pasa tuvo acceso, ponen a ME-O primero en un escenario presidencial a cuatro bandas, con 26% contra 21% de Sebastián Piñera, 12% de Andrés Velasco, y 10% de Isabel Allende.

El mismo sondeo, realizado en octubre y con un margen de error de menos de 4 puntos, muestra que ME-O triplicaría a Andrés Velasco en un eventual balotaje (45% a 15%) y empataría a 35% con Piñera en un enfrentamiento reducido a ambos. En el mismo escenario, el ex presidente ganaría a Velasco por cinco puntos, y a Allende por seis.

Son datos muy preliminares, por cierto, sobre todo en el caso de la presidenta del Senado, quien a diferencia de los ex candidatos Enríquez, Piñera y Velasco, no está aún en la mente de los votantes como una eventual presidenciable. Pero refuerzan el comentario de muchos en la Nueva Mayoría: que Enríquez-Ominami puede imponerse como un candidato inevitable.

¿Marco se ha marchado para sí volver, entonces? La historia del niño rebelde que regresa al redil luciendo incipientes canas tendría su encanto. Una de las genialidades de la Concertación fue su talento para crear siempre un relato que neutralizara la lógica de continuidad versus cambio, encontrando una novedad en cada candidato. En 1993 Frei fue el recambio generacional, en 1999 Lagos el giro progresista, y en 2005 Bachelet el factor género. Tal vez en 2017 la Nueva Mayoría pueda retomar esa costumbre ofreciendo una parábola bíblica, ni más ni menos: la vuelta del hijo pródigo.

No será fácil. Los anticuerpos en la DC, parte del socialismo y en la misma Michelle Bachelet son profundos, aunque, en el caso de la presidenta, se han ido limando con el paso del tiempo. Marco ha contribuido con un especial cuidado en no rozar siquiera a Bachelet en sus críticas. Su reacción tras la CEP enfatizó el punto: “Junto a la presidenta estamos impulsando un debate en torno a las reformas que hay que hacer”, dijo desde Marruecos. Y puso todas las culpas en el gabinete: “Si bien la presidenta abraza bien las causas, muchos de sus ministros lo están haciendo mal”.

También intenta extender el coqueteo a la DC, pese al rechazo público de Ignacio Walker a una primaria que lo incluya. “Hay que ensanchar la base para 2018, incluyendo actores sociales, y eso supone a la Nueva Mayoría e incluye a la Democracia Cristiana”, dijo en su reacción a la CEP.

Hay tiempo aún para la aparición de una alternativa dentro del oficialismo. Isabel Allende exhibe 49% de evaluación positiva. Y, aparte de los obvios (Peñailillo, Tohá, Lagos Weber, Walker), en las últimas semanas se ha desatado la creatividad: el canciller Heraldo Muñoz, el senador Alejandro Guillier e incluso el ex presidente Lagos son los nombres de moda entre quienes no se resignan al líder del PRO.

Ese es el desafío que viene ahora. Cómo deslizarse gradualmente dentro de la Nueva Mayoría sin pagar los costos de alinearse con un gobierno en problemas. “Osvaldo, estoy disponible para un té”, contestó ME-O a la invitación de Andrade hace una semana.

Cómo tomar esa taza sin quemarse, es la pregunta. Porque después de la CEP, la hora del té parece cada día más cerca.

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