Por Juan Pablo Sallaberry Julio 24, 2014

“Este es otro Nicolás”. Esa es la frase que repiten quienes conocen al ministro de Educación, para intentar explicar los tropiezos de quien semana a semana se roba el protagonismo con sus salidas de libreto. Ya no es el todopoderoso titular de Hacienda que a sus cuarentay tantos años roncaba en el gabinete, enfrentaba a políticos y empresarios y era capaz de presentar su renuncia al presidente Ricardo Lagos si algo no se hacía como él quería.

Pero Eyzaguirre que estuvo casi una década alejado de la política contingente -primero radicado en Washington y luego dedicado a la industria televisiva como presidente del directorio de canal 13-, hoy carece de redes de apoyo fuertes y no comprende los nuevos códigos de los partidos y sus luchas internas. A sus 61 años, ya no tiene el fuerte carácter de antes, en privado se muestra desconcertado por el revuelo que provoca cada una de sus intervenciones y dolido por lo que considera animosidad en su contra en sectores de la Nueva Mayoría. “Yo soy un ministro sectorial, el último en la fila”, repite. En el gobierno dicen que él no es un operador y que su problema es la falta de filtro y la incapacidad de medir las consecuencias de sus palabras.

El episodio de la entrevista en El Mercurio que le hizo el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, fue así: Estaban hablando de la situación universitaria de Argentina, cuando el ministro lanzó la idea de que el Estado financiara sólo los primeros cuatro años de universidad y que los restantes los pagaran los estudiantes con su renta futura para así fomentar el esfuerzo personal. No era una propuesta al azar. La fórmula había sido estudiada por los asesores técnicos del ministro y la conocían en el gobierno, pero no estaba aún aprobada ni era el minuto ni el lugar para socializarla. Un miembro del comité político señala que efectivamente un debate futuro será el de los límites que tendrá el concepto de gratuidad en la educación superior, ya sea en la duración de las carreras, la cantidad de alumnos por curso o la posibilidad de cambiar de escuelas.

Pero no era el momento de decirlo.  El mismo domingo que apareció la entrevista, la presidenta Michelle Bachelet dio la orden al ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, de corregir a Eyzaguirre e insistir en el compromiso de “gratuidad universal garantizada”. Antes de salir a desmentirlo, el jefe de gabinete telefoneó al ministro de Educación para advertirle.

En Interior, Segpres y Segegob existe una evaluación crítica a la seguidilla de autogoles de Eyzaguirre -la metáfora de los patines, las críticas a los apoderados, el insinuar que la reforma tributaria era un “arreglín”, etc- pero saben que el ministro no puede caer y la orden del lunes fue cuadrarse tras su figura. En el gobierno consideran que el ministro es incontrolable, pero que al menos hasta el momento sus errores son sólo de estilo y no han puesto en riesgo la aprobación de la reforma. Recuerdan que siempre ha sido un político atípico e informal al que le gusta moverse con autonomía, pero que antes, cuando decía una frase desafortunada, tenía de respaldo el poder de su cargo en Hacienda. En cambio hoy está en una cartera sometida a fuertes presiones sectoriales y donde ningún ministro desde 1990 ha logrado aguantar todo el período: el promedio de duración en el puesto es de 20 meses. Por lo mismo en La Moneda no dudan en destacar el compromiso de Eyzaguirre de asumir una tarea titánica y cuesta arriba, y dicen que aún cuenta con la confianza de la Mandataria.

Quienes defienden a Eyzaguirre en el gobierno, sostienen que pocos recuerdan que él no formó parte del comando de Bachelet y que lo dejaron solo en la misión de redactar y dar contenido a los proyectos de ley que cumplan con los enunciados generales del programa presidencial. Por ejemplo, si él presentó primero los proyectos de fin al lucro, copago y selección, y no el de fortalecimiento a la educación pública -decisión que hoy cuestionan en la Nueva Mayoría- fue porque así lo imponía la promesa de los 100 primeros días.  Al contrario de la reforma tributaria, el ministro se encontró con que no existía ningún articulado para las promesas de gratuidad, la desmunicipalización o el nuevo trato con los colegios subvencionados, y ha debido partir de cero.

A Eyzaguirre no le genera problemas estar por debajo de los ministros de Hacienda, Alberto Arenas, y de Interior, Rodrigo Peñailillo, pese a que en el gobierno de Lagos ambos cumplían cargos de segundo orden. Mantiene fluida relación con ambos, aunque también ha tenido sus roces. Con el primero, por el enfrentamiento que protagonizaron cuando la Dipres publicó una estimación del gasto que implicaría la reforma en compra de colegios cifrándola en US $ 5 mil millones. En el Mineduc consideraron que la cifra era abultada e incorrecta y creen que fue este informe el que abrió las críticas contra el trabajo del ministro. Después de eso vendría la frase del senador DC Ignacio Walker acusando al ministerio de actuar como un gestor inmobiliario.

Con Peñailillo, en tanto, aunque han trabajado coordinadamente en el gobierno, disputan la cercanía con Bachelet y también compiten en sus respectivos liderazgos al interior del PPD. Según explican en el partido, en 2006 Peñailillo y su corriente interna, la denominada G-90, apoyaban a Eyzaguirre como figura presidencial. Pero hoy el grupo, que se ha desplegado ocupando diversos cargos en el gobierno de Bachelet, tiene una mirada más crítica del ministro de Educación y por el contrario, quieren levantar como figura presidencial al propio jefe del gabinete.

Eyzaguirre aún tiene cuenta corriente en el gobierno, pero sabe que los fondos no son ilimitados. Las miradas en el Ejecutivo, están atentas a cuáles serán sus próximos pasos y en particular su performance del próximo martes 29, cuando le toque exponer los detalles de la reforma ante el influyente foro empresarial de Icare en CasaPiedra. La pregunta es si logrará mantenerse en el libreto.

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