Por Daniel Matamala Mayo 15, 2014

© Roberto Candia

"El argumento de que esto fue creado por la dictadura y por eso hay que descartarlo de plano es absurdo, porque de la dictadura se salió hace 25 años y todas estas instituciones se han venido adaptando, y eso hay que seguir haciéndolo. Pero no dejando todo en el pasado, tomando un modelo de la OCDE y prometiendo un porvenir radiante"

"No tengo la más mínima nostalgia (por la Concertación). Es mucho más fascinante lo que estamos viviendo hoy. Me parece bien que haya propuestas ambiciosas de cambio, y que se planteen todas al mismo tiempo. Lo que me importa es que esto no se convierta en una guerrilla entre las elites, en que
la ciudadanía quede excluida"

Es martes 13 y, haciendo caso omiso del refrán, los diputados se casan con- y se embarcan en- la reforma tributaria más ambiciosa de los últimos 20 años, aprobando el cambio del sistema impositivo en una larga (13 horas) y tormentosa (105 discursos) sesión.

Es mediodía y los discursos encendidos se suceden en el Congreso. Mientras, en la oficina de su empresa de asesorías, en el cuarto piso de un edificio de Las Condes, quien fuera una de las mentes más influyentes de la Concertación, el sociólogo Eugenio Tironi, advierte sobre una “guerra de guerrillas entre las elites”, y asimila la “soberbia” de los tecnócratas de la Nueva Mayoría con los Chicago Boys.

La reflexión no es casual. En su nuevo libro, Apología de la intuición, Tironi lanza un ataque frontal contra el poder de los tecnócratas, y pide revalorizar la importancia de la intuición y la artesanía política.

Es un texto que Tironi escribió en gran parte el año pasado, antes de partir por unos meses a sumergirse en la vida académica en París. Con múltiples citas a Freud, Marx y Ratzinger, el sociólogo vincula la crisis de la democracia a su dependencia de los economistas, “convertidos en sucesores de los chamanes y de los sacerdotes” como portadores de un conocimiento superior.

Este esquema que Tironi declara en crisis es el “imperio de la tecnocracia”, “la idea de que el cambio es el resultado de la acción premeditada y racional de un determinado agente”. Y he aquí que la llegada del texto a las librerías coincide con el inicio de un ambicioso proyecto de ingeniería social, para cambiar la sociedad chilena mediante la acción premeditada y racional del gobierno.

De esto se habla este martes 13 en el Congreso. Y  esto preocupa a Tironi: “Hay demasiada evidencia de que las profecías de los expertos, en particular de los economistas, no se materializan. Y eso es porque su conocimiento tiene límites”.

-¿Cómo se refleja esa tesis en el debate de la reforma tributaria?
-La reforma tributaria es un ejemplo precioso de una disputa entre economistas que dicen todos saber exactamente lo que va a ocurrir, cómo se va a comportar cada uno de los agentes, cómo van a reaccionar a las distintas medidas. ¡Pero en verdad, quién sabe! ¡Y por qué sus predicciones van a ser más importantes que la experiencia del empresario, del empleado, de la dueña de casa!

-Porque la reforma es un tema complejo, y son los expertos, y no los legos, los que pueden predecir sus efectos.
-Contra esa piedra hemos tropezado tantas veces. Los expertos llegaron a probar con evidencia científica que los judíos eran una raza inferior que debía ser exterminada. Y tenían comités científicos para determinar si ciertas tribus tenían origen semítico, para exterminarlas. La ciencia ha dado para todo. Hay que tener muchas precauciones con la ciencia y sobre todo con quienes a partir de la ciencia se proclaman a sí mismos como elite dirigente.

-¿Y qué hay de nuevo en eso? ¿No es la misma pretensión de la elite tecnocrática que gobernó con la Concertación?
-No, no es lo mismo que la tecnocracia a lo Foxley, porque él era un personaje con experiencia y bagaje político. Lo mismo Andrés Velasco, que también viene de Cieplan. O Boeninger. Son personas formadas en mirar las externalidades, abiertos a la incertidumbre, a los efectos secundarios. No es la misma matriz que la tecnocracia de los Chicago, de los marxistas o la que se ve circular por estos días.

-¿Por estos días?
-Absolutamente. Yo cuando veo esto no puedo dejar de acordarme de los Chicago Boys. No hay una actitud modesta, posibilista. No hay una mirada empírica, pragmática. Aquí se ve lo contrario. Puede que tengan razón, pero nadie puede asegurar que eso sea así. Entonces, ¿hasta qué punto uno está dispuesto a sacrificar ciertos logros en función de un resultado que nadie puede asegurar?

-¿Cuál es la alternativa? ¿No hacer reformas y conformarnos con una sociedad brutalmente desigual?
-Sí, hay que hacer reformas, pero con un grado de flexibilidad, con la posibilidad de revertir si la experiencia muestra que lo que se esperaba no se está cumpliendo. Las reformas no pueden pasar por encima del conocimiento acumulado, que está en la sociedad. Chile es una sociedad mucho más compleja, entonces las reformas deben tomar en cuenta la complejidad de instituciones sociales que existen, como la educación subvencionada, el FUT, la Iglesia o los sindicatos. Hay todo un conocimiento ahí que debe ser incorporado. Ése es un patrimonio.

-Pero muchas de esas instituciones fueron creadas por la dictadura. Puede argumentarse que, con ese origen, no tienen legitimidad social.
-Yo discrepo completamente de eso. Primero, la dictadura no fue obra de marcianos. No fue una invasión de extraterrestres. No fue la ocupación de un ejército enemigo. Fue una obra de los chilenos que perduró porque los chilenos estuvimos dispuestos a soportarla, o no estuvimos en condiciones de expulsarla. Y cumplió una misión, que fue reprimir algo que nosotros mismos llegamos a temer, que era nuestro instinto de autodestruirnos. Entonces, lo que esa dictadura creó, aunque haya sido con bayonetas en la espalda, forma parte de nuestra tradición, de nuestra cultura. El esclavismo forma parte de la cultura estadounidense. Napoléon no fue un dechado de virtudes democráticas, pero es gran parte de lo que hoy es Francia. El argumento de que esto fue creado por la dictadura y por eso hay que descartarlo de plano es absurdo, porque de la dictadura se salió hace 25 años y todas esas instituciones se han venido adaptando, y eso hay que seguir haciéndolo. Pero no dejando todo en el pasado, tomando un modelo de la OCDE y prometiendo un porvenir radiante.

-¿Se está satanizando al pasado que representa la Concertación?
-Sí. Este argumento de que la Concertación no hizo más que reformar el modelo… ¡pero si se trataba de eso! Sociedades como la nuestra deben estar sometidas a una reforma perpetua, pero a través de una historia que no podemos reescribir. Ni siquiera con retroexcavadoras, pues.

-¿Qué le parece esa noción de la retroexcavadora?
-Ésa fue una idea muy querida en los regímenes totalitarios: que hubiera una retroexcavadora que hiciera olvidar a los polacos que fueron católicos, a los checos que tuvieron tradición democrática. Ahí sí que hubo retroexcavadoras, y cuando el tiempo pasa, todo eso vuelve a surgir. Lo que hizo la dictadura es parte de nuestra historia. Ya llegó la hora de asumirlo. Y la historia tiene cosas buenas, malas y miserables.

-¿Y el neoliberalismo, implantado por la dictadura, ya es parte de nuestra identidad?
-Yo creo que sí. Fue un quiebre gigantesco, con pocos precedentes en la historia de la humanidad. Chile tenía una identidad basada en los derechos sociales, en el Estado, y todo esto lo destruye el neoliberalismo.

-Entonces ése sería el ejemplo de una retroexcavadora que sí funcionó, que sí logró destruir lo que había…
-Sí, fue impresionante. Pero ahora vuelve lo que esa retroexcavadora había dado por muerto. Hay una nueva reivindicación del Estado, que tiene mucho que ver con nuestro patrimonio histórico, que la retroexcavadora del neoliberalismo trató de eliminar, y no lo logró.

-¿No va demasiado lejos su comparación de la retroexcavadora con la dictadura? Convengamos que la imposición de un modelo por la fuerza es muy distinta a la implementación de un programa de gobierno votado en una elección democrática...
-Sí, pero hasta por ahí, porque también la democracia representativa tiene ciertos límites. Debe ser sensible a límites que le imponen la cultura, los grupos sociales, los grupos de interés. La mayoría no es un certificado que nos da autorización para hacer cualquier cosa.

LA "SOBERBIA" DE LA NUEVA MAYORÍA

Pese a sus duras críticas al estilo de la Nueva Mayoría, Tironi tampoco se suma a la nostalgia de otros de los ex líderes de la Concertación, recogida en el lanzamiento de Gobernabilidad, el libro que recopila las obras del ex ministro Edgardo Boeninger.  “Yo no soy un nostálgico de Boeninger”, aclara Tironi. “Fue una persona brillante, uno de mis maestros, pero fue hombre de su tiempo. De una elite muy poderosa, y una clase dirigente muy homogénea, donde las cosas se podían resolver en una oficina”.

-¿Ve con nostalgia esa época de la Concertación?
-No, no tengo la más mínima nostalgia. Es mucho más fascinante lo que estamos viviendo hoy. Me parece bien que haya propuestas ambiciosas de cambio, y que se planteen todas al mismo tiempo. Nos da una visión más general del país.  Lo que me importa es que esto no se convierta en una guerrilla entre las elites, en que la ciudadanía quede excluida. Se deben abrir más canales de diálogo, y ello exige una autoridad más modesta, menos soberbia. No se lo pido a la UDI. Mientras mantengan a Jaime Guzmán como su referente intelectual, ellos están presos de una visión totalmente iluminista. Pero yo sí le pediría a  la Nueva Mayoría  que tenga una actitud más posibilista.

-¿Lo que está diciendo es que esa mentalidad UDI se ha traspasado a la Nueva Mayoría, que ahora la centroizquierda ve la realidad en términos iluministas?
-Yo creo que hay algo de eso. Hay una elite política que descansa en exceso en economistas con una tradición estrictamente académica. La FEN (Facultad de Economía y Negocios de la U. de Chile) es a este gobierno lo que la Católica fue al gobierno de Pinochet. Es supersaludable tener a esta generación con ideas nuevas, formada afuera, sin conservadurismo, pero eso hay que compensarlo con personas que tengan calle, que tengan experiencia de vida.

-¿No es valioso que los cambios se hagan con una visión sistémica, intentando prever sus efectos?
-Tampoco exageraría con eso. Les diría: “No se preocupen, señores expertos, si del sistema nos encargamos nosotros, la gente de a pie. Nosotros nos encargamos de que funcione el sistema, si no, no podemos vivir”. Hay que ser más empirista, usar los parches, las soluciones parciales, reversibles, que se hacen para probar, ensayar y corregir.

-Esa idea de las soluciones parciales suena a Eugenio Tironi, miembro connotado de la elite, defendiendo el statu quo...
-No. No abogo por el inmovilismo, es fascinante lo que está ocurriendo. Esto es un laboratorio, deberían venir de todo el mundo a ver lo que está pasando en Chile. Estamos bombardeados por dilemas muy de fondo. Está todo en discusión, se acabaron los tabúes. Nosotros vivíamos en una burbuja, teníamos un exceso de certidumbre, nos estamos normalizando.

-Su libro parte con la célebre cita de Bachelet en que habla de su instinto sobre el Transantiago. El instinto tenía razón; los técnicos estaban equivocados. ¿Es ella el contrapeso a esa elite que descansa en los economistas?
-Aquí la presidenta es la gran maestra de ceremonias, la machi. Ella es muy importante. A diferencia del primer gobierno, ahora es al mismo tiempo jefa de Estado y de gobierno, y ella debe ir viendo con un gran angular. Debe medir permanentemente la temperatura de la tolerancia de la sociedad respecto a un exceso de incertidumbre, porque cuando eso se desborda puede dar un manotazo en cualquier dirección. A las sociedades les viene de pronto un shock, una intolerancia a la incertidumbre, y se refugian en cualquier factor que les dé certeza. Alemania encontró a Hitler. Nosotros terminamos con Pinochet. Y esto los expertos no lo van a observar, porque están tan obsesionados en confirmar la validez de sus hipótesis, que no tienen ojos para observar la realidad.

LUKSIC Y STEVE JOBS

-Hasta aquí el Tironi político. ¿Qué dice de todo esto el Tironi asesor de empresas?
-Todo lo que decimos sobre la democracia se aplica al mundo del capitalismo y de la empresa. La empresa moderna es el ente más marxista que puede existir, más fiel a Marx, porque presume saber el comportamiento de todos los factores que maneja. Siempre se equivoca, siempre falla en sus predicciones, pero sigue presumiendo saber. Descansa tanto o más ciegamente que la elite política en el conocimiento de los economistas. Por eso, la desconfianza en la democracia tiene el mismo origen que la desconfianza en la empresa: son hermanas gemelas.

-Hoy la empresa se ha convertido en sinónimo de abuso…
-Tal como está en discusión el fundamento del orden político, hay que conversar también sobre el fundamento de la empresa, y ése parece un tema tabú. Esta caja negra que es la empresa, nadie la abre. ¿Cómo funcionan, por qué principios se guían, cómo recompensan a sus ejecutivos? Es un tema que me obsesiona.

-La visión predominante sigue siendo la de Friedman, de que la responsabilidad social de la empresa es maximizar los beneficios a sus accionistas, y ya está.
-Esa visión friedmaniana, de que lo único que importa es la rentabilidad, está completamente en bancarrota. Por lo dañinas de sus externalidades, y también porque se hace miope respecto al largo plazo. Por eso las empresas chinas, que no están sometidas a la dictadura del corto plazo, comienzan a superar a las occidentales.

-¿Y en Chile, donde el modelo de Friedman se aplicó a rajatabla?
-Las empresas chilenas son un animal bien especial, porque tienen tasas de inversión muy altas, y esto se debe a que tienen propiedad familiar, el control no está diluido.

-Un modelo más tradicional y menos profesional…
-Siempre se ha mirado como algo malo por los teóricos, que creen en empresas abiertas como las empresas perfectas. Yo creo que no es así, porque las familias tienen más que preservar; su motivación no es sólo la rentabilidad sino preservar la historia, el patrimonio cultural. Tienen una visión que sobrepasa la rentabilidad del corto plazo, y ése es un activo que tenemos en Chile.

-En su libro, usted habla con admiración de emprendedores como Steve Jobs. Pero en Chile no hay un Steve Jobs. La crítica recurrente es que hay más bien empresarios rentistas, que viven de la explotación de recursos naturales antes que de la innovación para crear valor.
-Eso es una soberana estupidez. Hacer lo que hizo Andrónico Luksic Abaroa con Pelambres hace 30 años no es menos meritorio que lo que hizo Steve Jobs con el iPad. El riesgo fue equivalente, si no mayor en el caso de Luksic. Y esta noción de que hay unos recursos naturales que están ahí a disposición de que uno los recoja, los venda y se haga millonario, es una visión completamente errada, otra vez, de personas que viven en la academia, que no han visto una faena minera, la industria forestal o la piscicultura. Chile tiene que revalorizar lo que hace con sus recursos mineros, pesqueros, energéticos.

-Usted destaca ahora a minera Los Pelambres. Y precisamente esa empresa está en los agradecimientos en su libro. Usted tiene una consultora que asesora a empresarios. ¿Cuánto de conflicto de interés hay en su defensa a la empresa chilena, en especial a la de recursos naturales?
-Se puede plantear así, claro. Pero a mí nadie me ha encargado que salga a valorizar la industria de recursos naturales. Por lo demás, ¿qué es esto que llamamos conflicto de interés? Son experiencias de vida y mi experiencia de vida me ha generado intereses de todo orden: sólo pido que me juzguen por lo que escribo.

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