Por Francisco Aravena, desde Nueva York Marzo 5, 2014

© Katja Heinemann

"La actitud de ciertos líderes estudiantiles es una actitud que hace difícil conversar y aun más difícil llegar a acuerdo. Algunos dicen: 'Mire, yo exijo gratuidad, y la exijo ahora. Y el que no está de acuerdo, o es un agente del demonio o es un agente del lucro y del gran capital'"

"Queremos ayudar a construir una manera de hacer política que no sea tribal, que no sea ‘yo soy oposición y le encuentro todo malo’ o ‘yo soy de gobierno y nunca tengo ni siquiera un matiz’"

"Piñera ganó la elección diciendo: ‘Vamos a hacer cambios estructurales, vamos a hacer que aumenten la productividad y la competitividad de la economía’. Y de ésos no hizo ninguno. Ninguno"

"Una de las cosas que no voy a tolerar es que hagamos esa política de ‘los buenos y los malos’, de ‘los que están aquí y los que están allá’. Eso es lo que le hace mal a Chile"

Hay algo que persigue a Andrés Velasco, algo que le estorba, que le molesta, algo cuya mención parece fastidiarle, aunque no lo sorprenda en absoluto. Es una afirmación -que parte de un supuesto falso, dice él-  que se coló y se instaló en la narrativa de su campaña “prepresidencial”-la de las primarias de la Nueva Mayoría-, que el ex ministro de Hacienda perdió, como era predecible, contra su ex jefa, y que persiste mucho después de definida la elección, como una maldición o como un olor desagradable impregnado en su chaqueta.

Y hoy, mientras Michelle Bachelet se prepara para asumir por segunda vez como presidenta de Chile y sus ex rivales preparan sus desembarcos en sus nuevos cargos -el Ministerio de Justicia para el que salió cuarto, la Intendencia de Santiago para el que salió tercero-, Andrés Velasco, el segundo líder más votado de la Nueva Mayoría, mira todo desde lejos, desde su oficina en el piso 14 de la School for International and Public Affairs de la Universidad de Columbia, constatando que esa afirmación que lo persigue, sigue ahí, refocilándose en la retórica de adversarios y de gente que dice que quiere ser su amigo.

Es la sospecha de que Andrés Velasco sea la gran esperanza de una buena parte de la centroderecha chilena.

Pero en el juego de las alineaciones para el próximo ciclo electoral, los palmotazos en la espalda que Velasco no parece querer son casi tan evidentes como las notorias diferencias que tiene con los líderes de su propio sector. ¿Qué lugar, entonces, puede aspirar a tener Andrés Velasco y su movimiento Fuerza Pública en el espectro político chileno? ¿Cuán representadas están sus banderas en el gobierno que asume la próxima semana, cuando ha manifestado públicamente sus diferencias en las tres frases mantra de la nueva administración (educación superior gratuita, reforma tributaria que elimina el FUT y la necesidad de una nueva constitución)?

“Creo que el programa (de gobierno) ha recogido algo que ya pocos discuten, y qué bueno que sea así: que en ciertas materias hay que hacer cambios bien profundos.  Te va a costar encontrar a alguien que no diga que nuestro sistema educacional requiere cambios profundos. Esos cambios necesitan plata, y una cosa que la buena política fiscal dicta es que a gastos permanentes, ingresos permanentes, y eso se llama impuestos”, explica Velasco. “Y para qué decir de los cambios políticos: la estructura política chilena emanada de la transición ya no da el ancho para las expectativas”.

-Concuerda en el diagnóstico, pero las diferencias para llegar a eso parecen ser dramáticas entre lo que usted plantea y lo anunciado por Michelle Bachelet. ¿Cuánto espacio cree que habrá para el debate?
-No lo veo tan así. Creo que sería muy raro que cuando se habla de una reforma tributaria o de una reforma educacional, dos grupos de personas estuvieran de acuerdo en todo. Creo que los acuerdos exceden los desacuerdos, y en aquellos puntos donde no hay consenso, yo no he tenido ninguna ambigüedad al momento de plantearlos. Pero me parece que son puntos opinables. Lo peor que nos podría pasar, y esto no es un comentario respecto al gobierno entrante, sino respecto del entorno político, es que dejemos de entender que hay asuntos acerca de los cuales no hay verdades reveladas. Te doy un ejemplo: en Reino Unido, tenían educación universitaria gratuita hasta hace diez años. Y bajo un gobierno laborista, de centroizquierda, avanzaron hacia un sistema de aranceles y de préstamos. Lo que te muestra que sobre esto no hay verdades reveladas. Por eso yo creo, y no me cabe ninguna duda que va a ser así, que en muchos de estos proyectos va a haber un espacio de discusión.

-Pero en cuanto a la educación superior gratuita, los líderes del gobierno entrante parecen actuar como si fuera un fin en sí misma. ¿Qué lecciones saca usted del episodio de Claudia Peirano?
-Lo lamento y lo dije en su momento en Twitter, por al menos dos razones: primero, porque una reforma tan ambiciosa como Educación va a requerir de la mejor gente, que conozca la práctica educacional y los más altos estándares académicos, y no hay nadie que dude que Claudia Peirano tiene todos esos antecedentes. Segundo, porque lo que trasuntó, especialmente la actitud de ciertos líderes estudiantiles, es una actitud que hace difícil conversar y aun más difícil llegar a acuerdo. Algunos dicen: “Mire, yo exijo gratuidad, y ahora. Y el que no está de acuerdo, o es un agente del demonio o es un agente del lucro y del gran capital”.  

-El asunto no es tanto qué plantee ese grupo de presión en particular, sino qué tan receptivas son las autoridades o el gobierno entrante, en este caso...
-Respecto de eso habrá que hacer los juicios cuando el gobierno asuma. Lo que me parece de fondo del episodio es que no vaya a ser que revele una actitud de los distintos actores que la reforma educacional no requiere. Si no tenemos una disposición a aprender del diálogo, esa reforma o cualquier otra se hace cuesta arriba.

-¿Y cómo leyó las señales de los líderes políticos, los del nuevo gobierno, en este episodio?
-Creo que se han dicho muchas cosas y el 80% de esos comentarios me parecen extemporáneos, porque a los gobiernos hay que evaluarlos por la pega que hacen. Lo que sí me parece peculiar es que haya partidos que presenten de candidatos a cargos a personas con antecedentes muy cuestionables, y después aleguen falta de prolijidad. La falta de prolijidad es del partido que presenta a esas personas. Dejemos que las personas asuman y en su momento emitamos los juicios.

-Lo útil de estos episodios es ver los engranajes de la política en movimiento. ¿Ha visto ejemplos de una de las banderas de lucha de su campaña, que era acabar con las malas viejas prácticas? ¿Cuánto de eso ha visto en estos episodios de verano?
-Creo que en el verano hemos visto muchas cosas de ésas que a la gente le hacen alejarse de la política. Hemos visto en la derecha renuncias, peleas, dimes y diretes, divisiones de todo tipo. Y en algunos grupos de la Nueva Mayoría, muchas maniobras para salir en la foto o en alguna foto. Lo que yo he echado de menos es precisamente empezar a ganar terreno en las discusiones que vienen. Si resulta que vamos a tener una gran reforma tributaria, una gran reforma política, ¿no sería bueno empezar a discutir ya, por ejemplo, qué va a reemplazar al sistema binominal? Respecto de lo cual no hay ninguna discusión, en ningún grupo político. Esa también es una de las motivaciones que nos inspiran en Fuerza Pública. Ser la pulga en el oído que insista, una y otra vez, que la clase política emprenda aquellos cambios que son para la clase política los más difíciles.

-Entonces, ¿qué tan cómoda estará Fuerza Pública en la Nueva Mayoría?
-La Nueva Mayoría es un acuerdo de partidos. Fuerza Pública no es un partido, es un movimiento de acción política. Son cosas de carácter distinto. Nosotros celebramos la voluntad de hacer estos cambios, y queremos ayudar a que ocurran. Pero, al mismo tiempo, eso no significa dejar de lado nuestra obligación y nuestro derecho de levantar la voz cuando vemos algo que no nos gusta. Y creo que en ese sentido, una de las cosas que queremos hacer es ayudar a construir una manera de hacer política que no sea tribal, que no sea “yo soy oposición y le encuentro todo malo” o “yo soy de gobierno y nunca tengo ni siquiera un matiz”. Y espero, ojo, y esto es muy importante, que la oposición de la derecha no sea como la oposición que me tocó a mí vivir como ministro de Hacienda, que no me pareció especialmente constructiva.

TE LO AGRADEZCO, PERO NO

En estos meses en Nueva York, al profesor Velasco -quien está dictando dos cursos (uno sobre política y economía y otro, en cátedra compartida con su ex profesor, el argentino Guillermo Calvo, sobre crisis financieras y pensamiento económico)- también le ha tocado contestar preguntas.

“El otro día un alumno me preguntó: ¿cómo es esto de que en Chile, siempre conocido por la calidad de sus estadísticas,  ahora nadie cree en las cifras del censo y de la pobreza, y están en duda las cifras del empleo?”, ejemplifica. “Yo le dije que efectivamente una de las cosas que a Chile lo distinguían era que teníamos instituciones creíbles y fuertes, y que este gobierno las había debilitado. Y que ése, a mi juicio, era uno de los legados negativos de este gobierno. Si hay algo con lo que no se juega ni se debe jugar nunca es la credibilidad de las instituciones del Estado. Eso llama la atención desde afuera, porque va muy en contra de la visión que siempre se tuvo de Chile”.

-¿Ése es el peor legado de Piñera?
-Es un legado muy malo y que tiene varias aristas. Las estadísticas son una, pero no la única. Uno de los grandes logros de los últimos 25 años en Chile es haber desarrollado un sistema de contratación competitivo y transparente de altos directivos públicos. Y creo que fue un tremendo paso atrás que en el momento en que la derecha asumió, a dos de cada tres directivos públicos se les dio el sobre azul. Entonces, no es una cosa aislada. Es algo que se suma a un comportamiento que revela que el fin justifica los medios, que por ganar un puntito más en las encuestas, bueno, si las cifras de pobreza no son rigurosas, qué importa.

-¿Qué otra evaluación hace del gobierno de Piñera?
-Piñera ganó la elección diciendo: “Vamos a hacer cambios estructurales, vamos a hacer que aumenten la productividad y la competitividad de la economía”. Y de ésos no hizo ninguno. Ninguno. Ha caído la tasa de desempleo, y es bueno que sea así, pero Chile sigue teniendo un tremendo problema de empleo juvenil y femenino. Respecto de eso, ¿qué cambios se hicieron? Ninguno. Se anunció una modificación del sistema de salas cuna. ¿Se hizo? No. Se anunció una modificación del sistema de capacitación. Nunca se mandó el proyecto de ley. Para qué decir asuntos que son más políticamente peliagudos. La CUT y la CPC hace un año y medio atrás se sentaron, llegaron a un preacuerdo, invitaron al gobierno a que trabajara con ellos… ¿Qué se logró? Nada. Entonces, cuando la gente dice que hay cifras que no son malas, la pregunta que hay que hacerse es: “Bueno, ¿de dónde vienen esas cifras? ¿Qué las sustenta?”. Y segundo, “¿en qué medida van a ser persistentes en el tiempo?”. Y lo que vemos por estos días es que parece que no van a ser muy persistentes, porque la economía ya se desaceleró fuerte y todo indica que el crecimiento del año entrante va a ser bastante menor.

-Usted habla de la intención de Fuerza Pública de operar en una política de mayor debate, de salir de lo tribal, de ser más transversal. Uno se imaginaría que también estaría contemplado trabajar con la derecha…

-La derecha está en un proceso de decantamiento que, yo creo, no se sabe muy bien hacia dónde va. Lo he dicho antes y lo reitero hoy: algunos de los grupos de derecha que se han catalogado de liberales tienen posturas que son muy disímiles a la nuestra. Alguna vez me preguntaron por Evópoli, y más allá de las personas, mi primera reflexión fue decir: nosotros somos un movimiento que quiere la reforma de la política, Evópoli fue puntal y rostro de una campaña de Evelyn Matthei que no tuvo una palabra que decir sobre la reforma a la política. Entonces, yo ahí no veo una gran coincidencia, sino todo lo contrario.

-Se podría decir lo mismo de usted: planteó una renovación de la política y apoyó la campaña de Bachelet. Si dice “la candidata Matthei, a la que apoyó Evópoli”, uno puedo decir “la candidata Bachelet, a quien apoyó Velasco…”.
-Totalmente en desacuerdo. La candidata que va a asumir el 11 de marzo presentó un conjunto de reformas políticas importantes. Uno podrá tener reparos con un aspecto u otro, pero presentó un conjunto de reformas importantes. Evelyn Matthei no presentó ninguna. ¡Ninguna! Porque la derecha, creo que esto es bien fundamental, no ha estado disponible para hacer cambios al sistema político. Si eso el día de mañana cambia en la derecha, bienvenido sea. Ahora, evidentemente que en el mundo de la Nueva Mayoría está por verse cuáles van a ser los cambios y con qué entusiasmo algunos diputados los podrán apoyar si tocan sus propios intereses.

-¿No le parece que los movimientos y las divisiones en la derecha responden a que hay un grupo que no está conforme con que ciertas reformas no se hayan planteado, y que esa gente puede estar buscando un proyecto más de centro o más liberal?
-Eso está por verse. Creo que lo que detonó la renuncia, antes que nada, es el hartazgo con un liderazgo hiperanticuado y conservador, como el de Carlos Larraín. Hay que ver de qué más están cansadas esas personas. Resulta que después de decir eso dijeron, en el caso de Amplitud, que una de sus prioridades va a ser defender el legado de Piñera. Quiero creer que ahí hay personas que de buena fe quieren abrir ciertas ventanas en el mundo de la derecha. Por eso sería lamentable si terminan transformándose en una cancha de aterrizaje para Sebastián Piñera. Entonces, no quiero emitir juicios, porque, de nuevo, no hay que emitir los juicios antes de que las cosas ocurran. Pero lo que sí sé, mirando la historia, es que en la derecha en los últimos 50 años ha habido mucho ruido de reforma liberal y pocas nueces.

-¿Y cómo se toma los halagos y gestos que recibe de parte de personas de esos movimientos?
-No voy a criticar ni mucho menos desestimar lo que dicen. El asunto va más allá de cómo uno reacciona ante un dicho de una persona particular. La pregunta va más de fondo. La pregunta es ¿hemos visto hasta el momento ideas verdaderamente liberales en la derecha? Y mi respuesta es que hasta el momento no las hemos visto. Hablemos de economía; yo creo que la competencia en los mercados es buena. Esa competencia no cae del cielo, hay que garantizarla a través de instituciones públicas con colmillos. Yo soy partidario, por ejemplo, de que, como ocurre en Inglaterra y Estados Unidos, el que se colude para subir los precios, pueda ir a la cárcel, con sanciones penales. ¿Hay alguien de la derecha que esté de acuerdo con aquello?

-Haciendo ese ejercicio, pero en las posiciones de izquierda, con la visión de mundo y sus desafíos actuales ¿Se sigue sintiendo más cercano a la izquierda chilena?
-No sólo me siento cercano, me siento parte integrante de un mundo de centroizquierda que quiere ser moderno, quiere abrirse al mundo y quiere no quedarse en fórmulas del pasado. Este desafío, esta tensión, no es exclusiva de la izquierda chilena. En todos los países hay debates entre las distintas izquierdas y en todos los países los movimientos modernizadores dentro de la izquierda  tienen que bregar con otros intereses y otras posturas.

-Uno se puede imaginar que en cuatro años más la presidenta o alguien del gobierno dirá: “Intentamos eliminar el FUT,  pero la derecha lo impidió. Tratamos de poner en marcha la gratuidad de la educación, pero la derecha la bloqueó”. Ustedes se oponen a ambas medidas. En ese tipo de simplificaciones que se suelen hacer,  estarían del lado de los “malos”…

-Voy a estar del lado de las buenas políticas públicas, no le voy a tener miedo a nada y una de las cosas que no voy a tolerar es que hagamos esa política de “los buenos y los malos”, de “los que están aquí y los que están allá”. Eso es lo que le hace mal a Chile y, para ser bien franco, no creo que la gente esté haciendo eso. Llevo suficientes años en la vida pública:  la amenaza de que a uno lo critiquen no te puede inmovilizar. Creo en una política de las convicciones, no en una de la conveniencia.

-Las próximas primarias de la Nueva Mayoría ¿tendrán a Velasco de candidato?
-Una manera de colaborar en la política es desde el Estado y otra es desde la sociedad civil, y nosotros queremos trabajar desde la sociedad civil, ahí queremos hacer los cambios políticos. En su momento será presentando candidatos al Parlamento. Hoy es muy prematuro discutir exactamente el cómo y dónde en materia electoral.

-Que haya gente de derecha que lo vea como su esperanza ¿es una tragedia para la derecha o es una tragedia para usted?
-La pregunta parte de un supuesto que yo no comparto. Si mira la gente que nos apoyó en la primaria, la inmensa mayoría, cuatro de cada cinco, no tenía nada que ver con la derecha ni con el barrio alto. Era gente que vive en Huechuraba, en La Cisterna, La Serena, Viña o en Chiguayante. Votantes jóvenes, desprejuiciados. Ése es el mundo al que quiero representar. El mundo al cual yo pretendo representar no tiene nada que ver con la derecha, ni con la vieja ni con la nueva, si existe una nueva. Describirlo en esos términos no le hace justicia a la realidad.

Por ahora, por lo menos, hay una pregunta que Andrés Velasco enfrenta todos los días. Literalmente, porque está escrita en un cartel apoyado en la repisa del pasillo de su oficina en Columbia, por donde transita hasta cuando quiere ir al baño. La pregunta es el título de un panel celebrado el 17 de febrero, donde junto a Velasco expuso el hombre que actualmente ocupa la oficina contigua: el economista Jan Svejnar, ex candidato presidencial checo.

Dice así: “¿Pueden los académicos ser presidentes?”.

 

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