Por Cristián Gazmuri, historiador UC Junio 6, 2013

En los gobiernos anteriores, la Democracia Cristiana tuvo un rol importante y vital. Fue el punto medio: se sabía que la Concertación, mientras ese partido fuera grande y poderoso, no se iba a radicalizar. Pero hoy enfrenta un punto de inflexión. A la nueva generación del país se le olvidó la importancia del equilibrio y la moderación. Lo que antes era bueno, ahora es malo. Y para la DC, ése es un escenario complejo.

A inicios de la década de 1990, la DC, frente a la suma de toda la izquierda, era casi el equivalente. Pero ahora eso cambió. Es uno entre cuatro partidos. Y si contamos al Partido Comunista, uno entre cinco. El PPD y el PS, sumados, van a estar muy cerca. Y además probablemente van a tener a la presidenta. Eso hace que existan los elementos para que la DC se vea disminuida.

Después de los gobiernos de la UP y de los militares, la gente quería tranquilidad, cordura y acuerdos nacionales. Por eso el éxito de la DC en los años 90. Fueron gobiernos moderados, y la gente los quería. Pero hoy se olvidó eso. ¿Alguno de los jóvenes que salen a las marchas recuerda lo que pasaba en 1988 ó 1989? Probablemente no habían nacido. Y ven ese proyecto como un modelo entreguista y que no tenía valores.

También al interior del partido hay cambios. Hay un izquierdismo que en algunos es voluntario y en otros es forzado por la posición que tienen dentro de la Concertación, pero que no forma parte de su legado. Es cierto que históricamente fue un partido por los cambios estructurales, pero nunca en la línea del castrismo o del chavismo. Y nunca fue aliado del PC, aunque votó contra la Ley de Defensa de la Democracia cuando ella se propuso, y luego a favor de su abolición. Siempre la DC fue mirada como una alternativa al PC y al marxismo en general. Ver a ambos en una misma coalición sería impensable.

El rol hacia el futuro es una incógnita. Por eso, las primarias van a adelantar muchas cosas. Si Claudio Orrego saca pocos votos, es probable que la DC se achique como partido y pierda peso, y además, en el frente interno, que la izquierda partidaria tome más fuerza. Si el partido queda minimizado, como es el riesgo que se está corriendo, va a haber una polarización nacional: una izquierda fuerte y una derecha fuerte. Un giro de esa magnitud incluso puede pasar por un quiebre, algo raro para una colectividad que ha sido de las más estables en el tiempo. No se puede adelantar nada, porque los historiadores estudiamos el pasado y no el futuro. Pero es un escenario que podría ocurrir.

Sin embargo, un giro a la derecha es difícil. En la historia política del último siglo en Chile, el Partido Radical fue esencialmente el partido de centro que hacía coaliciones: ya sea con la izquierda, como el Frente Popular, o con la derecha, como en el caso de Gabriel González Videla o Jorge Alessandri Rodríguez. Se hablaba del “péndulo radical”. A diferencia de ellos, la DC no cumplió ese rol: tal como los partidos marxistas, tenía su utopía, una planificación global que no era transable. Ponerse de acuerdo con la derecha, como en cierta medida le tocó a Eduardo Frei Montalva en 1964, era algo que se tenía que ocultar. De ahí su frase de que no cambiaría una coma de su programa ni por un millón de votos.

La DC no jugó hasta 1970 un rol de péndulo y de ser el partido que representaba el centro gravitante. Y si bien después de 1989 creó con la izquierda una alianza estable, eso se explica porque ambas partes perdieron su condición mesiánica y utópica. Quizás en la época de la Concertación la DC ha estado más cerca de ser bisagra, pero no lo lleva en su ser. Una bisagra tiene que girar para ambas partes. Y con la derecha la DC no ha estado nunca.

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