Por Josefina Ríos Mayo 9, 2013

"Las encuestas, siempre que sean creíbles, independientes, serias y se den a conocer a todos sin ventajas, son un freno al populismo, porque el ciudadano común y corriente es sensato"

El lunes pasado, el Centro de Estudios Públicos (CEP) suspendió por primera vez en 25 años su encuesta de opinión pública, considerada por muchos como el oráculo de la tribu política chilena. El cambio en el escenario generado por la salida de Laurence Golborne como candidato presidencial de la UDI y su reemplazo por Pablo Longueira exigía, según esgrimieron desde el think tank, tiempo para decantar antes de sacar una fotografía que se ajustara a la nueva realidad. La decisión final la tomó el director de la institución, el profesor de  Filosofía de la Universidad de Chile, Arturo Fontaine, quien, fiel a su estilo ponderado, asegura: “Prefiero no informar que desinformar”.

Es miércoles y el sol comienza a ponerse en Santiago. Fontaine acaba de terminar un largo almuerzo donde los investigadores del CEP despidieron al ex ministro de Educación Harald Beyer -una de las figuras más emblemáticas que han pasado por ese centro de estudios-, quien la próxima semana viajará a Nueva York para instalarse durante un mes en la biblioteca de la Universidad de Columbia a estudiar diversos temas. “He estado muy cerca de Harald todo este tiempo. Estoy convencido que la acusación constitucional en su contra no tenía fundamento jurídico”, dice con el pesar de ver como la polarización política imperante le pasó la cuenta también a su amigo.

Ya más tranquilo, Fontaine -también novelista y director del Museo de la Memoria- se sienta en su oficina  en el segundo piso de la casona de Sótero Sanz para analizar el escenario político actual. Su diagnóstico apunta a la rebelión en contra de los abusos como el motor de los cambios que experimenta el país. Además, advierte que los partidos políticos deben modernizarse para que de verdad sean sustento del sistema democrático.

-Cuesta creer que una institución con la tradición de encuestas del CEP no haya podido reaccionar frente al cambio en el escenario político.

-Nosotros hacemos encuesta cara a cara. Por lo tanto nuestra metodología tiene esa rigidez. Si tú haces un trabajo de campo para todo Chile, toma un mínimo de 3 semanas. Hay que llegar a la casa de la gente  que salió sorteada. Todo eso toma tiempo. En este caso, tienes una campaña que está recién partiendo, y el electorado tiene que informarse sobre lo que representa Longueira y cómo Allamand, ahora con un nuevo adversario, redefine su campaña. Entonces hay que esperar un poco, que se decanten un poquito las opiniones.

-¿Ustedes temieron que fallara el instrumento o que los resultados no fueran representativos?

-Que el supuesto sobre el cual se basa el instrumento, que es una cierta estabilidad de las preferencias durante el periodo de trabajo de campo, no se cumpliera. Y que lo que al final diéramos como resultados reflejara una realidad ya superada. Entonces tú produces una foto vieja y desfigurada.

-¿Influyó de alguna manera la crisis de credibilidad que han tenido otras instituciones, que han entregado datos que han sido cuestionados, a la hora de tomar la decisión?

-No fue un elemento que tuviéramos en cuenta. Lo que sí te puedo decir es que nosotros tenemos credibilidad, en parte porque hemos sido realistas respecto a lo que el instrumento puede dar. Insisto: éste es un instrumento imperfecto.  Pero es un medio de aproximarse a la realidad. Y es imprescindible en una democracia. No hay ninguna democracia moderna que no use encuestas, y en particular durante los años electorales.

-¿Qué efectos políticos puede generar la ausencia de esta encuesta?

-Creo que hay un efecto negativo porque volvemos a una situación de falta de datos duros, de falta de evidencia, en donde empieza a primar el olfato. O sea, lo que era la política hace 40 años. Unos señores que “entienden”, olfatean la calle, y proyectan su visión, y no hay modo de contrastar eso con datos duros.

-¿Por eso seguirán vigentes las encuestas?

-Las encuestas siempre que sean creíbles, independientes, serias y se den a conocer a todos sin ventajas para nadie, como lo hemos hecho nosotros, son un freno al populismo, porque el ciudadano común y corriente es sensato. Por ejemplo, el tema de la delincuencia y narcotráfico en las poblaciones no tendría la prioridad que tiene hoy sino estuviera en las encuestas marcándolo como un tema fundamental. Este instrumento lleva a los políticos, a los analistas y a los ideólogos a asumir los problemas reales de la verdadera gente que está en la calle y no necesariamente de los manifestantes.  Ahí hay un rol importante.

-¿Cree que le va a pasar la cuenta como institución haber suspendido la medición?

-Al contrario, vamos a quedar como una institución que perdió un montón de plata, porque llevábamos el 40% más o menos de la muestra hecha, y que prefirió botar eso a salir con un resultado imperfecto y desorientar. Prefiero no informar que desinformar. Además, las encuestas ahora tienen un problema adicional, que es el voto voluntario. Eso abre una pregunta: ¿cómo inferir de las respuestas que te da una persona en un cuestionario si esa persona realmente va a ir a votar? Es fundamental que nosotros podamos tener acceso a saber si una persona votó o no votó. El hecho de votar debiera ser una información pública, porque si no tenemos acceso al registro efectivo, nunca vamos a tener la posibilidad de validar la metodología que desarrollen las distintas encuestas para detectar algo tan sensible.

 

La trampa de primarias

Arturo Fontaine califica el escenario político actual como “crispado”,  donde se comienzan a ver síntomas de polarización política. “A veces, este ambiente crispado me recuerda el de fines de los 80, cuando un sector de la elite, tanto en la izquierda como en la derecha, creía imposible algo así como un pacto nacional para lograr una transición ordenada y pacífica, y consideraban una ingenuidad pensar lo contrario”.

Pero para él la principal razón que explica este ambiente son los cambios en la forma cómo los chilenos votan. “Estamos enfrentados a un cambio electoral muy brusco. De golpe, tuvimos inscripción automática y voto voluntario. A esto se suman las primarias”.

-¿En qué sentido las primarias aumentan la crispación política?

-Las primarias son muy atractivas. Que la gente y no los dirigentes elijan los candidatos. Pero para que cumplan su verdadero objetivo mucha gente debe ir a votar. Y eso no ocurre en la práctica. Por ejemplo, en Estados Unidos sólo entre el 10% y el 15% concurre a las primarias. ¿Cuál es el efecto que esto tiene? Que los candidatos empiezan a hablarle al voto duro, a su ala extrema, al grupo más ideologizado. Entonces, con las primarias los polos cobran una preeminencia inesperada. El problema es que en la fase dos, los candidatos deben desplazarse al centro para apelar al votante medio, una persona independiente, despolitizada, menos informada, que es en definitiva la que decide la elección. El tema es que esto hoy no es tan fácil.

-¿Por qué?

-Hoy las redes sociales y las nuevas tecnologías en video y fotografía te permiten dejar constancia instantánea de lo que dijo un candidato frente a los votantes más duros en el período de primarias. Entonces, el desplazamiento de ese candidato hacia el centro queda limitado porque estas figuras quedan polarizadas en la fase uno.

-¿Qué ejemplos concretos a nivel de discurso usted ve en las actuales primarias?

-Creo que esto se advierte en ambos lados. Vemos a la doctora Bachelet cubriendo el ala izquierda de su sector con el objeto de parar la posibilidad de que surja un equivalente a Marco Enríquez-Ominami. Asimismo, con toda la admiración que le tengo a Fernando Atria, creo que sus declaraciones sobre la Constitución fueron desatinadas: la tesis de que se podría crear una asamblea constituyente por reglas que signifiquen saltarse la constitución vigente es absolutamente irreal y, como dijo Escalona, es fumar opio.

-¿Y qué le preocupa de la discusión en la derecha?

-Tengo la impresión de que una de las cosas riesgosas, pero que puede ser eficaz desde el punto de vista de llegar a votantes, es sembrar el miedo.

-¿En qué ve que se está sembrando el miedo?

-He visto algunas declaraciones que van en esa línea. Esto es eficaz para llevar a la gente a votar, pero mina la confiabilidad y baja los niveles de racionalidad. Comienza a producirse un efecto real de polarización, de desconfianza, de falta de diálogo. Primero se polarizan las elites y luego la población hacia abajo. Aquí es importante decir que la mayoría de la gente no está polarizada. La gente tiene críticas al sistema económico, pero no creo para nada que el sistema esté en crisis como tal.

-¿O sea, no está en jaque el modelo?

-Yo no lo veo, pero podría llegar a estarlo si es que las propias elites plantean las cosas en esos términos.

-¿Y cómo se subsana el efecto negativo de las primarias?

-No es fácil. Ahora, el problema de fondo es que los partidos son muy oligárquicos. La dirigencia está muy cerrada y el militante no tiene derechos. Los financiamientos de los partidos están muy concentrados, y hay un control de la máquina partidaria por pocas personas y que están muy poco sujetas a renovación. Esto genera desafección y una tendencia a que los partidos se fraccionen. La gran tarea que tiene el próximo gobierno es hacer una democratización interna de los partidos.

-¿Cómo se logra esto?

-Debe haber mecanismos verdaderamente democráticos de elección de autoridades y que haya un financiamiento donde el Estado juegue un rol. Soy absolutamente partidario de que haya un financiamiento fiscal de los partidos. De hecho, CEP y Cieplan hemos sacado un libro sobre el tema.

-¿Cree que esta alternativa es viable con lo desprestigiada que está la política? 

-Estoy consciente de que es muy poco popular decirlo, pero es lo que hay que hacer. El país lo tiene que abordar a través de un liderazgo político que lo explique y lo justifique. Ahora, evidentemente, esto no es financiamiento gratis, es a cambio de una mejora en las prácticas.

 

Alianza: “Gana Longueria”

-¿Cómo va a ser recordado este gobierno?

-Tengo la impresión que, mirado en retrospectiva y cuando pase un poco el tiempo, va a haber una mejor evaluación de la población. Pero creo que la última encuesta Adirmark indica que el apoyo al gobierno bajó en abril y estaría en el orden del 34% , o sea, la tesis optimista de que iba  subiendo y llegaría al 45% todavía no tiene sustento empírico.

-¿Y por qué no despega?

-A mi juicio, el mayor problema ha sido un problema de conducción política. A pesar del indudable éxito económico, la agenda está hoy mucho más a la izquierda que cuando terminó el gobierno de Bachelet. Éste es un serio fracaso político del gobierno. Esto demuestra los límites del enfoque economicista a la hora de explicar fenómenos políticos.

-¿Cómo evalúa el aterrizaje de Bachelet?

-Excelente. Desde el punto de vista político.

-¿No ve ningún flanco abierto?

-No. La campaña en general se ha conducido con extraordinaria precisión. Aunque ha habido algunas escapadas, como lo de Atria, pero ella opera con una tremenda intuición política. Y si leo bien esa intuición, en el momento oportuno irá a buscar al votante moderado de centro.

-Pero ha hablado poco…

-Sí, pero cada cosa que ha dicho tiene sustancia y dirección. Ha descolocado a los analistas que decían que congregaba grupos heterogéneos que le impedirían pronunciarse. Pero hay un riesgo en la estrategia: al cubrir el flanco izquierdo puede animar a fuerzas desestabilizadoras de tipo populista. Y una vez que llegue al poder, si es que llega, se le haga difícil encauzar las fuerzas que se han desatado. Aunque no creo que vaya a optar por un camino populista. Y otro riesgo: la desigualdad toma mucho tiempo en corregirse. No habrá milagros.

-¿Cómo ve la batalla entre Longueira y Allamand?

-Son dos políticos de primer nivel que le han dedicado una vida al servicio público. Debe ser un orgullo para Chile que haya políticos de su categoría. Ahora, mi apuesta es que gana Longueira porque causa fervor en el partido más numeroso de los dos, más organizado y probablemente mejor financiado.

-¿Y para cuál de los dos sería más fácil desplazarse hacia el centro? Allamand apela al centro político, mientras Longueira apunta al centro social.

-Es cierto. Longueira vaa  responder con su trayectoria en el combate a los abusos, con lo que ha significado el Sernac. Por lo tanto, creo que él también va a poder apelar a un electorado más de centro, que está más despolitizado, pero que está preocupado por la capacidad que tiene un grupo de gente muy poderosa de abusar de personas modestas. El caso de La Polar fue muy sintomático de esto, fue como el gran campanazo. Y en el campo estudiantil, la Universidad del Mar.

 

La izquierdización de la agenda

-¿Cómo se explica que a pesar de las buenas cifras económicas la agenda se haya desplazado hacia la izquierda?

-Primero, creo que hay un tema generacional. El movimiento estudiantil, que es el grupo que hoy pesa en la agenda, ha vivido un Chile muy distinto al de quienes toman las decisiones hoy. Es un Chile sin guerra fría, sin polarización política, sin violencia, sin inflación... Hay muchas cosas que se dan por descontadas y existe poca conciencia de que éstas requieren cuidado y conservación: vivir en paz y en democracia no es gratis. Pero gran parte de la juventud ama la crítica. Estamos frente a un movimiento contestatario generacional. Pero eso se junta con el otro factor, que es el tema del abuso en distintas áreas de la sociedad.

-¿Cómo es posible que la elite, los think tanks, la dirigencia empresarial hayan desconocido lo que ocurría, por ejemplo, en temas como las cláusulas abusivas y el lucro en las universidades?

-Ha habido poca sensibilidad ante el abuso. Por ejemplo, lo que saca a los estudiantes a la calle no es tanto la desigualdad, es la sensación de que hay abusos. El lucro en las universidades estaba prohibido por ley, los papás y los estudiantes creían que eso se cumplía. Pero resulta que había una martingala con la cual la ley se burlaba. Eso no lo sabían ni los apoderados, ni los estudiantes.

-Pero sí las autoridades, los académicos y muchos expertos…

-Me he encontrado con profesores sorprendidos por esto. Es cierto que hay autoridades que lo sabían, y soy muy crítico de eso.

-Pero llama la atención que sean los movimientos ciudadanos y no la propia institucionalidad los que visibilicen estas situaciones de abusos…

-¿Por qué una sociedad de repente despierta ante un problema? Influye mucho la información. Es como el tema de los derechos humanos. Pero cuando hay un fallo de la Corte Suprema nadie puede hacerse el leso.

-¿Cuál debiera ser la reacción del mundo empresarial frente a este fenómeno?

-Más sensibilidad frente al abuso. Me gustaría que la actitud de aquí en adelante sea: “Abusos, no”. Una cosa es lo legalmente permisible y otra cosa es lo moralmente correcto. O sea, cuando te dicen: la ley no prohíbe la triangulación en las universidades, es correcto, pero eso no significa que no sea una práctica incorrecta desde el punto de vista ético. Y eso es lo que la población juzga. Y es lo que tiene gravitación política.

-¿Comparte la demanda de los estudiantes de gratuidad en la educación superior?

-No. Gratuidad para todos, cualquiera sea su carrera, su universidad y su situación económica, no. Lo que no quita que los que tengan más recursos, además, paguen después más impuestos. Rescato, sí, de la demanda por la gratuidad, la aspiración a una educación universitaria menos segregada, más heterogénea desde un punto de vista socioeconómico. Es preocupante una sociedad en la que las personas se forman desde la cuna y hasta que salen de la universidad sin salir de su ghetto social. Es especialmente inconveniente para quienes pertenecen a la elite. Hay que estudiar cómo materializar esa aspiración, al menos en las universidades públicas.  

-¿Y la del fin al lucro en las universidades?

-He escrito, y varias veces, que así como me opongo a las universidades con lucro encubierto, soy partidario de que se permitan universidades con fines de lucro, pero que paguen impuestos, se sepa que lo son y no reciban aporte estatal por unos años. La experiencia internacional muestra que es difícil regular bien a las universidades con fines de lucro. De paso: el proyecto de superintendencia del gobierno, pese a lo que promete, sólo legalizará el lucro encubierto actual. Eso irrita a los estudiantes, y con razón.

-¿Y en la educación escolar?

-En Chile surgió tempranamente un sistema educacional mixto -escuelas públicas y escuelas privadas subvencionadas por el Estado-. Me gusta. Lo valioso de esto, a mi juicio, es que el Estado promueve la diversidad. Lo bueno del financiamiento compartido, que introdujo la Concertación, es que compromete a los padres y confiere a los colegios un mayor sentido de su misión. Un problema es que refuerza la segregación. Hay que ver cómo contrarrestar eso. Pero el sistema actual penaliza a la educación pública.

-¿Por qué?

-Porque su estructura de gobierno confiere al rector relativamente pocas facultades a la hora de administrar, frente a su competidor privado para contratar, despedir e influir en las remuneraciones. Además, como no pueden cobrar financiamiento compartido en básica, y es sumamente difícil hacerlo para la media, por esa vía obtienen menos recursos estables. Por eso, he dicho que la educación pública boxea con una mano amarrada. 

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