Por Eugenio Guzmán Septiembre 1, 2011

El llamado al diálogo del presidente Sebastián Piñera ciertamente ha sido una sorpresa, incluso, al parecer también para el propio ministro de Educación, Felipe Bulnes. En un escenario en que los déficits de maniobra eran evidentes, un llamado de esta naturaleza sorprendió a todos los actores políticos. Más aún, después que el paro convocado por la CUT había dejado en claro que ni ésta y sus asociados, ni la Concertación estaban en condiciones de administrarlo. El paro mostró que los estudiantes no quieren "soltar la batuta" y que en términos políticos son los únicos con poder efectivo en la calle. Además, el grado de violencia resultante de éste demostró que la mayoría de la gente no ve con buenos ojos lo que está ocurriendo hoy en el país y que finalmente las demandas de la CUT quedarán ahogadas por el tema de la educación. Todas las encuestas empezaron a reflejar una baja en el apoyo a las movilizaciones.

Tres meses de paro de actividades estudiantiles es mucho, lo cual ha ido desafectando -y poniendo nerviosos- a los estudiantes, quienes comienzan a ver que el fantasma de la pérdida del año escolar está cada vez más cerca. Esto, sin lugar a dudas, está afectando el movimiento.

Así, en momentos en que los estudiantes se encontraban en reflexión sobre sus próximas movidas tácticas, el llamado, o más bien invitación a La Moneda, resultó ser una sorpresa, pero también un alivio. Sobre todo porque se constituye en una posible salida en la eventualidad de que la oferta del Ejecutivo sea atractiva.

Ahora bien, ¿a qué responde esta invitación? ¿Se trata de una movida estratégica para ganar tiempo? ¿Corresponde a una forma de claudicar por parte del gobierno? La verdad es que sólo lo sabremos, aunque parcialmente, después de que tenga lugar el encuentro de este sábado en Palacio. Lo que sí podemos aventurar es que el gesto de Piñera es coherente con su naturaleza. Su forma de abordar temas complejos se resume en fórmulas de alto riesgo, estrés y capacidad de sorprender no sólo a sus contrincantes, sino  también a sus colaboradores. En esto el mandatario no escatima, su juego consiste en arriesgar. Lo hizo en el caso de los 33 -donde nadie o muy pocos apostaban a que estaban vivos- y el éxito no se hizo esperar. Su popularidad tras el rescate nunca ha sido superada.

Así, en el mejor estilo de guerra relámpago, Piñera volvió a sorprender. No sólo por el trabajo realizado durante el fin de semana con su comité político, sino que durante esta semana conversando con los medios. Adicionalmente, el llamado a que Guido Girardi, Juan Pablo Letelier y Patricio Melero participaran hubiese sido otro golpe a la cátedra, pero el escozor ante la posibilidad del fracaso terminó por aguar esa posibilidad.

En el mejor estilo de guerra relámpago, Piñera volvió a sorprender. No sólo por el trabajo realizado durante el fin de semana con su comité político, sino que durante esta semana conversando con los medios.

Piñera tomo una decisión de alto riesgo basada en un escenario político de claro estancamiento, en que estudiantes y profesores se mostraban inquietos. Quedando abierta la pregunta sobre lo que implica dicho riesgo en la solución del problema.

¿Qué está en juego?

Por definición, todo escenario de riesgo supone ganancias y pérdidas. Pero en política las opciones que se toman no tienen efectos inmediatos, sino que transcurren y entregan resultados parciales (pagos y penas) que se evalúan y permiten tomar otras decisiones u opciones. Es decir, poseen una dinámica propia. En este caso, es posible que la mesa de diálogo que está instalando Piñera no arribe a resultados positivos. Vale decir, que los actores convocados -estudiantes y profesores-  se retiren sin haber alcanzado acuerdo alguno o que "tiren el mantel" acusando al gobierno de no proveer una solución aceptable. De hecho, ésta sería una gran oportunidad para hacer una muestra temeraria de poder. No obstante, eso sería una jugada cuyos costos pueden  ser vistos como un acto de intransigencia. Dicho en otras palabras, sería como quemar el último cartucho y, tratándose de una mesa de conversaciones en La Moneda, al menos por esta ronda, no se vería otra salida de corto plazo.

Este escenario sería uno en que todos pierden. Sin embargo, existe otro en el que todos ganan, no en igual medida, pero de beneficio mutuo al fin y al cabo: Piñera es quien resolvería el conflicto, los dirigentes estudiantiles le demostrarían al país su heroísmo, resolución y disposición a negociar (tal vez se produciría tiraje en la chimenea para 2013 con nuevos diputados postulando), y los partidos (todos) se subirían al carro, aunque no los inviten. No obstante, todo lo anterior depende de cuán atractiva sea la oferta de Piñera. Si ésta sólo empata las demandas, es probable que aparezcan otras en el proceso en días posteriores. En tal sentido, no es descabellado pensar que el Ejecutivo se sitúe bastante más allá del "pliego de peticiones" y más cerca de lo que ahora está ofreciendo, lo que sería coherente con una estrategia de acercamiento. En tal sentido, Andrés Chadwick, que es un buen jugador de fútbol (o mas bien lo era), y sabe que el partido se juega antes (definiendo los jugadores y sus puestos), durante y después (calmando o arengando a los hinchas). Es por ello que ligar puentes y establecer conversaciones es crucial, de modo que de haber acuerdo, éste ya se encuentre avanzado.

El problema es que aun habiendo acuerdo después de este "sábado gigante", se desencadene una serie de eventos en los que el gobernante no puede dejar que operen autónomamente y utilice la lógica del "ya cumplí". Esta es la tentación de Piñera: salir rápido. Pero en la política y el Estado las cosas no se mueven tan rápido. Lo que viene es un proceso que debe ser modulado por el Ejecutivo y, cualquiera sea el acuerdo, tiene que ir al Congreso, y allí las cosas pueden "enredarse". Si bien en esa instancia el Ejecutivo tiene una salida -atribuir responsabilidad a los partidos-,   los estudiantes nuevamente focalizarán el tema en el gobierno. Lo han dicho en todos los tonos, aprendieron de la Concertación una práctica común: que si se quiere que algo no prospere hay que enviarlo al Legislativo sin urgencia.

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