Por Cristóbal Huneeus Agosto 11, 2011

Una persona que pertenece al 10% de los hogares más pobre de Chile, llamado decil 1, y que trabaja gana en promedio 87 mil pesos al mes, según los datos de la encuesta Casen 2009. Por otra parte, una persona que pertenece al 10% más rico, llamado decil 10, y que trabaja gana en promedio un millón 545 mil pesos al mes. Es decir, esta última persona gana 17,7 veces más que una persona que pertenece al 10% más pobre.

Esta desigualdad, la diferencia de salarios entre una persona del decil 10 y una del decil 1, es la que tanto nos escandaliza. Sin embargo, esta escandalosa desigualdad de ingresos es sólo una parte de la desigualdad que afecta a las chilenas y chilenos. Porque para este cálculo hemos considerado sólo a las personas que trabajan. Pero la capacidad de consumo y el bienestar de una familia dependen del total de recursos que dispone un hogar para gastar en todos sus integrantes. Esto depende, entre otras cosas, de cuántas personas trabajan en la familia y del tamaño de la familia -no es lo mismo alimentar a dos hijos que a cinco o seis-. Si tomamos en consideración estos dos factores, las desigualdades son bastante mayores.  En un hogar que pertenece al decil 1 viven en promedio 3,6 personas y trabajan en promedio 0,5 personas entre 18 y 65 años, mientras que en un hogar que pertenece al decil 10 viven 2,8 personas y trabajan en promedio 1,7 personas entre 18 y 65 años.

Es decir, para igualar la cantidad de personas que trabajan en un hogar del 10% más rico del país necesito juntar las personas que trabajan en 3,2 hogares del 10% más pobre.

Estas dos desigualdades, la del ingreso y la del empleo, tomadas en conjunto muestran que la desigualdad entre los hogares chilenos es significativamente mayor a la desigualdad del ingreso, es decir, de los que trabajan. El promedio del ingreso laboral total -tomando en cuenta los ingresos laborales de todos los miembros del hogar que trabajan- de un  hogar que pertenece al decil 1 es 47 mil pesos al mes, mientras que para un hogar que pertenece al decil 10 es 2 millones 601 mil pesos al mes. Es decir, mirando sólo los ingresos del trabajo, un hogar del decil 10 tiene en promedio 55,8 veces más ingresos que un hogar que pertenece al decil 1. Cuando consideramos las otras fuentes de ingresos, sin considerar las transferencias del Estado, y ajustamos por tamaño del hogar, el ingreso total del hogar por persona del decil 1 es de 14 mil 666 pesos al mes, versus 1 millón 151 mil pesos para alguien del decil 10. Es decir, una persona del decil 10 dispone de 78,5 más ingresos que una persona del decil 1. Esta desigualdad la llamaremos la desigualdad 10/10. 

Es necesario notar ahora que la desigualdad que hemos mostrado aquí es menor que la desigualdad real. La evidencia de otros países muestra que las mediciones de encuestas subestiman considerablemente el ingreso de las personas más ricas, las cuales sólo se pueden obtener con precisión mirando sus declaraciones de impuestos. Esto lamentablemente en Chile aún no es posible, pero esperamos que se pueda hacer pronto para tener una medición más precisa de las verdaderas desigualdades.

La desigualdad del empleo es mayor en las mujeres que en los hombres. Un hombre entre 18 y 65 años que pertenece al decil 10 tiene 2,4 veces más probabilidad de trabajar que un hombre del mismo grupo etario del decil 1 en el caso de las mujeres esta diferencia es 3,6. ¿A qué se debe esta desigualdad del empleo? No existe una explicación, sino que intervienen un conjunto de factores. Los hogares más pobres tienen 5 veces más probabilidad de vivir en una zona rural que un hogar más rico, los hogares del decil 1 tienen una mayor proporción de mujeres, 59%, que los hogares del decil 10, 49%. Los hogares más pobres tienen casi tres veces más probabilidad de tener niños menores de 4 años que los hogares más ricos y tienen 5 veces más probabilidad de tener a alguien discapacitado. Finalmente, una persona del decil 1 tiene en promedio 8,7 años de educación, versus los 14,9 años de una persona del decil 10. 

Estos factores nos muestran que no existe una bala de plata para resolver la desigualdad del empleo y por ende la desigualdad. Para reducirla se requiere abordarla a través de un conjunto de políticas públicas, desde instrumentos que incentiven el ingreso al mercado del trabajo de los que hoy no participan, como el subsidio al empleo de los jóvenes, hasta instrumentos que aborden los problemas de discapacidad, ruralidad y baja productividad. 

¿Cuál sería el impacto en la desigualdad en Chile de una entrada masiva de las personas de los hogares más pobres al mercado del trabajo? Por ejemplo, si para todos los hogares donde la fracción de mujeres, entre 18 y 65 años, trabajando es menor al promedio nacional,  y que viven con un ingreso total del hogar per cápita menor al promedio nacional, igualamos la fracción de mujeres trabajando a la del promedio nacional, que es 40%, la desigualdad 10/10 caería de 78,5 a 53,4.  Las mujeres que empiezan a trabajar ganan el salario promedio de las personas que trabajan de su mismo hogar o decil. En el caso del decil 1 significa aumentar la fracción de mujeres trabajando de un 14% a 40%, en el decil 2 es un aumento menor y así sucesivamente. Si hacemos el mismo ejemplo pero para hombres y mujeres del mismo grupo etario, esto significa, por ejemplo, aumentarla para el decil 1 en 3 veces, la desigualdad 10/10 caería de 78,5 a 36,8, es decir a la mitad. Un cambio bastante grande para Chile.

A pesar de lo gigantescas que son las desigualdades en nuestro país, existe una forma para reducirla que es paralela a otros caminos pero que potencialmente puede tener un mayor impacto.
Este esfuerzo no ocurre de un día para otro, y requiere una acción decidida del Estado, pues este cambio sólo se logra con empleos que incorporen al mercado del trabajo a miles de chilenos que hoy no participan de él y que pertenecen a los hogares más pobres y que hoy enfrentan diversas barreras para acceder a él.

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