Por Bernardita del Solar Julio 21, 2011

Muy pocas veces las lealtades en política son verdaderas, y menos permanentes. Los compromisos cambian con los vaivenes del poder. Quienes han experimentado alguna vez ese sabor amargo de esas veleidades, saben que en política prima el pragmatismo por sobre los afectos. Pero el estrecho lazo que une a Sebastián Piñera con Rodrigo Hinzpeter parece escapar a la regla. Así quedó en evidencia en el reciente cambio de gabinete. Cuando a fines de la semana pasada muchos apostaban por la salida del ministro del Interior, no sabían que el presidente consultaba con él lo que sería su segundo ajuste ministerial.

A lo largo de la historia de Renovación Nacional existen muchos episodios que unieron cada vez más a los dos personajes. El factor común de todos ellos es que Hinzpeter, a diferencia de otros importantes miembros del partido, siempre ha estado en la trinchera de Piñera. Ello, a pesar de que sus inicios en política fueron de la mano de Andrés Allamand y Alberto Espina.

Por esos años (fines de los 80) el actual jefe del gabinete era un joven abogado litigante que daba sus primeros pasos en política. Fue en 1991 cuando Piñera fue el único de los 17 senadores de la derecha que apoyó la decisión del presidente Patricio Alywin de cancelar la personalidad jurídica de Colonia Dignidad. Hinzpeter movilizó a toda la juventud del partido -a lo largo del país- para respaldar la decisión del entonces senador, mientras toda la vieja guardia liderada por Sergio Onofre Jarpa la rechazaba.

Durante el Piñeragate en 1992, a pesar de haber sido tres años antes el generalísimo de la campaña a diputada de Evelyn Matthei cuando derrotó a Joaquín Lavín, Hinzpeter proporcionó información clave al entonces presidente del partido, Andrés Allamand, para que se investigara el caso. En una reunión de trabajo en la que estaba presente Hinzpeter, uno de los asistentes comentó que el hijo de Francisco Ignacio Ossa les había advertido que sintonizaran el programa esa noche porque iban a ver algo increíble. El dato Hinzpeter lo entregó el día siguiente de que Ricardo Claro pusiera al aire la grabación que destapó el escándalo de escuchas telefónicas que terminó con la intención de Matthei y Piñera de convertirse en candidatos presidenciales.

Pero el lazo definitivo con el actual ministro del Interior se empezó a tejer el 2000, cuando Allamand y Piñera lo convencieron  de que regresara de Nueva York. En ese momento, la UDI se había transformado en el partido más fuerte y RN buscaba contrarrestar esa fortaleza. La estrategia fue que Piñera se convirtiera en presidente del partido con Hinzpeter en la secretaría general. Ahí se empezó a consolidar una férrea relación de confianza.

Desde entonces no se han separado. "Voy a su oficina tres ó cuatro veces al día, reuniones de 7 minutos, de una hora", contaba el ministro en una reciente entrevista.

Se complementan bien. Hinzpeter es trabajólico como el presidente y éste le tiene respeto intelectual. Son amigos, pero su cercanía no llega al plano social, pues el ministro es un hombre mucho menos gregario que Piñera, a quien le gusta veranear en grupo y festejar en choclones. Hinzpeter no sale fuera del horario de trabajo con quienes no están dentro de su esfera familiar y más íntima.

El abogado es frío y nada emocional para tomar decisiones. Por ello, el mandatario le tiene confianza y es a quien consulta cuando tiene dudas, pues es uno de los pocos que le dice las cosas que otros no se atreven a decirle.

En las parlamentarias de 2001, cuando la UDI bajó a Piñera de la candidatura senatorial de la Quinta Costa para poner en su lugar al entonces almirante Jorge Arancibia, Hinzpeter fue quien lo acompañó a la notaría a firmar su retiro de la papeleta. También estuvo con él en 2005, cuando en el  Consejo de Renovación Nacional, Sergio Diez, Andrés Allamand y Alberto Espina se habían jugado para proclamar como candidato presidencial del sector a Joaquín Lavín. En esa ocasión, el hoy ministro fue uno de los promotores de que RN tuviese candidato propio y, junto al grupo integrado por Roberto Ossandón, Carmen Ibáñez, Daniel Platowsky e Ignacio Rivadeneira desarrollaron una rápida operación para instalar a Piñera como el candidato de la colectividad, abortando la proclamación de Lavín.

Son amigos, pero su cercanía no llega al plano social, pues el ministro es un hombre mucho menos gregario que Piñera, a quien le gusta veranear en grupo y festejar en choclones. Hinzpeter no sale fuera del horario de trabajo con quienes no están dentro de su esfera familiar y más íntima.

El grado de compenetración entre ambos lo refleja una frase que Piñera solía repetir a todos en el comando: "Cuando habla Hinzpeter, es igual a que hable yo".  Frontal y directo, tal como su jefe, no tiene pelos en la lengua y no le importa hacerse de enemigos. Pero como político veterano, las peleas son sin rencores. En la última campaña, las relaciones con Allamand se resintieron, al punto de que ya siendo ministro del Interior llegó a decir, a propósito del libro que escribió junto a Marcela Cubillos, que "nadie puede escribir de aquello que no formó parte". Y es que en todas las disputas al interior del comando, el apoyo del candidato siempre se cargó para el lado de Hinzpeter.

El ministro nunca probó suerte en política de manera independiente. Su gran y único proyecto fue llegar a La Moneda con Piñera, a quien, aseguran, conoce mejor que nadie.

Es un escudero a toda prueba que asume culpas que no siempre son suyas. Uno de esos casos se produjo en el acto de proclamación en el Arena de Santiago, cuando se prohibió el ingreso del diario La Nación al recinto, responsabilidad que asumió Hinzpeter.

A la hora de elegir quién sería el jefe de su gabinete, nadie dudó sobre quién sería el favorecido. Pero el olfato que mostró la dupla en la campaña no ha sido tan eficaz ya instalados en Palacio.

Todos los dardos por las debilidades en la conducción política han sido atribuidos, con justicia o sin ella, a Interior. A Hinzpeter le ha resultado complicado asumir el liderazgo del gabinete, sobre todo por el estilo de Piñera. Tampoco le ha sido fácil vincularse con los dirigentes de la UDI y está claro que la relación con el ministro Pablo Longueira no será fácil.

Si bien se comparó a la dupla Montt-Varas para graficar su cercanía con el presidente, tal como en el caso del Manuel Montt y su ministro del Interior, lo cierto es que a él no le gustaría seguir el mismo destino que el poderoso secretario de Estado del siglo XIX. En 1861, las disputas políticas en su sector le impidieron a Montt levantar como candidato a su ministro más preciado y debió conformarse con un abanderado de consenso. Pese a que ha reiterado en repetidas ocasiones que no pretende ser candidato, precisando que "sería incompatible" con ser un buen ministro del Interior, cuesta mucho creer que no le guste ser considerado en la lista. Eso se vio reflejado con las declaraciones que hizo el año pasado sobre el proyecto de una nueva derecha que a él le gustaría encarnar.

Las presiones de la UDI para sacarlo de La Moneda quedaron en evidencia con la  carta que firmó casi la totalidad de los diputados de la UDI en que establecían su posición respecto al Acuerdo de Vida en Común. Era un mi-sil directo contra el ministro, pues defendía la "aspiración" del partido a "tener su proyecto propio" y su derecho a "tener la mayor participación posible en las decisiones del gobierno".

Un mensaje similar al que había dado Jovino Novoa en febrero, al poco tiempo de que se incorporaran Matthei y Allamand al gabinete.

Dada la relación que han construido a lo largo de 20 años, Piñera iba a defender a su ministro a toda costa, aun cuando el epílogo de la crisis que llevó al segundo ajuste de ministros haya significado un triunfo para la UDI y su hombre de confianza haya salido debilitado. La tarea ahora es entrar a corregir los errores que el presidente reconoció haber cometido.

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