Por Andrés Velasco y Francisco Javier Díaz Mayo 19, 2011

¿Quién capitaliza la crisis del capitalismo? Al comienzo del reventón financiero internacional, los progresistas europeos pensaban que serían ellos los fortalecidos por este episodio. Mal que mal, suponían, la crisis demostraba el fracaso del dogma del laissez-faire.

Y lo que ocurrió en un inicio pareció darles la razón. Los estados tuvieron que salir a rescatar a los mercados. Se vivió un revival keynesiano. La crisis bancaria se contuvo gracias a la acción de los gobiernos y los bancos centrales. El mundo no tuvo que vivir una segunda Gran Depresión.

Hasta ahí iban bien. Pero justo cuando la crisis financiera empezaba a amainar, explotó la crisis fiscal. Muchos países se encuentran allí, al borde del default. Pocos se acuerdan que en EE.UU. y buena parte de Europa gobernaba la derecha cuando se gestó y gatilló la crisis financiera. Pero los votantes tienen muy claro que Obama en EE.UU,, Papandreu en Grecia, Zapatero en España y los laboristas en Irlanda -todos de centroizquierda- hoy deben hacer los dolorosos ajustes.

¿Quién paga mayoritariamente la cuenta? Los progresistas. ¿Quién capitaliza? La derecha y -en algunos casos como Finlandia, Suecia, Francia y Holanda- la extrema derecha.

Con esta realidad debieron lidiar los asistentes europeos a la última versión de la Cumbre Progresista,  efectuada en Oslo la semana pasada.

En los países donde aún gobierna, la centroizquierda enfrenta serias dificultades. Uno de los invitados estelares de la Cumbre fue, precisamente, el primer ministro de Grecia. Mientras se dirigía a los asistentes, en Atenas los opositores marchaban por las calles y en Wall Street cundían los rumores de un default griego, que Papandreu se apuró en desmentir. Otro invitado, el vice primer ministro de Irlanda, Eamon Gilmore, describió con algo de ironía el plan del nuevo gobierno de emergencia de ese país: "Security, opportunities, social investment", o sea, S.O.S.

Ahora… la derecha tampoco lo hace tan bien. El niño símbolo de la nueva derecha, Nicolás Sarkozy, cae y cae en las encuestas y da la sensación de que se lo ha llevado faranduleando todo su período. Merkel ya no es lo poderosa que era y pierde elecciones locales. La alianza Tory-Lib Dem en Inglaterra se desploma por el lado de los liberales, sin que Cameron tenga el respaldo para desechar ese pacto. Y, Berlusconi, una vez más, pende de un hilo.

Entonces, la respuesta para el progresismo puede no ser el asertivo "Yes, we can", pero al menos se acerca a un "Maybe we can".

Por lo pronto, hay liderazgos promisorios. La líder de la socialdemocracia danesa, Helle Thorning-Schmidt, puede ganar las próximas elecciones, a la vez que el flamante dirigente de la socialdemocracia sueca, Hakan Juholt, es también una figura interesante. En España, el anuncio de Zapatero de no presentarse a las elecciones del 2012 ha significado un alivio para los votantes de izquierda, recuperando algo de terreno para las próximas elecciones locales. Si el PSOE tiene la valentía de arriesgar con un liderazgo nuevo, como Carme Chacón (y claro, si la economía no se desploma en el año que falta), puede terminar dando una pelea que hace poco daban por perdida. Y bueno, el otro liderazgo inmensamente promisorio en el contexto del socialismo europeo era el de Dominique Strauss-Kahn…

El instinto centrista no es sólo económico, sino político. Los asistentes a la Cumbre Progresista tienen muy claro que en las últimas décadas obtuvieron sus mayores triunfos electorales con líderes que supieron modernizar su discurso y capturar el centro, en Europa y en el resto del mundo.

Pero tan importante como los liderazgos es la plataforma que se presentará. ¿Existe algo cercano a un ideario de la centroizquierda? ¿Existen principios y políticas que puedan orientar una recuperación? Claro que sí.

No hay discursos acabados, pero sí comienzan a apreciarse propuestas interesantes. Por ejemplo, hay consenso en hacer del progresismo el principal domicilio para el desarrollo sustentable. Incorporando a ese inmenso mundo social que apoya la causa ambientalista, los progresistas se pueden mostrar como el bloque que mejor combinará el crecimiento económico con el cuidado del medioambiente.

Otra causa que parece comenzar a prender en la socialdemocracia europea es la reforma del Estado. Es una reforma difícil, sin duda, sobre todo al considerar que muchos de los sindicatos de funcionarios públicos son dominados por ellos mismos. Pero el costo de no hacer nada está demostrando ser infinitamente mayor. El déficit fiscal de países como Grecia, España o Portugal termina achicando el Estado a machetazos y recortando beneficios sociales. Y la ineficiencia y la mala calidad de los servicios públicos suele ser un tema de campaña contra la centroizquierda.

Los progresistas europeos se felicitan por haber usado la política fiscal para combatir la crisis, pero se dan cabezazos contra el muro por no haber reducido más la deuda pública antes. "Por qué no tuvimos superávits fiscales más grandes en la época de vacas gordas", se preguntan hoy irlandeses y españoles. Por eso, el actual gobierno de Irlanda discute adoptar una regla fiscal que a los chilenos nos resultaría muy conocida.

Una tercera causa que reaparece es la igualdad. En el último cuarto de siglo la distribución del ingreso se ha deteriorado en casi todos los países avanzados. Ha surgido una nueva clase de superricos, muchas veces ligados a la industria financiera. Lo decía Ed Miliband, nuevo líder laborista inglés: el nuevo problema europeo no es tanto la diferencia entre ricos y pobres, sino que entre ricos y clases medias.

Surge entonces un concepto interesante. Tan importante como la redistribución vía impuestos y gasto público (que en Europa opera fuertemente) es la "predistribución": aquellas instituciones formales e informales que impiden que el ingreso y las oportunidades se distribuyan equitativamente. Un ejemplo: las estratosféricas remuneraciones de los ejecutivos financieros, a los que no se reguló suficientemente porque amenazaban con emigrar de la City de Londres o de Frankfurt hacia Wall Street o Hong-Kong. Ése es un problema de predistribución, no de redistribución. Lo mismo con la influencia del lobby o las prácticas anticompetitivas de las empresas. O con los bolsones de desempleo urbano: no hay política redistributiva que pueda volver equitativa una situación en que muchos no tienen ni empleo ni ingreso alguno.

Ahora, el progresismo europeo no se pierde ni cae en confusiones que aún aquejan al progresismo en otros lares: no se puede redistribuir la riqueza que no existe. El crecimiento, la innovación y la productividad siguen siendo objetivos progresistas.

El instinto centrista no es sólo económico, sino político. Los asistentes a la Cumbre Progresista tienen muy claro que en las últimas décadas obtuvieron sus mayores triunfos electorales con líderes que supieron modernizar su discurso y capturar el centro, en Europa y en el resto del mundo: Clinton y Obama en Estados Unidos; Blair en Gran Bretaña; Felipe González en España. El desafío es hacer lo mismo en este escenario post-crisis tan distinto. ¿Pueden lograrlo? Con un poco de audacia, maybe they can.

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