Por Alfredo Jocelyn-Holt Marzo 31, 2011

¿Qué oposición requiere y se merece Chile? ¿Qué se espera de ella? Éstas son preguntas con que la Fundación Chile 21 llama a reflexionar en paralelo a otras iniciativas que andan dando vueltas en estos días. El documento "futurologista" de Lagos con sus siete grandes desafíos para Chile y el llamado del PS Andrade a "reload" la Concertación apuntan al crítico momento en que está sumida la supuesta oposición.

Supuesta porque la verdad es que nadie reconoce, y menos los concertacionistas (por eso otros tenemos que entrar al ruedo), que en Chile no hay oposición. Lo que hay son restos de una coalición de partidos de centroizquierda que fue fundada para circunstancias muy diferentes, que cumplió su propósito con creces (gobernó por veinte años), pero no pudiendo seguir con su propio éxito y habiéndose desgastado en el poder, terminó derrotada. De eso hace más de un año. Del desgaste se dista más; quizás el fenómeno habría que remontarlo a los dos últimos gobiernos (sin el voto PC ni Lagos ni Bachelet habrían llegado a La Moneda), aunque para demostrarlo se precisaría de una historia aún por escribirse.

Indicadores de que no existe oposición abundan. Se ha sugerido -exageradamente por cierto- que el de Piñera sería el quinto gobierno de la Concertación. Le roba banderas tradicionales a la centroizquierda -Barrancones, reforma fiscal, los mineros, el posnatal- a fin de crear o afianzar una "nueva mayoría", y sigue contratando a Los Jaivas para animar la fiesta (en palabras de Mario Mutis, "Menos mal que nos siguen considerando"). El presidente -un DC in péctore desde que se alimentara de leche materna- no deja de coquetearle a la DC, flirteo que a las directivas puede que no les guste, pero ¿y al electorado DC?; al millón de votos que vienen perdiendo, ¿se les mueve o no el piso con tan diestro juego del gobierno?

Es tal la falta de oposición concertacionista que el gobierno, como en los primeros tiempos de la teogonía griega, se da el lujo de engendrar a sus principales oponentes potenciales o reales de sus propias entrañas; a los medios les interesa mucho más lo que ocurre en Suecia que en París-Londres. En las universidades públicas, que son las únicas que políticamente pesan, los asilados concertacionistas (igual de atropelladores que cuando llegaron a México) se hacen de facultades e institutos enteros pero son incapaces de manejar el patio y producir recambios generacionales; si Lagos Weber, la Tohá y Orrego siguen siendo sus "valores más jóvenes" y un Girardi domesticado preside el Senado, no hay nada que agregar, todo está dicho.

Los ingleses, que son maestros en esto de tener oposición y atribuírsela legítimamente incluso al monarca ("Her Majesty´s Opposition) para así equilibrar a su gobierno ("Her Majesty´s Government"), se sorprenderían de nuestro amiguismo endogámico crónico. Lord Randolph Churchill sostenía en 1830: "El deber de una oposición es oponerse". A lo que agregaría y aclararía mejor aún el Earl of Derby en 1841 al aseverar: "El deber de una Oposición es muy simple: consiste en oponerse a todo y proponer nada". Argumentos que, entre nosotros, producirían excomunión inmediata en no poca medida porque la Concertación y sus gobiernos consagraron otra lógica: todos somos fraternos (seámoslo o no), todo se termina por cuotear, consensuar, transar, nadie se arranca a los extremos, todos somos centro, como con las gaseosas; habiendo sólo dos y no se ve el envase ni la etiqueta, hinchen o no, da lo mismo, uno igual traga lo mismo.

La Concertación se acostumbró al poder, estrecho y mal entendido como La Moneda, y al perderlo se quedó sin nada. Habiendo abusado de su vocación de poder, y habiendo olvidado lo que los fundó como fuerza potente despreciaron la vocación de limitación de poder y sus agentes más idóneos: los partidos (no el clientelismo partidista), el Congreso y la sociedad civil.

No hay que perderse, el de Piñera es el quinto gobierno que sigue la misma lógica ideada como hipótesis, en su momento, por Jaime Guzmán, recogida luego por el finado Boeninger y puesta en práctica por la Concertación. Por tanto,  ¿cómo, entonces, va a haber oposición? No habiéndola en estricto rigor en lo que se refiere a políticas fiscales, constitucionales, militares, electorales, educacionales, internacionales, laborales, étnicas, televisivas y un largo etcétera, plantearse un escenario distinto al consensual anterior es ocioso. Que se haya preferido y se siga insistiendo en la disciplina y en el "trazado de la cancha" en sí no es algo necesariamente objetable, pero admitamos al menos que habiéndose elegido este curso se hace poco posible o no se da lugar ni  espacio a una oposición entendida en su más pleno sentido. Si a ello le agregamos que hasta el PC se muestra inclinado a sumarse últimamente, ¿de qué oposición podríamos estar hablando, o siquiera imaginándonos como alternativa posible? Dicho de otro modo, bastaría que se quebrara el consenso en sólo uno de estos puntos y ahí, quizá, habemus oposición. A un escenario de ese tipo apuntaba la propuesta de una nueva Constitución que hicieran algunos al inicio de la campaña de Frei (Océanos Azules) concitando entusiasmo ciudadano, pero sabemos cómo desde dentro se abortó de cuajo dicha estrategia y Frei finalmente perdió.

El tema constitucional es la madre del cordero. Los ingleses lo saben y por eso inventaron la idea de oposición, concretamente que la crítica a una administración puntual y coyuntural es tan parte del orden gubernamental como lo es la administración ejecutiva misma (Walter Bagehot). Los intereses del país pueden estar tan bien servidos por una oposición leal como por el gobierno, por eso la idea apunta no a una facción o a partidos meramente contrincantes sino a posibles sustitutos disponibles ("gobiernos en la sombra" que fuera del gobierno recitan a toda hora el verbo fiscalizar) que, de llegar a sobrevenir una crisis, pueden hacerse de la dirección del país. "Lo cual presupone una forma de gobierno en que un máximo de unidad dentro de un partido se combina con un máximo de separación entre las funciones de gobierno y el partido que las oficia" (Roger Scruton). En otras palabras, incluso partidos de gobierno -la UDI, por ejemplo- pueden llegar a ser también oposición. Pero, conste que si la UDI puede ser oposición, ¿en qué queda la Concertación? Me ahorro los abundantes ejemplos históricos chilenos de nuevas o cambiantes alianzas que confirmarían la posibilidad de semejante escenario.

El problema con la Concertación en este tema es que se acostumbró al poder, estrecho y mal entendido como La Moneda, y al perderlo se quedó sin nada. Es más, habiendo abusado de su vocación de poder, y habiendo olvidado lo que los fundó como fuerza potente (que se puede ser tanto más eficaz en producir el cambio desde fuera del gobierno que desde dentro) despreciaron esa otra gran idea más propiamente política, la vocación de limitación de poder y sus agentes más idóneos: los partidos (no el clientelismo partidista), el Congreso y la sociedad civil.

Mi impresión es que los causantes de este descalabro fueron los padrinos partidistas y los tecnócratas, es decir, el partido-no-partido "transversal" en que convirtieron a la Concertación que ahora paga la cuenta. Los caciques de partidos sabemos en qué están: en lo que siempre han estado. Lo que es los técnicos, me cuentan que están a la expectativa, guardando su tiempo, esperando que el gobierno y su sucesor (dan por hecho que no vuelven todavía) pasen a mejor vida y venga otra oportunidad y entonces retornan, a no ser que los llamen para alguna pega puntual a la hora de los aperitivos a todo volumen, como a Los Jaivas.

Con gente así, blindada, feliz de la vida en el "exterior", gozando de las delicias de la intemperie, no se hace oposición. Bachelet, su mejor ejemplo: una apuesta o comodín electoral liderando encuestas, ahora en "stand by". En fin, no hay oposición en Chile. Y qué mejor prueba de que es así que lo que se palpa y se siente. Si sobreviniera una crisis, y las crisis son propias de la política, la supuesta oposición, la Concertación, aun si quisiera, no podría ser gobierno, y eso lo sabe el electorado, también la derecha y el gobierno. Por eso a todos se les ve tranquilos.

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