Por Cony Stipicic H. Junio 4, 2010

Su oficina es una mezcla de sobriedad clásica y moderna. El escritorio no está dispuesto como el de cualquier rector. No hay un gran mueble de madera pesada y oscura que mire al horizonte y marque distancia con el interlocutor. Es una mesa de vidrio sobre metal, instalada contra la pared y encima un notebook que insistentemente alerta la llegada de mails.

Carlos Peña González -50 años, dos veces casado, cuatro hijos- egresó del Liceo de Aplicación y proviene de una familia de clase media. Estudió Derecho en la UC y es probable que el contexto político y social que ahí le tocó vivir no sólo contribuyera a exacerbar su evidente timidez, sino también delineara las grandes obsesiones de su pluma.

Fue la Católica de esos años, en un ambiente conservador -donde Jaime Guzmán era amo y señor de los pasillos-, la que forjó el talante del joven abogado que, en forma paralela, decidió también estudiar Sociología.

Su carrera la inició como profesor en la UDP. Sus alumnos recuerdan su memoria privilegiada. Se sentaba sólo con su lapicera y hablaba por más de una hora como si estuviera leyendo un texto preparado con anticipación. Sin pausas o cacofonías, coherente y entretenido, con comas y guiones intercalados.

Pese a que en sus inicios coqueteó con Marx, el actual rector de la UDP transitó tempranamente al liberalismo. Su afición por los debates de la filosofía política contemporánea marca sus columnas dominicales en El Mercurio. Admirado acérrimamente por algunos y criticado vehementemente por otros, se instaló en la escena como el principal columnista del país y también como el opositor número uno de la República.

El martes fue invitado al almuerzo que organizó el presidente con un grupo de columnistas en La Moneda. Hizo llegar sus excusas: problemas de agenda. "Pero en cualquier caso, no soy capaz de advertir el sentido de ese encuentro: ¿Qué otra cosa podría uno decir en una reunión como esa -en tanto líder de opinión, como suele decirse- que lo que ya dijo en las columnas?".

-¿Se siente un opositor?

-Si por opositor se entiende una persona que procura, ante todo, ser fiel a lo que cree y a lo que piensa, le moleste a quien le moleste, me resulta una definición razonable. Después de todo, no tengo interés en cultivar redes sociales o capital simbólico, ese tipo de cosas por las que tantos en Chile transpiran.

-¿En qué cree Carlos Peña?

-Pienso que el universo está en silencio y que para orientarnos en él, y en los dilemas de la existencia, no contamos más que con las virtudes terapéuticas de la razón y el diálogo. Creo en el valor de la autonomía, en la capacidad de vivir la vida conforme al propio discernimiento. Y en el valor de la independencia, o sea, en  la capacidad de someterse nada más que a la voluntad propia.

-Eso lo podría situar a la derecha...

-Es probable. Creo en la razón. La razón, los argumentos, la evidencia de que uno dispone es algo que nos ayuda a hacer la vida más amable y a cometer pocos errores. Bueno, y no creo en muchas cosas...

-¿Como qué?

-No tengo una fe religiosa. En ese tipo de cosas no creo. Desgraciadamente, no logran conmoverme.

-¿Y cree en el mercado?

-El mercado permite que cada uno viva conforme a sus propias elecciones: se ajusta al ideal de una vida vivida conforme al propio discernimiento y no al ajeno. Nada de eso debe conducir, sin embargo, a la tontería de pensar que el mercado permite resolver todos los problemas. Tiene una importantísima dimensión moral, pero posee fallas importantes.

-¿Cuáles son esas fallas?

-Varias. Desde luego, las preferencias que cada ser humano busca satisfacer en el mercado no vienen con él -como ocurre, en cambio, con sus características físicas-, sino que se forjan en el diálogo con los demás. Y la práctica democrática -en la que nos reconocemos como iguales- es la que realiza este valor del diálogo. De ahí que la democracia no sea una forma imperfecta de mercado, como a veces se cree, sino que tiene un valor autónomo. El caso de la vida familiar y sexual es un buen ejemplo: si atendiéramos a las preferencias debiéramos oír a los homofóbicos, pero nuestro discernimiento nos indica que aunque fueran mayoría no debiéramos escucharlos. Para todo eso necesitamos diálogo en condiciones de igualdad y no sólo de mercado.

El episodio Gabriel Valdés

-¿Está consciente de que la derecha lo quiere muy poco, especialmente el mundo de los conservadores?

-Me sorprende -a juzgar por los mails anónimos y ese tipo de cosas- ver que a veces de mis opiniones provocan odio. Por supuesto ese odio -aparte de las bromas que uno podría hacer al respecto- no es, en ningún caso, recíproco: yo sólo intento mostrar que las ideas y prejuicios del conservantismo chileno son profundamente erróneas. Pero no hay nada personal en eso: desde mi punto de vista, algunos conservadores son la mejor prueba de que gente buena, e incluso amable, puede estar equivocada o creer cosas estúpidas. Dicho eso, no tengo ningún problema con amargarles, de vez en cuando, el domingo.

"Desde mi punto de vista, algunos conservadores son la mejor prueba de que gente buena, e incluso amable, puede estar equivocada o creer cosas estúpidas. Dicho eso, no tengo ningún problema con amargarles, de vez en cuando, el domingo".

-¿Le provoca algo de adrenalina generar esa reacción?

-No. Yo escribo las columnas con responsabilidad. Lo hago porque me seduce la absoluta fugacidad que tiene el periodismo. Pero no escribo con ánimo de irritar... escribo lo que pienso.

-Consciente de que provocará.

-No suelo pensar en las consecuencias de lo que escribo, pero tengo plena conciencia ex post de cuán molesto soy. Sí me llama la atención que el asunto llegue a niveles de odio personal... El columnista no soy exactamente yo.

-¿Qué diferencia al columnista del rector, por ejemplo?

-Todos desempeñamos roles. Uno se somete a un conjunto de expectativas que no son sus puras objetividades. Cuando escribo hay muchas cosas que pertenecen a mi subjetividad que quedan en el tintero. Y está muy bien que sea así. No tengo una columna para dar a conocer mi subjetividad, sino para dar opiniones razonadas, contribuir a alinear el debate público y, sobre todo, para oponerme a esos mismos grupos que sienten un malestar conmigo. No hay nada que me provoque más placer que molestar a los grupos conservadores. Porque creo que están profundamente equivocados, y en todo lo que esté de mi parte persistiré en el intento de demostrarlo.

-¿Ésa es su cruzada?

-No, no. Es simplemente un propósito personal.

-¿Un gustito personal?

-Tampoco. Pero si uno cree que hay un grupo de personas que se aferran a un conjunto de prejuicios y de errores, es un deber intelectual que uno haga todo lo posible porque la mayoría no les crea. Ahora, que les moleste o no les moleste, es lo que menos podría importarme. 

"No hay nada que me provoque más placer que molestar a los grupos conservadores"

-¿Por qué eligió "invadir" territorio enemigo? Estudió en la UC, escribe en El Mercurio...

-No, ésos son simplemente azares. Ninguna vida humana se construye así deliberadamente. Yo entré a estudiar a la Católica porque mi cuñado estudiaba ahí. Eso fue todo. Es una muy buena universidad.

-¿Y por qué prefirió escribir columnas en El Mercurio?

-(Ríe) No es que haya preferido. Tuve la oportunidad de hacerlo semanalmente en El Mercurio y la tomé.

-¿Se considera un privilegiado o un meritócrata?

-Ni una ni otra cosa. Para quien sepa cómo se distribuyen las oportunidades educacionales en Chile, presumir que uno está en un lugar por méritos es olvidar cómo son las cosas. En Chile, las posiciones sociales y las oportunidades educativas se distribuyen al compás de las pertenencias de clases, lo que se llaman diferencias de inteligencia, medidas por pruebas de selección universitarias y ese tipo de cosas, que acaban siendo, finalmente, diferencias de clase. Yo no presumo tener ni méritos ni nada. Estoy donde estoy por una mezcla, supongo, de desempeño y de azar, como todas las personas.

-¿Alguna vez ha pensado dedicarse a la política?

-No.

-¿A qué aspira profesionalmente el rector de una de las universidades privadas más importantes? ¿A la Universidad de Chile?

-No. La Chile tiene gente muchísimo más talentosa. Toda mi vida me he dedicado a la universidad y preferentemente a la UDP. Me he ganado la vida solamente aquí y me dedicaré siempre -no sé si desde la posición de rector- a la cuestión académica. De eso no cabe duda.

-¿Qué objetivo busca al escribir: influir, ganar poder?

-Simplemente dar a conocer los puntos de vista en los que creo respecto de cuestiones que acontecen en la esfera pública. No hay un objetivo ulterior.  Sé que es difícil de entender…

-Suena ingenuo...

-Por supuesto que la columna es una forma de ejercer poder. Una de las definiciones del poder es justamente la capacidad de influir. Aunque convengamos que hay diferencias entre ejercer poder de cara a los lectores, bajo la firma y la foto, que hacerlo, como muchas personas en Chile, mediante influencias subterráneas. La influencia mediante la palabra está entregada al discernimiento ajeno y -a diferencia de las sendas ocultas, tan propias de una sociedad endogámica como la nuestra- se somete al control público.

"La columna es una forma de ejercer poder. Una de las definiciones del poder es justamente la capacidad de influir. Aunque convengamos que hay diferencias entre ejercer poder de cara a los lectores, bajo la firma y la foto, que hacerlo, como muchas personas en Chile, mediante influencias subterráneas".

-¿Se siente en una posición de superioridad moral?

-No, para nada. ¿Por qué?

-Saberse en posición de poder e influencia puede derivar en eso...

-No presumo de estar en una atalaya que me permita ver más y mejor que los demás. Algo así es lo que pretenden un cura o un obispo, no yo. ¿Cómo podría pretender superioridad moral quien, como yo, domingo a domingo formula una opinión con su firma y su foto y la somete al juicio de los lectores? Lo que ocurre es que en Chile, seguramente por la endogamia, nos hemos acostumbrado al argumento ad hóminem; o sea, al razonamiento conforme al cual el valor de un punto de vista depende de las cualidades de quien lo formule. No es así. Yo invito a todos quienes participan de la esfera pública a hacer esa distinción. Uno no presume que lo haría mejor cuando critica a otro. Eso es lo que yo una vez le critiqué a Gabriel Valdés. Él es una persona que cree que porque él conoce familiarmente a la gente o el origen social de las personas está en condiciones de avalar cuán correctas o no son sus opiniones. Eso es algo de lo cual yo no estaría dispuesto a participar.

-Eso generó en su momento la reacción de la mujer de Gabriel Valdés…

-Yo andaba de viaje, así que no me enteré. Es de las cosas más... bueno, no tan incomprensibles, la verdad es que era bastante comprensible.

-Ella publicó una carta, acusándolo de un cierto resentimiento, carta que usted nunca contestó.

-No, no le contesté, porque me pareció una carta tan de una señora de cierta edad... De nuevo, un intento de decir que las opiniones de tal persona son incorrectas por sus características personales. No estoy dispuesto a participar de ese juego. No creo que las opiniones de un conservador sean erróneas por sus características personales. Pero tampoco es razonable el argumento contrario, es decir, que inventen una razón psicológica de resentimiento o cualquier cosa semejante para sostener que las opiniones que uno emite son erróneas. Creyendo, como creo, en las virtudes terapéuticas de la razón, no participo de eso. Estoy dispuesto a discutir mis argumentos y mis razones y me río de quienes hacen estos argumentos.

"No hay nada que me provoque más placer que molestar a los grupos conservadores"

¿Qué pienso de Piñera?

-Al leer sus columnas, da la sensación de que usted siente cierto desprecio por el estilo de Piñera. ¿Es así?

-No. No es un desprecio.

-¿Una diferencia profunda entonces?

-Es probable. No tengo nada contra Piñera. Que quede claro, como tampoco tuve ni tengo nada contra el cardenal o contra Lagos. Aquí no hay nada personal. No soy una persona que tenga ese tipo de pasiones. La vida personal de cada uno de ellos me tiene sin cuidado.

-¿Cuál es el problema?

-Piñera tiene muchas virtudes. La principal de todas es que en la historia política de Chile no existe otro personaje con más resiliencia que él. No conozco a otro capaz de levantarse una y otra vez, porfiadamente, hasta lograr sus objetivos. Él ha participado en incidentes que a cualquier otro lo habrían hecho desaparecer. Así y todo nunca se ha sacado la sonrisa del rostro y ha ido adelante. Eso prueba que la voluntad, un recurso fundamental de los buenos políticos, está presente en Piñera. Y tampoco cabe ninguna duda que es un hombre extremadamente inteligente. Pero, al mismo tiempo, posee un narcisismo absolutamente exagerado. Y aunque en política ése es un rasgo muy importante, en el caso del presidente es tan acentuado que lo lleva a no tener iguales.

 

-¿En qué se traduce eso?

-No tiene algo que es muy importante en la política democrática: capacidad de tomar en cuenta al otro. Por otra parte, tiene un desprecio absoluto por la publicidad representativa: esperamos de los políticos no sólo que sean personas capaces de arremangarse y transpirar frente a las cámaras las 24 horas del día, sino también capacidad de representar los elementos intangibles del poder: la dignidad de la República, cuidado de los valores propios de la vida democrática, cierta solemnidad. Y él no tiene nada de eso, porque no está en su carácter el respeto por los aspectos litúrgicos del poder.

-¿Y eso es peligroso?

-Finalmente, las instituciones políticas no son sólo arreglos para alcanzar soluciones eficientes. La vida social se compone de bienes materiales, cuya consecución debe ser eficiente y eficaz, pero también de elementos intangibles y simbólicos, que son importantes y que Piñera estropea día a día.

-¿Por qué Piñera gobierna Chile hoy?

-Cuando una coalición como la Alianza derrota a otra tan exitosa como la Concertación, la explicación es doble. Ganó porque lo hizo mejor y porque la Concertación no estuvo a la altura. Piñera en la campaña apeló a un segmento del electorado que se movió desde la sombra de la Concertación hacia un anhelo de mayor modernidad.

-No es que la Concertación haya perdido, como han dicho varios de sus dirigentes.

-No tengo una gran opinión ni del discurso de Piñera ni de su desempeño, pero eso no conduce a que yo me ciegue y crea que no es un gran político: es un muy buen político. Lo que pasa es que no es una persona cuyas ideas me identifiquen ni con cuyo estilo me sienta subyugado. Además, la Concertación no estuvo a la altura. El candidato que se le opuso a Piñera fue Eduardo Frei, que es un hombre que, puesto al lado de Piñera, no tiene ventajas. No tiene esa inteligencia burbujeante ni esa aura de hombre exitoso e innovador. O sea, Frei fue un muy mal candidato.

-¿Cómo se imagina el país en cuatro años más?

-Es probable que mejor. No creo que Piñera lo vaya a hacer mal. Lo que está en cuestión es cuánto fortalecerá o no a los partidos de derecha. Es probable que esté en un momento similar al que estuvo Jorge Alessandri, quien intentó hacer un gobierno despegado de los partidos, y todos sabemos cómo concluyó: con un grave daño a éstos. La derecha en Chile siempre ha desconfiado y ha descreído de los partidos y nunca ha confiado en las rutinas partidarias ni en los políticos profesionales. Y eso es malo. Su gran problema es, como dijo Jorge Schaulsohn, que éste es un gobierno más de Piñera que de la derecha.

-¿Piñera debiese abocarse a un proyecto refundacional de la derecha?

-La  derecha en Chile nunca ha zanjado el debate entre un estilo cultural y político conservador y otro más liberal. Siempre he pensado que Piñera tiene la oportunidad histórica de hacerlo, y de contribuir a hacer una derecha más liberal, menos atada a los valores conservadores, muchísimo más comprometida con las libertades públicas.

"No tengo una gran opinión ni del discurso de Piñera ni de su desempeño, pero eso no conduce a que yo me ciegue y crea que no es un gran político: es un muy buen político... En la historia política de Chile no existe otro personaje con más resiliencia que él".

¿La DC sola?

-Usted escribió que la Concertación está en el suelo. ¿Qué tiene que hacer para pararse?

-Tiene que renovarse. Y ese renovarse sí es una cuestión generacional. Hay un cierto ánimo en los cuadros más viejos de la Concertación que parece estar convencido de que ahora hay que abrochar bien las cosas, para que el supuesto legado histórico se mantenga incólume. Con ese ánimo, propio de un moribundo, no se hace política. Y el gran problema de la Concertación es que ésas son hoy las voces hegemónicas. Para qué estamos con cosas: renovar la política tiene que ver con una cuestión de edad. Necesitamos la insolencia de gente más joven.

-Pasados estos 4 años: ¿la Concertación será la misma?

-La gran incógnita en los próximos años es si tendremos un proyecto de centroizquierda similar a la Concertación, es decir, una alianza entre la izquierda socialdemócrata -socialistas y PPD- y la DC. O si ese proyecto se despegará de la DC. Ésa es la gran cuestión.

-¿Y la DC sola o aliada con la derecha?

-La DC sabe que sola no llega a ninguna parte. Un proyecto de centroizquierda o de izquierda aligerado importa un empujón a la DC hacia la derecha, y eso implicaría construir una fuerza de centroderecha. Lo que enseña la historia política de Chile en el siglo XX es que siempre logró dominar el Estado quien se hizo del centro.

-O sea, la DC es la niña bonita de la fiesta...

-Es que siempre en los sistemas políticos quien se hace del centro tiene de su lado la victoria. En el caso de la DC , se trata de un centro que en cuestiones culturales y sociales suele ser bastante conservador. Y la izquierda en Chile anhela una agenda bastante más liberal. Entonces, la DC opera como un lastre.

-Pero eso se contradice con la tesis de que con el centro se logra el poder. La estrategia sería, entonces, equivocada.

-Es lo que creo, pero siempre hay dos maneras de ver las cosas. A veces, soportar la derrota en el corto plazo es la manera de ganar en el largo plazo. En eso consiste la política, en arbitrar estos dos tiempos históricos. Si el objetivo de la izquierda es simplemente ganar la próxima elección a cuatro años plazo, no cabe ninguna duda de que debe aferrarse a la DC.

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