Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Marzo 20, 2010

Dicen que el primer conflicto de interés lo vivió Adán cuando Dios lo puso a cargo del Árbol del Bien y del Mal. Y ya sabemos como terminó eso. Los conflictos de interés han existido desde los albores de la Humanidad, aunque recientemente aquí hayan tomado mayor relevancia al asumir un nuevo presidente y, con él, un gabinete con dilatada trayectoria en el sector privado. Esto ha sido amplificado por las dificultades que ha tenido Sebastián Piñera a la hora de vender la totalidad de las acciones que posee en LAN y de completar el traspaso de Chilevisión a una fundación.

Después de varios años de trabajo en el sector financiero, he tenido que enfrentar una cuota importante de conflictos de interés. Quisiera compartir algunas reflexiones acerca de estas experiencias.

En mis primeros años laborales, como analista de inversiones, aprendí de conflictos de interés. Por un lado, el que surge entre dar una visión objetiva e imparcial a un cliente sobre una determinada acción, y, por otra parte, no afectar adversamente la relación con la compañía que uno cubre como analista. Quizás muy parecido al conflicto que viven los periodistas que cubren empresas. Si bien existen reglamentos y códigos de conducta que buscan eliminar o mitigar muchos de estos dilemas, son de una naturaleza tal que descansan mucho en el buen criterio de la persona y en la preocupación por su reputación. Por eso, siempre era importante firmar, con nombre y apellido, los informes que enviaba a los clientes.

Menos espacio para la discreción existía al momento de enfrentar otro conflicto de interés muy presente en el sector financiero: poner el beneficio personal antes del de los clientes; por ejemplo, comprar antes de que se publique un informe favorable a una empresa o vender antes de que un cliente grande lo haga.

En este sentido, las reglas deben ser de diáfana claridad, de manera de prohibir cualquier tipo de conducta impropia o abiertamente ilegal. No es posible mitigar: hay que eliminar el conflicto drásticamente.

Más adelante, trabajando en una AFP, en el área de inversiones, los conflictos eran aún mayores. Esto debido al rol fiduciario que ellas cumplen al administrar el ahorro de otros, particularmente de millones de trabajadores. La normativa vigente es muy estricta respecto del manejo de las inversiones personales de los ejecutivos y de los directores de las AFP. Existe una serie de prohibiciones, restricciones e inhibiciones que buscaban mitigar los conflictos. Además, a menudo, las exigencias internas de las propias administradoras eran aún más drásticas.

Después, he tenido el privilegio de desempeñarme en directorios de empresas, algunas abiertas en bolsa. Nuevamente se enfrentan múltiples casos de conflictos de interés. Por ejemplo, cuando uno toma decisiones personales de inversión, muchas veces expuesto a información que no es de dominio público. En este caso, la difusión pública de información -los directores comunican sobre las acciones que compran o venden- y la infaltable cuota de prudencia permiten mitigar el problema. También se convive con el conflicto entre los intereses de un accionista mayoritario y de aquellos que son minoritarios, particularmente cuando existen transacciones con empresas relacionadas. Nuevamente, mejor que prohibir es enfrentar los dilemas involucrando a un tercero que dé garantías a todos los inversionistas, para asegurar que las transacciones se den en condiciones de mercado o lo más parecido a ello.

Finalmente, he podido experimentar los conflictos de interés que surgen cuando se tienen roles coincidentes en el sector público y privado. Quizás sean los más difíciles de administrar por el desconocimiento -y, muchas veces, abierta desconfianza- que existe entre las personas que provienen de ambos mundos. Los del sector privado no comprendemos a cabalidad el extremo cuidado que debemos tener cuando involucramos intereses públicos. Por ejemplo, entender que algunas prácticas que en el sector privado sí son suficientes para mitigar los conflictos, no necesariamente lo son en el público.

Por otro lado, existen suspicacias excesivas desde el sector público hacia gente proveniente del privado respecto a la capacidad de enfrentar y resolver conflictos de interés. Resulta injusto ver la paja en el ojo ajeno cuando se trata de conflictos de origen económico y no la viga en el propio cuando son de naturaleza política (por ejemplo, nombrar partidarios o parientes, y no al mejor candidato, en cargos financiados por el erario público).

Conflicto habrá siempre y existirán múltiples maneras de enfrentarlos: eliminarlos si es posible, mitigarlos a través de la inhabilitación -cuando proceda-, optar por la difusión pública y transparente. Sin embargo, según mi experiencia, el mayor conflicto de interés, el más difícil de resolver, es aquel que llamo "emocional": el que no nos permite mantenernos enfocados y completamente dedicados al interés superior, eliminando los ruidos que intereses propios puedan generar, aun cuando se cumpla con todas las normas y regulaciones. Porque ahí donde está tu tesoro está tu corazón…

* Director ejecutivo de BlackRock

Relacionados