Por Fernando Paulsen y Kenzo Asahi* Enero 16, 2010

"Inscripción automática y voto voluntario". Dos conceptos que han pasado a ser uno solo en la mente de miles de personas y en la decisión política de decenas de parlamentarios, dispuestos a aplicarlo como un mantra. Porque la idea de voluntariedad asociada a un derecho democrático, como votar, trae poderosas imágenes de libertad. Y es cierto: votar es un derecho que en muchos países conquistarlo significó miles de muertos, postergaciones a minorías por siglos, humillaciones aberrantes.

Pero en la medida que se toma distancia del tiempo de la conquista del derecho a voto, la épica asociada a ese momento, la conciencia de que también se conquistó un deber cívico, comienza a diluirse, hasta que el derecho a voto, en la rutina democrática, se aloja en la exaltación de la individualidad posmoderna, de una decisión más entre tantas otras, dónde comprar o no comprar, ir a la fiesta o no ir, llamar por teléfono al amigo enfermo o no llamar, ponerse abrigo o no ponérselo, votar o no votar, todo parece que se mezclara como parte de una misma lógica de decisiones soberanas del individuo.

Votar en democracia es un acto de transferencia de confianza, una de las decisiones más importantes del ciudadano. El votante deposita lo más valioso de su ser en sociedad, su confianza en otra persona, para que lo represente y promueva su bienestar. En muchos países se considera que votar no sólo es un derecho que todos pueden ejercer, sino también un deber, que todos deberían ejercer. Por eso se establece allí que el voto es obligatorio. Asumiéndose que esta obligatoriedad realza la sensación de deber que se perdió el día en que la memoria evaporó esa épica de cuando aspirar a votar era un sueño prohibido.

Lo obligatorio como progreso

Desde que en 2004 se presentó el primer proyecto de ley para tener en Chile inscripción automática y voto voluntario, nunca se discutió ni comparó en serio esta opción con la posibilidad de que el voto fuera obligatorio. La mera referencia a un acto obligatorio emanado de un derecho parecía contradictoria. Sonaba a retroceso antidemocrático. Y el voto obligatorio no fue tema.

En esta elección, como nunca antes, porque Marco Enríquez-Ominami lo instaló desde su crítica a las exclusiones del sistema, porque la Concertación quería atrapar a la oposición en su rechazo y porque Sebastián Piñera lo asumió como parte de sus ideas rupturistas con su sector, la inscripción automática y el voto voluntario resucitaron. Y cada vez que se planteó ver las ventajas de que el voto fuera obligatorio, transversalmente los profesionales de la política rescataron la idea de retroceso asociada a la obligación de votar.

Desde un punto de vista lógico resulta incomprensible que cumplir el deber de votar se perciba como una imposición intolerable, distinta a otras obligaciones que no se discuten. Cuando el Estado promulga leyes que protegen al chileno de sí mismo -como la obligación de usar cinturón de seguridad- ¿por qué no se levanta un movimiento promoviendo la libertad de cada cual de correr el riesgo que desee?

Desde un punto de vista lógico resulta incomprensible que cumplir el deber de votar se perciba como una imposición intolerable, distinta a tantas otras obligaciones que no se discuten. No hay rebelión contra la obligación de que los niños en edad escolar vayan al colegio. ¿Y si los padres quieren educarlos ellos en su casa? Cuando el Estado promulga leyes que buscan proteger al chileno de sí mismo -como en el caso de la obligación de usar cinturón de seguridad; o casco si anda en moto- ¿por qué no se levanta un movimiento promoviendo la libertad de cada cual de correr el riesgo personal que desee?

Ni hablar de los impuestos, las contribuciones por lo que ya es propio, la obligatoriedad de contar con seguro de salud o acumular dinero en una AFP para cuando se deje de trabajar. ¿No debieran ser materias dejadas a la libertad del individuo?

Todas las medidas anteriores y muchas más se justifican en el beneficio común que significan, en la protección de la vida y en la idea de darles a todos los ciudadanos posibilidades equivalentes de crecer y compensar los desequilibrios de su estado socioeconómico.

Postulamos que en el caso del voto obligatorio, la evidencia empírica obtenida de comparar sistemas voluntarios y mandatorios en muchos países, resalta la idea de que éste es más efectivo que el voluntario para generar condiciones de redistribución de ingreso en países con mucha desigualdad económica, tal como es el caso de Chile.

Más aún: postulamos que en esas condiciones de desigualdad, el voto voluntario a la larga altera los incentivos de la política hacia la postergación de políticas públicas redistributivas; éstas benefician a sectores pobres que -voluntariamente- no participan en las elecciones como votantes en una mayor proporción que quienes no votan y son de sectores más pudientes.

La evidencia es clara y está disponible. A continuación, una reseña de sus principales hallazgos.

El espejismo del voto voluntario

Menores ingresos y participación electoral

En los países donde se ha implementado el voto voluntario, ello ha implicado, en promedio, una menor participación electoral por parte de los ciudadanos con menos recursos. Paradójicamente, quienes más podrían beneficiarse del sistema político -los más desposeídos-, tienden a votar menos.

Los investigadores chilenos Alejandro Corvalán y Paulo Cox (1) concluyen que la proporción de jóvenes chilenos del quintil más pobre, entre 18 y 19 años, que se inscribe en los registros electorales, es la mitad de la que lo hace en el quintil más rico. A modo de ejemplo, plantean en una columna reciente (2) que, si bien en La Pintana hay 8.000 jóvenes entre 18 y 19 años, sólo 300 se registraron para votar en estas elecciones. En contraste, en Las Condes, donde también hay 8.000 jóvenes de la misma edad, 4.000  se registraron para votar (en este ejemplo, la diferencia en la proporción es más de 13 veces).

La tendencia en la así descrita participación electoral en Chile confirma una amplia literatura existente acerca del sesgo social en la probabilidad de acudir a las urnas (3). Sin embargo, existe un acuerdo amplio entre los investigadores que la forma más efectiva de disminuir ese  sesgo social es instaurando el voto obligatorio (4).

Voto Voluntario y menor inversión en políticas sociales

Como consecuencia de lo anterior, los gobiernos de países que introducen el voto voluntario terminarían invirtiendo menos en políticas sociales con respecto a países con voto obligatorio.

El investigador chileno Juan José Matta (5), en un riguroso estudio (6) a partir de evidencia para 70 países, concluye que los países que tienen voto voluntario destinan 16% menos del gasto total del gobierno a gasto social con respecto a países que tienen voto obligatorio. (7)

Postulamos que en condiciones de desigualdad económica, el voto voluntario a la larga altera los incentivos de la política hacia la postergación de políticas públicas redistributivas; éstas benefician a sectores pobres que -voluntariamente- no participan en las elecciones como votantes en una mayor proporción que quienes no votan y son de sectores más pudientes. La evidencia es clara y está disponible.

En la práctica, el voto voluntario podría implicar no sólo una menor inversión en políticas sociales sino, peor aún, una distribución del ingreso más desigual. Los investigadores Chong y Olivera (2008), en otro estudio y a partir de evidencia para 91 países, concluyen que cuando éstos implementan un sistema donde el voto es un deber cívico y donde el incumplimiento de dicho deber va asociado a costos reales -multa, no acceso a servicios gubernamentales-, la distribución del ingreso (medida mediante el coeficiente de Gini) mejora.

A modo de ejemplo: si extrapolamos el aumento en la desigualdad calculado por Chong y Olivera a raíz de la implementación del voto voluntario, Chile podría empeorar su ya desigual actual coeficiente de Gini (54.9), acercándose al de Bolivia (60.1). De esta forma, nuestro país pasaría a estar dentro del 5% de naciones más desiguales del planeta. Hoy está dentro del 12% (8).

La razón por la cual planteamos la conveniencia del voto como un deber cívico no es debido a que pensemos que es positivo per se aumentar la participación electoral, sino porque cuando un país concibe e implementa el voto como un deber, mejora la representación política de la sociedad en su conjunto y, en especial, de los más desposeídos. Paralelamente, la implementación del voto como un deber cívico podría mejorar la distribución del ingreso, aportando a la formación de una sociedad más justa.

A la luz de toda esta evidencia, creemos que es imperativo evaluar seriamente la opción de inscripción automática y voto obligatorio como deber cívico progresista -en contraste con la característica regresiva del voto voluntario- y desapegarlo de las actuales coyunturas ansiosas y oportunistas derivadas de la contingencia presidencial.

* Máster en Administración Pública y Desarrollo de la U. de Harvard e Ingeniero Civil Industrial y Magíster en Ingeniería de la UC

Notas

1. Corvalán, A. y Cox, P. (2010). "Turnout Decline in a Transitional Democracy: Generational Replacement and Class Bias in Chile". Documento de trabajo.
2. El Mostrador (11/01/2010). "Voto voluntario o el desinterés por la igualdad" .
3. Para seis países centroamericanos: Seligson et ál. (1995); para países europeos, Linder (1994) y Powell (1986).
4. Lijphart, A. (1997). "Unequal participation: democracy's unresolved dilemma". American Political Science Review 91, 1-14.
5. Matta, J. J. (2009). "El Efecto del Voto Obligatorio sobre las Políticas Redistributivas: Teoría y Evidencia para un Corte Transversal de Países". Tesis de Magíster, Universidad Católica, Instituto de Economía.
6. Por riguroso, nos referimos al hecho de que el autor controla las variables más relevantes que podrían sesgar los resultados del estudio (ingreso per cápita, índice de libertades civiles, si el gobierno es presidencial, edad de la población, gasto del gobierno como porcentaje del PIB). Asimismo, para controlar por variables no observadas y/o por una posible causalidad inversa (donde, en realidad, fuera un mayor deseo por redistribución lo que causa un mayor gasto social y la implementación del voto obligatorio), el autor utiliza variables instrumentales teóricamente adecuadas y obtiene resultados similares a los obtenidos mediante métodos más simples (regresión múltiple).
7. El resultado es consistente con otros estudios como el de O'Toole y Strobl (1995).
8. Las cifras del coeficiente de Gini para Chile, Bolivia y su posición relativa mundial fueron obtenidas a partir de datos del Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008 (PNUD).

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