Por Fernando Paulsen Agosto 5, 2009

Todos tienen una coartada perfecta. Justifican impecablemente las acciones propias sobre la base de resaltar lo que otro les hizo primero, que siempre -se enfatiza- fue más agresivo que la reacción. Aparecen los anillos de Frei regalados a la Junta Militar y el indulto a un condenado por narcotráfico. Se descubre un juicio al Banco de Talca, que coloca a Piñera como evasor de una orden de aprehensión y beneficiario de lobby ante la Corte Suprema. Marco durante meses es "Marquito", asociado a la farándula, su mujer -se denuncia- colinda con el conflicto de interés por ser conductora de TVN y activista de campaña.

Todo ello no es casual. Obedece a estrategias de buscar dañar la imagen y la base de apoyo del denunciado. Lo que no se deja nunca de señalar, sea cual fuere el comando que acusa y descalifica, es que la guerra sucia la inició el adversario: "Nosotros estamos simplemente respondiendo".

En julio del 2006, Daniel Gilbert, profesor de sicología de Harvard,  exploró en una columna para el New York Times cuánto se sabía sobre esta tendencia a culpar al otro de partir las agresiones, y justificar la represalia propia como un mero intento de equilibrar las cosas.

Gilbert cita un experimento de William Swann, de la Universidad de Texas, donde voluntarios se hacen pasar por líderes de superpotencias que deben decidir si iniciar o no un ataque nuclear. El primero debía hacer una declaración, el segundo le debía responder, a lo que nuevamente intervenía el primero y así uno tras el otro.

Cuando terminaron el experimento, Swann les mostró las declaraciones y les pidió que recordaran lo que se había dicho justo antes y después de cada una de ellas. "El resultado fue una asimetría notable", dice Gilbert. "Los voluntarios se acordaban perfectamente de lo que había causado sus propias declaraciones y, también, de las consecuencias que habían generado las declaraciones de sus adversarios". Según Gilbert, como los sentidos están orientados al exterior, "podemos observar las acciones del resto pero no las nuestras". Y como la actividad mental es algo privado, "podemos observar nuestros pensamientos, pero no los de los demás".

O sea, cuando insultamos o descalificamos a otros, damos mucho más importancia a nuestras razones para hacerlo que a los insultos propiamente tales. Y lo inverso ocurre cuando recibimos las agresiones: minimizamos las razones del adversario y sobrevaloramos el golpe mismo.

Ataques en escalada

Una de las características que tiene una campaña electoral donde hay mucha agresión verbal y acusación mutua, es que las cosas no parten a todo vapor, sino que escalan. Suben en intensidad en la medida en que las declaraciones son respondidas, en una espiral de represalias, donde el punto de partida se diluye y sólo se avizora que la meta puede terminar a charchazos.

Lo interesante es que esta conducta de acciones y reacciones ha sido también medida y los resultados son similares al experimento anteriormente descrito: se es consciente de los ataques del rival, pero se ignoran los impactos propios.

Daniel Gilbert relata uno de los experimentos más interesantes al respecto, realizado por Sukhwinder Shergill, de la University College, en Londres. Dos personas fueron conectadas a una máquina que les permitía, mutuamente, ejercer presión sobre el dedo índice de la otra persona. Se programó la máquina para que aplicara una presión muy baja al principio y se le pasó el control al afectado, pidiéndole que impusiera al otro exactamente la misma presión que él estaba sintiendo. Lo mismo se solicitó al otro voluntario y así sucesivamente: que cada uno respondiera a la presión del otro, con exactamente la misma intensidad.

La teoría es que si se estaba respondiendo tal cual como uno sentía que le apretaban, los niveles se mantendrían dentro de parámetros relativamente estables. Sin embargo, lo que se descubrió fue asombroso: la "represalia" siempre tenía alrededor de 40% de mayor intensidad que lo recibido, subiendo de ligeras presiones a cada vez mayores niveles, llegando a causar dolor y hasta daño. Lo impactante es que durante todo el proceso de escalada y aumento mutuo de presión, los participantes juraban que aplicaban exactamente el mismo nivel de apriete que el que recibían.

"El dolor que se sentía era percibido como mucho mayor que el dolor que se infligía. Esto llevaba a la escalada de daño mutuo, a la ilusión de que los demás eran los únicos responsables de ello, y a la convicción de que nuestras acciones son la justificada reacción ante la conducta de terceros en contra nuestra", dice Gilbert.

El error de cálculo de Frei

En una competencia electoral que se ganará por marginales, como ha sido el caso de las dos anteriores, es tremendamente riesgoso tener estrategias de campaña de desprestigio. En especial cuando falta poco tiempo para el día de votación. Porque si hay que pedir apoyos para segundas vueltas o hacer campaña en conjunto con un ex rival, puede que no alcance el tiempo para saldar los efectos de las percepciones de daño de la época de la escalada de represalias.

Esto es mucho más importante para Frei y Enríquez-Ominami que para Piñera. Los asesores de Frei parecieran regirse, de marzo a esta fecha, por el criterio de que hay dos formas de avanzar en una campaña: o atraes nuevos votantes o impides que tu rival reciba apoyos de la ciudadanía.

Lo primero se hace con los contactos, giras y discursos; lo segundo con mantener en jaque permanente al adversario con mala prensa.

Bajo este predicamento la carrera debe tratarse como si fuera a dos bandas. Similar a lo que hacía el candidato oficialista históricamente con el Partido Comunista: se le ignoraba, a sabiendas que su responsabilidad partidaria inclinaría sus votos a la Concertación si había segunda vuelta. Para la actual visión de la campaña de Frei, Marco Enríquez-Ominami es el PC de 1999 y del 2005. Decretarlo invisible y concentrarse en Piñera fue el grito de batalla. A la larga, MEO y su gente eran votantes cautivos.

Se estaban dando las cosas para una campaña dura, quizás no muy sucia, pero áspera, con argumentos ad hóminem y comandos pintados para la guerra. Hasta que vinieron las encuestas chicas y luego la CEP, las que revelaron el tremendo error de cálculo de la campaña de Frei: MEO no se disiparía antes de diciembre tal como los candidatos segundones en las primarias norteamericanas.

Los asesores de Frei lo hicieron ignorar a quien, en caso de pasar a segunda vuelta, iba a necesitar con todas sus ganas y con todos sus votos. Con una carrera a tres bandas, ningunear al tercero es sembrar represalias. Y como decía Gilbert, las razones para responder se recuerdan mucho mejor y son mucho más poderosas que la respuesta propiamente tal. Para muchos MEOistas, votar en blanco o anular se puede percibir como un acto menor, comparado con el maltrato que se cree que se recibió del candidato con el que teóricamente había una mayor complementariedad.

Con los números conocidos hasta ahora, si Frei pasa a segunda vuelta y no gana, en gran medida será por la trampa de las represalias en la que cayó su propio comando.

*Fernando Paulsen conduce Chilevisón Noticias y es panelista de Tolerancia Cero.

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