Cuando hace más de una década Sonora de Llegar irrumpió en el rock local, su principal atributo fue la habilidad para equilibrar la tradición del punk y el ska con los sonidos de la cumbia, uniendo la canción rebelde con los paisajes íntimos y acaso melancólicos de la provincia en temas como “Sincero pa celebrar”. La banda venía de Villa Alemana y hacía convivir las citas eruditas del reggae (que luego ellos mismos citarían explícitamente en el disco  Sesión Jamaikismo) con la furia de un rock que era una crónica del presente. Sobras cumbres, su nuevo disco, agrega a todo eso el peso de la experiencia. Brevísimo (apenas dura 36 minutos),  producido por Francisco Straub (quien estuvo a cargo de La voz de los 80), en Sobras cumbres la banda está más vieja, ya no viven en provincia y exhiben esa madurez que se consigue viniendo de vuelta de demasiados caminos, de demasiadas vidas. De este modo, si el vocalista Mauricio Miño saqueó del cancionero popular una canción como  “No te perdono más” para volverla un vómito feroz de odio ska, los ecos de cierto surf rock aparecen en la guitarra de Culebra en “Subterrónea”, y el gesto de acomodarse a la tradición del reggae se vuelve sentido en “San Valparaíso dub”, que es lenta, extraña y feliz. Así, donde otros acumulan consignas vacías, la Sonora muchas veces se mira a sí misma: en Sobras cumbres el paisaje de la provincia sigue ahí como el horizonte de un pasado donde el frenesí de la música era un escape al aburrimiento cotidiano. Es la fiesta y su resaca. Esto queda claro en “Sábado”, que es la “Babilonia revisitada” del disco. En ella, Miño canta su propio tango: es el relato de alguien que regresa al lugar donde creció. Hay algo elegíaco en el tema, acaso un lamento cínico por la extinción de un mundo perdido que vuelve gracias a las canciones, que aquí son el corazón de la memoria: “Incentivo mi sordera/parlantes de un sábado/la misma canción violenta/salvando tu sábado”.

“Sobras cumbres”, de Sonora de Llegar.