Por Marisol García Enero 6, 2017

Que el de País Violento sea un disco cantado por un actor chileno es, en verdad, secundario. El álbum Tagadá avanza por fuera de la impronta que hasta ahora estampa Diego Noguera como actor de cine y televisión, y eso por el carácter bien definido de una electrónica tensa y de versos sobre la vida en Santiago que consiguen delinear un mundo musical en sí mismo. Son dos de los hermanos Noguera a cargo de la composición, interpretación y producción (también está Damián Noguera, con estudios de piano, percusión y literatura), asociados esta vez al dramaturgo y guionista Pablo Paredes como letrista.

A veces, estas canciones son inquietantes (una se llama “Quiero vomitar mi corazón”; otra advierte que “todo tiembla, se sale el mar”), pero de algún modo consiguen ser, también, reconocibles en sus referencias y sus ambientaciones. Dos años de trabajo han resultado en un disco que no busca ser sólo un artefacto curioso: País Violento quiere convertirse en un nombre activo en la agenda en vivo de 2017: “Estamos haciendo una operación inversa de lo que se hace generalmente en la música electrónica. En vez de reducirnos a una tornamesa o una pantalla, decidimos abrirnos y mostrar el proceso. Que el acto de hacer música sea realmente en vivo, que esté la mayor cantidad posible de instrumentos en escena, y mostrar esa maraña de cables e información cruzada. El objetivo de nuestros conciertos es armar una electrónica que sea dependiente de la comunicación que tenemos como banda. Una electrónica en donde sea posible equivocarse”, dice Damián Noguera.

No ven problema en que su música se defina como pop, asegura Diego Noguera: “Sentimos que en el LP coexisten fuerzas que podrían considerarse opuestas. Tagadá es un disco a ratos conscientemente tenso y oscuro, pero al mismo tiempo esos sonidos están insertos en una estructura de canción, justamente para poder comunicar esa oscuridad. Creemos que, a veces, para encontrar nuevos sonidos hay que ir a lugares que no han sido iluminados todavía, espacios de tensión que tal vez no queremos nombrar. Cuando llegas a esos lugares sonoros, surge entonces una pregunta interesante que tiene que ver con cómo comunicar de mejor manera ese nuevo espacio. En otras palabras, cómo iluminar lo que antes no lo estaba, circunscribir ese descubrimiento a un formato reconocible para que se pueda comunicar y no sea simplemente una experimentación cerrada. Por eso lo llamamos pop: una tensión entre sonidos que quieren ser liberados y una estructura que a ratos los acota dentro de un formato”.

—Muchas letras aluden a la vida en Santiago. ¿Cómo ven la vida en la ciudad hoy? ¿Los inspira, los agita o les preocupa/indigna al hacer música?

—Más que una inspiración, tiene que ver con no poner resistencia al lugar donde siempre hemos vivido, y dejarnos permear por él. Una pregunta que surgió en el proceso de escribir las letras fue cómo hablar de Chile sin sonar paternalista ni moralista, ni hablar desde una cierta verdad política. Decidimos que la mejor manera de hablar sobre Santiago era desde un punto de vista emocional; de alguien que siente y vive esta ciudad y este país.

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