Por Vicente Undurraga Abril 13, 2018

Hay una foto de Sebastián Piñera rodeado de dos enormes deportistas, al parecer olímpicos. Circula como meme, claro, pero no va acompañada de alguna frase o piñericosa que el presidente se haya despachado en la ocasión, sino simplemente en su condición de puro meme: la gracia no está en la abisal diferencia de estaturas sino en la postura o más bien descompostura física en que se ve al presidente, quien, producto de sus tics, tensa la columna disparando el hombro derecho hacia arriba, el otro hacia afuera, las manos para adentro, la mandíbula levemente al norte y la sien hacia abajo.

El tic nervioso, a diferencia de otras fallas neurológicas o mentales menores, nunca se ha puesto de moda. Hoy cualquier torpe declara tener trastorno obsesivo compulsivo, incluso bipolaridad. El tartamudeo puede llegar a ser una pose intelectual. La locura ya nadie osaría andarla simulando, pero su vinculación romántica con la genialidad dejó cierta herencia en las conductas humanas. El tic nervioso, en cambio, no tiene prestigio. Es descontrol corporal. Es desate, como el insomnio. Quien tiene tics tiene más excedentes de energía que las isapres excedentes de nuestra plata.

Siento una enorme empatía y complicidad cuando observo a Piñera y la impunidad con que se le hace objeto de burla por sus tics”.

Ese sobrante energético, al cruzarse con una obsesión, toma la forma de un gesto cuya realización se vuelve compulsiva y vital. Eso es un tic, una mueca o bulla con vocación grotesca. Ruiditos como emular el sonido de una paloma con la garganta, hacer retumbar el paladar secamente, soplar con las narices emitiendo un sonido similar al de un jalero empedernido o abrir la boca sin despegar los dientes para emitir un chillido como el de una lata de cerveza al abrirse. Pulsiones indecorosas como exhalar hacia arriba apuntando el aliento a la chasquilla o pasear un poco de saliva por los labios (no se siente calma hasta sentir el humedecimiento). Movimientos bruscos como levantar las clavículas, torcer el cuello repetida y bruscamente, achinar los ojos por un segundo, taconear con vehemencia dos veces o sacudir la cabeza de arriba abajo como quien afirma algo tajantemente. Este último fue un tic que en la adolescencia me asoló; recuerdo estar dando una prueba global en séptimo y, amparado en esa circunstancia, haberle dado rienda suelta al sacudimiento craneal creyendo no ser observado, para de pronto notar que todo el curso (40 bestias) estaba concertado no sólo mirándome, también imitándome. Es como ser pillado en las artes de Onán, porque la satisfacción del tic es placentera en grado sumo, del mismo modo en que no darle curso se vuelve 100% desquiciante. El tic nervioso no es completamente involuntario. En el tic se incurre. Que no se lo pueda evitar no significa que no medie el deseo. Tiene algo sexual, por eso tiende a vivirse desaforadamente.

Hago tics desde que tengo memoria y la serena conclusión a la que he llegado con los años es que son y seguirán siendo compañeros de ruta tan incómodos como formativos y que, aunque nunca se irán, se los puede mantener, como a las pasiones o las obsesiones, semi a raya. Siento una enorme empatía y complicidad cuando observo a Piñera y la impunidad con que se le hace objeto de burla por sus tics. No me opongo a cierta mofa, hasta un punto. El control del humor y del lenguaje puede tener un efecto alienante y volverse peligroso al bloquear las válvulas de escape y liberación que el ser humano tiene para sus bajezas y sentimientos innobles, como la crueldad o la mismísima tontera. Taponearles la salida completamente puede conducir a un mundo tenso y lleno de vigilantes y represión, pero otra cosa es cebarse con la burla.

Este año, en el Festival de Viña, Kramer imitó fugazmente a Piñera: “He vuelto con nuevos tics”, dijo, para de inmediato hacer ese típico sube y baja de hombros con que lo parodia, agregándole un estrambótico sacado de lengua y labios. Generó carcajadas de las que no me sustraje. Y es que Piñera tiene tics en un grado superlativo, al punto que en ocasiones, viendo fotos o videos suyos, me pregunto si no irá rumbo a un estado peligroso. Seguro exagero. Pero como es la primera autoridad de la nación está hiperexpuesto: es observado 24/7 por cámaras, resultado de lo cual sus corcoveos forman parte de un magma audiovisual que es el manjar del hacedor de memes.

Quizás esa inusitada vulnerabilidad en que lo dejan sus tics, esa fragilidad, en suma, lo lleve a alejarse un día de estos del ideario retroexcavador neoliberal y lo ponga del lado de los más desprotegidos. Sería la asombrosa fuerza de una experiencia límite. La otra es que se pase derechamente del tic al síndrome de Tourette y comience a insultar de Chadwick pa’ abajo a todo Chile.

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