Por Diego Zúñiga // Escritor y editor QP Marzo 29, 2018

En algún momento de nuestras vidas de lectores, más temprano que tarde —probablemente—, nos encontramos con un libro de César Aira (1949). Por lo general, es una novela breve en la que entramos fascinados por esa manera de narrar que tiene —una cercanía, una aparente simpleza, un deseo por provocar en el lector más deseo— y avanzamos rápido por esas tramas delirantes que viene construyendo desde fines de los 70, cuando aparecieron sus primeros libros —hoy casi imposibles de conseguir—. Avanzamos y en un punto —cerca del final— la locura se adueña del relato y, entonces, aquella trama que seguíamos se convierte en otra historia, se quiebra, se tuerce.

El proyecto Aira es de una ambición inaudita para estos tiempos autobiográficos y autocomplacientes.

Esos momentos inesperados que aparecen siempre en las novelas de Aira producen reacciones diversas, pero podríamos resumirlas en dos: 1)Los lectores se deslumbran con esas rupturas y sienten que han descubierto a un escritor extraordinario y buscan todos los libros de Aira (aunque en ese momento, quizá, no saben que estamos hablando de decenas y decenas de novelas), o: 2)Los lectores se desconciertan y prefieren abandonar ese mundo, casi siempre sin poder entender por qué hay gente que siente fascinación por esos libros, por ese autor.

“La lectura de una novela debe ser algo más, o menos, que lectura. Debe hacer pasar el ejercicio de la lectura a otro plano, secundario, automatizado, para que tome cuerpo, así sea cuerpo espectral, el sueño que representa la novela”, anota justamente Aira en el texto que abre su libro Evasión y otros ensayos (Literatura Random House), que acaba de llegar a Chile, y que nos ayuda a entender mejor su proyecto. Hay, de hecho, en el Aira ensayista una lucidez asombrosa. Lo descubrimos hace un tiempo cuando leímos algunos de sus ensayos en la editorial argentina Beatriz Viterbo (¡Que alguien reedite Las tres fechas, por favor!), y luego lo confirmamos en Continuación de ideas diversas (Ediciones UDP) y también en sus últimos libros que ha publicado en Penguin Random House.

Esas fantasías disparatadas que encontramos en sus novelas son parte de un proyecto mayor, en el que los procedimientos de las artes visuales han jugado un papel fundamental. El proyecto Aira es de una ambición inaudita para estos tiempos autobiográficos y autocomplacientes.

“Dentro de mí vive un hombre que no lee
—anota Aira—. Nunca hubo un libro en sus manos, ni lo habrá. Sus horarios son prolongados, su calendario incorpora el mundo, la naturaleza, los hombres, el amor con sus pausas y precipitaciones. Y yo no lo conozco, no lo puedo conocer. Dentro de mí se realiza un esfuerzo sobrehumano por reunificar las dos iglesias, la de la Poesía y la de la Prosa”.

Con Aira no hay matices: o entramos en su proyecto o nos dedicamos a leer novelas decimonónicas pero que están escritas en pleno siglo XXI y sin el estilo y la prosa y etcétera de los maestros del XIX que nos enseñaron a leer.

Mientras ocurre todo esto, en Argentina la genial editorial independiente Blatt & Ríos acaba de publicar El gran misterio, la nueva novela de Aira, y anuncian ellos —quienes conocen de cerca la obra del escritor nacido en Pringles— que es nada menos que el libro número 100 del argentino.

“Amaneceres, cajas, sillones, terrenos, torres. Obstáculos, taxis, redes. La enumeración de las cosas. La enumeración es una cosa más. Oro, cubo, terremoto, perspicacia. Podría seguir indefinidamente. Vaso, agua, pez, rana, camisa, yo. Ni siquiera los diccionarios más completos contienen los nombres de todas las cosas, de algunas porque se inventaron después de que se escribiera el diccionario, de otras porque son nombres en otros idiomas. Y los nombres son apenas una parte, un aspecto de lo que nombran, el lado al que da la luz”. Así empieza El gran misterio, el libro número 100, la historia de un personaje habitado, literalmente, por un genio. Hay muchísimo humor —como es de costumbre— en esta nueva novela de Aira, y también una reflexión contundente acerca de la escritura y del realismo y de todos esas pequeñas obsesiones que Aira viene tratando en sus novelas, pero que ahora en sus ensayos las ha hecho más explícitas.

En otro de los textos de Evasión…, anota: “De niño yo atesoraba lo que no entendía, lo que quedaba sin explicación, la gema rara que brillaba en medio de la ganga trivial de lo claro y sabido. No fui el único. Hay un instinto que conduce a los niños a lo inexplicable, supongo que como parte de su proceso evolutivo. Quizás hoy a los niños se les explican demasiadas cosas, se los estimula a entenderlo todo y se les dan los instrumentos para responder al instante sus preguntas. Esta actitud también puede ser parte de un proceso evolutivo de la sociedad, destinado a impedir la reproducción de soñadores improductivos. Esas salvaguardas no se habían alzado en el tiempo y el lugar donde pasé mis primeros años (…). Puedo decir que me dejaron en paz perseguir mis misterios, que no tenían nada de trascendentes…”.

Lo que no entendía, lo que quedaba sin explicación, los misterios intrascendentes: todo eso es lo que encontramos en los libros de Aira. Ni más ni menos.

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