Por Andrea Lagos A. // Editora Qué Pasa Enero 12, 2018

Cuando el lunes 15 Francisco descienda del avión papal con sus zapatos negros—su antecesor usaba unos rojos principescos— cargando personalmente su valija de cuero; la memoria de muchos viajará tres décadas atrás. A las 16 horas del caluroso miércoles 1 de abril de 1987. Ese día, sobre la losa del aeropuerto, Karol Wojtyla descendía del Boeing 747 que provenía desde Montevideo. En ese momento, besó el suelo chileno. La visita se había preparado por 17 meses, desde octubre de 1985. La de Francisco, que comienza el lunes 15, se anunció con 7 meses de antelación, a la usanza del siglo XXI.

Si Juan Pablo II realizó 24 actividades públicas (y privadas) en 8 ciudades —en seis días, entre el 1 y el 6 de abril— Francisco participará en menos de 14, en tres días y en tres ciudades: Santiago, Temuco e Iquique.

El Papa polaco llegaba a Chile con 66 años. El Papa argentino, en cambio, arribará a los 81.

Ni de cerca, Jorge Mario Bergoglio que ascendió al trono en 2013, apostó alguna vez a ser un “Papa peregrino” como Juan Pablo II. En su pontificado de 27 años, el polaco llegó a recorrer 129 países.

En 1985, cuando el Vaticano anunció que el Papa visitaría Chile, el asunto fue si la venida serviría para apurar la democratización en Chile. Habían pasado doce años después del golpe de Estado de septiembre de 1973 que llevó al poder a una Junta Militar, y que perpetuó en el poder a Augusto Pinochet.

¿Era la visita un respaldo del Vaticano a la dictadura? El que antes fue el cardenal polaco anticomunista que lideró a católicos tras la cortina de hierro era símbolo de un catolicismo que se sentía perseguido. Juan Pablo II era el Papa de la restauración, que llegó a Roma para imponer el retorno a la disciplina pastoral y detener el extremo compromiso social y político post Concilio Vaticano II.

Si en 1987 la población alcanzaba los 12,4 millones  de chilenos, hoy suma 17,5 millones. El porcentaje de chilenos que se declaran católicos ahora es de 59% según la encuesta Bicentenario (UC-Adimark) del año 2017. En el censo de 1992, en cambio, el más cercano en fecha de la visita del 87, más del 76% de los chilenos se declaraban católicos. En el censo del 2002, el catolicismo caía a un 70%.

"El Papa polaco llegaba a Chile con 66 años. El Papa argentino, en cambio, arribará a los 81”.

El fin de la dictadura, en 1990, precipitó el retorno de la Iglesia a sus cauces pastorales y el retiro de la primera línea de aquella generación de obispos y sacerdotes seguidores del cardenal Raúl Silva Henríquez. Ese que se jugó defendiendo a los pobres y a los perseguidos en dictadura. Después vinieron los años 90, con pastores que se enfrascaron en defender los valores morales. Y, más tarde, la Iglesia mundial y la local fueron sacudidas por los escándalos de abusos sexuales de religiosos en contra de menores, mientras la jerarquía no reaccionó a tiempo o desoyó lo que ocurría.

Francisco llegará a un país gobernado por una mandataria agnóstica y socialista, con ley de divorcio, de aborto y donde se discute el matrimonio igualitario. Pinochet, en cambio, se reconocía el 87 como furibundo católico, apostólico y romano y ninguno de estos avances seculares había tenido lugar.

Con el Papa Francisco están descartados actos de más de 3 horas como el Encuentro con los Jóvenes en el Estadio Nacional o las dos horas y media con los pobladores de La Bandera. Francisco se levanta y acuesta muy temprano. Y ha expresado públicamente que su homilía ideal no debe tener más de 7 minutos de extensión. Juan Pablo II fácilmente llegó a hablar durante más de 25. Esta será una visita ejecutiva, el cronómetro ya está corriendo.

El sacerdote Felipe Herrera, encargado de Comunicaciones de la Visita, intenta emparentarlas: “La de Juan Pablo II se dio en un contexto histórico de un herida muy profunda en Chile. La dictadura, los atropellos a los derechos humanos. La actual, es en un momento de fractura por la pérdida de la cohesión social. El Papa es un signo de esperanza y una oportunidad para reconstituir un tejido social”. La nueva grieta sería por la exclusión social, la brecha entre los ricos y pobres, el distinto acceso a la educación, el desafío de la llegada de migrantes que llegan a Chile y por los problemas en La Araucanía.

Los Huasos de Algarrobal cantaron el himno papal “Mensajero de la Vida”, eran “pinochetistas y momios” para un comité organizador que estaba en la acera contraria a la del régimen militar. El cantante cumbiero Américo entona ahora Mi paz les doy, que poco y nada se ha escuchado en las parroquias, dicen en la Iglesia de Santiago.

La Biblia del asesinado sacerdote francés André Jarlan fue la que Juan Pablo II utilizó en una población donde saludó a Carmen Gloria Quintana, joven sobreviviente quemada por agentes de la dictadura en una protesta. Esa mañana le dieron un desayuno de marraqueta con palta a Juan Pablo II en el sur de Santiago.

Francisco se llevará de vuelta a Roma un regalo moái de 300 kilos, símbolo de la paz, además  de una réplica de la camioneta verde (en pequeña) de San Alberto Hurtado y muchas, demasiadas cruces.

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