Por Diego Zúñiga Diciembre 12, 2017

Que los tres primeros temas que eligió Arcade Fire para comenzar su presentación en el Movistar Arena fueran “Everything Now”, “Rebellion (Lies)” y “Here comes the night time”, sólo podía indicar una cosa: que la noche del lunes 11 de diciembre iba a ser una fiesta. Con sus matices, por supuesto, sus inevitables momentos oscuros y sus delirios épicos, cómo no, pero a fin de cuentas iba a ser eso: una fiesta de aquellas, y así lo vivieron las más de doce mil personas que llegaron al Movistar Arena, en un año que no ha sido del todo bueno para Arcade Fire: hace unos meses presentaron su último álbum, Everything Now, y la recepción fue más bien dividida. Era inevitable, en todo caso: las búsquedas musicales que están experimentando los canadienses apuntan hacia nuevos lugares, donde esa oscuridad indie que marcó, en muchos sentidos, sus inicios ha dado paso a una serie de ritmos desenfrenados y luminosos, que a ratos parecen desconocer el origen del proyecto, pero si se escucha con un poco más de atención —y esto se aprecia perfectamente en sus presentaciones en vivo—, esos sonidos siempre han estado ahí: entre “Everything Now” y “Rebellion (Lies)” hay trece años de distancia, pero al escucharlas así, de corrido, en vivo, no parecen tan distantes, al contrario, son indudablemente parte de un mismo engranaje, son ellos, Arcade Fire, dirigiendo una fiesta, desbordados, con el ánimo oscuro de hacer bailar al resto para luego volverse hacia dentro. Es eso lo que hacen en el escenario —y lo que han realizado en sus cinco discos—: armar una fiesta donde se dan el tiempo de retratar su época, sus miedos, sus anhelos y sus frustraciones. Y todo con una intensidad que no baja en ningún momento, ni siquiera cuando toda esa explosión de sonidos —que tienen a todo el lugar saltando y cantando— deja espacio para que Win Butler se siente en el piano y toque “The Suburbs” o cuando después agarre la guitarra y, en el centro del escenario, comience a cantar “My body is a cage”, convirtiendo todo —disculpen el lugar común— en una ceremonia de tintes religiosos, un show que transitará entre el desborde y la devoción, entre esos sonidos que los convirtieron en una de las bandas más importantes que aparecieron después del 2000 y la apuesta que han realizado en sus últimos discos: un sonido que a ratos pudiera tener una mayor vocación de masividad, pero que no traiciona el origen de todo; estuvo ahí, siempre, en “Rebellion (Lies)” y también en “No cars go” —donde explotó el Movistar— y también en “Ready to Star”: el deseo —silencioso— de componer canciones que se pudieran corear en un estadio y hacer vivir al público una experiencia rotunda: las señales captadas en el corazón de una fiesta interminable.

Quién sabe qué va a venir después de Everything Now, pero la certeza es que en vivo Arcade Fire seguirá siendo una banda imprescindible, de esas que han sido capaces de armar nuevos sonidos sin desconocer el pasado —y que siguen buscando y experimentando—. Marcar una época, una generación: después de dos horas de concierto, cierran la noche con la hermosa “We don’t deserve love”, detienen el tiempo con “Everything Now (Continued)” y se despiden, finalmente, con ese himno llamado “Wake up”: “Someone told me not to cry/ But now that I'm older/ My heart's colder/ And I can see that it's a lie/ Children wake up/ Hold your mistake up/ Before they turn the summer into dust”.

Se encienden las luces.

La fiesta ha terminado.

Relacionados