Por Javier Rodríguez, Desde Londres Octubre 26, 2017

350 millones de libras de ahorro por semana. La cifra hoy resuena como un cliché en las calles de Londres. Pero esa fue la principal promesa de los defensores de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, votada en el brexit de junio del año pasado.

350 millones de libras. Un mantra que repiten los defensores de un plebiscito que sigue siendo un tema tabú en los bares ingleses. Doloroso mantra que el mismo periodista e historiador Boris Johnson, hoy ministro de Asuntos Exteriores británico y uno de sus principales promotores, ocupó el 16 de septiembre en una columna en The Telegraph para recordar a los escépticos lo que está en juego, llegando a proponer, incluso, invertir ese dinero en el Servicio Nacional de Salud. El momento elegido para publicar su propio plan para el brexit pudo parecer poco oportuno, un error político: pocos días después su primera ministra y jefa, Theresa May, debía dar en Florencia, Italia, su discurso sobre el tema, antes del comienzo de la cuarta ronda de negociaciones entre la Unión Europea y Londres.

"Según analistas ingleses, el actual ministro busca cada día parecerse más a Donald Trump”.

Johnson quería dar el aviso. No le importaba que la opinión pública cuestionara la pertinencia de sus palabras, como pasó, ni que fuera cuestionado en su cargo. Para él no existe opción de que el Reino Unido participe de un período de transición antes de su salida completa de la UE; él quiere la salida inmediata.

El momento había sido perfectamente calculado por un personaje que ya es parte de la cultura pop británica. Siempre presente en medios de comunicación a través de cartas, columnas y participaciones en programas de televisión, Johnson acumuló un capital mediático que utilizó para convertirse en el hombre fuerte de la campaña del brexit, donde la cifra de los 350 millones de libras fue una de sus principales armas para convencer a los británicos de ir a votar por la opción que nadie pensó que ganaría. Mientras la propia May intentaba apagar el incendio, Johnson vertía el bidón de bencina.

El gesto sorprendió, pero fue coherente con la trayectoria política de Johnson: su carrera la desarrolló principalmente como periodista —fue expulsado de su primer trabajo en The Times por inventar una cuña— antes de entrar al Partido Conservador y en 2008 asumir la alcaldía de Londres, donde llevó a cabo una serie de medidas que levantaron su popularidad: prohibir el consumo de alcohol en el transporte público, la gestión de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012 y la instauración del sistema de bicicletas públicas comúnmente conocido como “Boris’ Bikes”.

Finalmente, en su discurso, May planteó totalmente lo contrario: un período de dos años de transición, seguir contribuyendo al presupuesto de la UE hasta 2020 y su disponibilidad para negociar una cifra de salida con Bruselas que satisfaga a ambas partes. Si hubo cambios en su discurso tras leer la columna de Johnson, nadie lo supo.

Y si bien declaró que tendría que revaluar su gabinete para ver si cuenta con “los mejores elementos”, Johnson está lejos de calmarse: hace un par de semanas, en la convención del Partido Conservador en Mánchester, buscó aleonar a los tories y volver a alinearlos, luego del quiebre entre él y May, hoy sus principales figuras.

Dejemos que ruja el león británico, dijo terminando su discurso ante un auditorio repleto, en el que no se encontraba Theresa May. Carismático, movedor de masas, Johnson les planteó a sus compañeros de partido que la idea de que el Reino Unido no estará a la altura de la decisión que tomó de salirse de la Unión Europea era falsa, y que el culpable de la instalación de esa visión era el laborista Jeremy Corbyn, principal líder de la oposición y quien, en una posición muy similar a la de Bernie Sanders en Estados Unidos, ha logrado despertar a los jóvenes con un discurso de campaña cool que lo ha puesto de moda. En barrios como Shoreditch y Dalston se venden poleras con el logo de Nike y el apellido de Corbyn. La polera es usada por los jóvenes y, de hecho, acaba de ser adquirida por el Museo de Victoria y Alberto como parte de su muestra de activismo.

Johnson, quien ya visualiza a Corbyn como su principal rival, lo acusó de querer imponer un “masoquismo económico” con recetas sacadas de Venezuela.

May, atrapada, ha reconocido sus discrepancias con Johnson sobre el brexit, pero sabe su poder e influencia. No lo ha podido sacar, dado que es miembro de su mismo partido y, conociéndolo, sabe cómo puede reaccionar fuera del gabinete. Para sostenerlo, declaró que prefería estar con gente con la que pudiera discutir que rodeada de yes-men.

Johnson, por su parte, está lejos de calmarse. El actual ministro, que según analistas ingleses busca cada día parecerse más a Donald Trump —es cosa de mirarlo: físicamente similares, tienen la misma carencia de sentido común—, acaba de declarar que la ciudad libia de Sirte, que estuvo bajo el yugo del Estado Islámico, podía convertirse en una nueva Dubái. “Hay un grupo de empresarios del Reino Unido que quiere invertir en la costa de Sirte, cerca de donde Gaddafi fue capturado y ejectuado (…) Lo único que tienen que hacer es levantar los cadáveres”.

Relacionados