Por Vicente Undurraga // Foto: AGENCIAUNO Octubre 6, 2017

Hace falta un Esopo chileno que dé cuenta de la relevancia del pato en la identidad nacional. Se echa de menos a un fabulista criollo ahora que el gigantesco pato de hule instalado en la laguna de la Quinta Normal se pinchó al chocar con un cartel metálico que decía “Prohibido bañarse”: al perder aire se dobló sobre sí mismo como esos huasos borrachos que tras las ramadas van dormidos arriba de sus caballos confiados en que estos sabrán llevarlos a casa.

Heredero del exhibicionismo XXL de la Pequeña Gigante, el megapato desató un carnaval de memes y reveló que, tal como se llama el festival artístico del que forma parte, fue “hecho en casa”, o sea que la famosa chilean way conduce irremediablemente al guateo. Junto a la del Reloj de Flores hecho añicos en Viña, la del pato lacio quedará como la imagen más chistosa y penosa del 2017.

El megapato desató un carnaval de memes y reveló que, tal como se llama el festival artístico del que forma parte, fue “hecho en casa”, o sea que la famosa chilean way conduce irremediablemente al guateo”.

Estamos llenos de patos (y de sapos, gallinas, buitres y gatos de campo, pero eso es otro cuento): el habla chilena abunda en expresiones como “huevo pato”, “darse un pato”, “pagar el pato” o “estar pato” –que es cuando a alguien no le queda ni un peso, cuestión que ahora les pasará a todos porque el gobierno anunció la eliminación de las monedas de $1 y $5, esa challa inútil–. Pero el pato ocupa mucho más que un lugar anecdótico: nada por la laguna de la chilenidad a sus anchas. Cómo se explica sino que el único banco no privado, el del Estado, tenga hace una década como rostro a un pato hinchapelotas como él solo pero que los gerentes han mantenido por su popularidad. El Esopo que nos falta quizá diría que el pato lo hace para fidelizar a la clase media y así evitarle caer en las garras de la banca privada, representada en la fábula por la zorra y la rata.

El pato inspira confianza. Por eso protagoniza tantos monos animados y cuentos y cantos infantiles, por eso la persistencia del pato de hule en las tinas y del Pato Purific en las cocinas. Ahora bien, es cierto que la sociedad chilena llama a los delincuentes patos malos. Pero el pato malo, como el zorro en las fábulas antiguas, no anda por ahí disfrazado de malandra, sino de buenito. Son, diría nuestro Esopo, los típicos patos malos de cuello y corbata, emparentados con los de sotana y los de delantal blanco y bisturí. A todos ellos, los chilenos han decidido últimamente ofrendarles la más nacional de las señas: el nunca bien ponderado Pato Yáñez, ese delicado gesto consistente en reunir ambas manos a la altura de la zona pélvica para con ellas dibujar un corazón en medio del cual son apresados y sacudidos festivamente los genitales para expresarle al otro algo así como “lo que haces y dices me resbala como agua por espalda de pato”.

El poder no es ajeno a esto. De quien manda pero ya tiene sus días contados se dice que padece el síndrome del pato cojo. Se aplica a los presidentes en retirada, pero también a los gerentes y jefes cuya faena huele a gladiolos. Bachelet logró la dudosa hazaña de moverse como pato cojo desde el inicio, pero ahora sorprende al transitar la recta final con el paso firme de un pato recio que sabe que tendrá que entregarle el poder al peligroso Rico McPato.

La fábula nacional no estaría completa sin la irrupción del sórdido Patito Chiquito, protagonista del hit de Los Huasos Quincheros que dice: “El Patito Chiquito no puede nadar / porque en el agua salada se puede ahogar / el patito le decía ¡Ay mamita, tengo frío! / Y la mamá le respondía / Con mamita, patito, nada va a pasar”. Esto nos lleva, finalmente, al asunto de la madre, figura esencial en cualquier parte, pero muy en especial en este país de patudos pollerudos. Aquí Esopo tendría que pasarse a la crónica picaresca para dar cuenta de la omnipresencia materna en la vida del chileno medio. En 2014, comentando los títulos de las teleseries de TVN, alguien tuiteó: “Primero Vuelve temprano, luego No abras la puerta, ¿cuál vendrá después? ¿Ponte chaleco?”. Altiro se viralizó porque el humorista de ocasión había detectado en el inconsciente del equipo guionista el discurso de la Madre Sobreprotectora Nacional. Luego surgieron ingeniosos con tuiteos como “Lávate los dientes” o “Cómete todo”, e incluso algunos desafinados con frases como “No prestes el ...”, pero ninguno consiguió el efecto cómico del primero, y no sólo por segundones, sino porque la frase para que el chiste fuese perfecto era esa: “Ponte chaleco”. Apenas dos palabras que, juntas, activan tanto recuerdo en el chileno profundo: la buena madre, el calador frío chileno del otoño, del invierno y de una parte de la primavera, la inercia de frases que se repiten como un mantra por parte de las madres, pero también el afecto protector de las mismas que insta a reemplazar, ya que se va a salir de casa, el techo por un chaleco, o sea por lana, o sea por piel. Piel: ese sucedáneo posnatal de la placenta. Placenta: único órgano verdaderamente eficaz para cobijarnos ante la hostilidad del mundo, al que fuimos arrojados un día sin tiempo ni siquiera para decir “al agua pato”.

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