Por Philip Plickert // Foto: Autor de Merkel: Un balance crítico (2017). Desde Fráncfort Septiembre 15, 2017

Un nuevo triunfo está cerca para Angela Merkel. En una semana, los alemanes irán a las urnas, y todas las encuestas señalan que su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su socio bávaro Unión Social Cristiana (CSU), serán el bloque más fuerte en el próximo Bundestag. Los sondeos pronostican que la alianza democratacristiana obtendrá entre 37% y 38%, unos quince puntos más que los socialdemócratas.

Vistas en su perspectiva histórica, las cifras son más bien débiles. Pero serán suficiente para que Merkel pueda gobernar nuevamente, ya sea en una nueva alianza con los socialdemócratas, que cada vez se muestran más reacios; con los liberales; o, de ser necesario, con el partido de izquierda Los Verdes. Esto último rompería todos los paradigmas, pero muestra lo que Merkel ha hecho con su partido de raíz conservadora. Al abrazar temas de la izquierda ha hecho posible gobernar casi con cualquier partido en coalición. Lo que algunos aplauden como pragmatismo y flexibilidad política de parte de Merkel, otros lo critican como oportunismo. ¿En qué cree Merkel? La canciller aparece como un camaleón que, al final del día, consigue mantenerse en el poder.

"The New York Times la llamó ‘la última defensora del mundo libre’. Pero ¿es Merkel tan perfecta, tan intocable?”

La forma en que llegó a él también es intrigante. Merkel vivió 35 años en la República Democrática Alemana (RDA), y, al igual que la presidenta Michelle Bachelet, vivió algunos de ellos en Berlín Oriental. Fue miembro activo de la organización juvenil del gobierno socialista y trabajó en su Academia Científica. Pero tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la RDA en 1989, Merkel apareció en el escenario político y ascendió rápidamente. Se unió a la CDU y fue apadrinada por Helmut Kohl, quien la nombró una de sus ministras. Después de una jugada de la propia Merkel, Kohl cayó de su pedestal y tuvo que abandonar la presidencia del partido. Merkel lo reemplazó como la primera presidenta de la CDU, y desde 2005 es canciller de Alemania. Ahora se prepara para asumir su cuarto período. De completarlo, gobernará 16 años, igualando a Kohl, el canciller de la unificación; y superando al legendario Konrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal Alemana.

Merkel es usualmente llamada “la mujer más poderosa del mundo”. Incluso The New York Times la llamó “la última defensora del mundo libre”, tras la elección de Donald Trump. ¿Pero es Merkel tan perfecta, tan intocable, tan gigante como la describen?

Michael Ende, autor de La Historia Interminable, describe en uno de sus libros la historia del “falso gigante”, que de lejos se ve enorme, pero conforme uno se acerca, se hace cada vez más pequeño. Lo mismo sucede con Merkel. Entre más se analiza el balance de su gestión, la poderosa canciller aparece más pequeña, y sus defectos, mayores.

Es innegable el envidiable estado de la economía alemana, con el desempleo más bajo desde la reunificación y sin déficit fiscal. Pero esto no es resultado de la gestión de Merkel, sino de las reformas introducidas por su predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder. Las reformas al mercado laboral y al sistema de seguridad social le costaron el cargo, pero produjeron el cambio necesario en la economía.

Por el contrario, sus cambios de opinión y sus reacciones espontáneas ante las crisis han producido grandes costos y consecuencias sociales. El mejor ejemplo es la “revolución energética” impulsada por Merkel, de manera acelerada y como reacción inmediata al accidente nuclear de Fukushima. El apagón nuclear, previamente impulsado por la propia canciller, y su reemplazo por energía solar y eólica, le costará al país, según cálculos del propio gobierno, alrededor de un billón de euros. De hecho, Alemania tiene ya la segunda energía más cara de toda Europa. El costo se eleva más porque Merkel escogió realizar el cambio bajo un esquema planificado, en lugar de optar por un modelo de economía de mercado. Aunque aplaudido en el exterior, su manejo de la crisis del euro sólo se ha traducido en mayores costos para los contribuyentes, obligados a solventar recurrentes paquetes de ayuda financiera para Grecia, porque “no hay alternativa”, según Merkel.

Pero, quizás, el error que tendrá más impacto en el largo plazo en la sociedad alemana es el manejo errado de Merkel de la crisis migratoria. Su decisión de abrir la frontera a un millón de migrantes de Medio Oriente y África, sin ningún control, generó un gran caos en la región. Otros países protestaron ante la política de fronteras abiertas de Merkel. Con su acción no sólo ha dividido a Europa, también polarizó a Alemania y casi logra fragmentar a su partido. Muchos ex CDU son fundadores del nuevo partido AfD, que será la primera agrupación de derecha populista que logrará entrar al Bundestag. Esto creará un nuevo paradigma en el país y aumentará el nivel de conflicto político. Esto también gracias a Merkel. Mientras, Mutti (término cariñoso para madre) sonríe tranquila en las pancartas.

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