Por Álvaro Bisama // Escritor // Fotos: AGENCIAUNO Julio 28, 2017

El año 2001 la clase política chilena acordó retrasar unas elecciones para que la Democracia Cristiana participara en ellas. En esas parlamentarias, la DC había inscrito mal a sus candidatos en el Servel y se había quedado fuera del proceso. Todo fue un escándalo más bien patético que se zanjó por medio de un acuerdo en el Congreso para salvar a los candidatos de la falange. Por supuesto, se trató de algo impresentable de lo que nadie se avergonzó realmente. Salvar a la DC era salvar el sistema y con ello era perpetuar la ética y la estética de los noventa: la democracia de los acuerdos, la política en la medida de lo posible, la Concertación como una cultura institucional antes que como una épica.

"A diferencia de Amanda, la DC carece de cualquier rating: nadie está sintonizando el show donde va en una lista parlamentaria con la Nueva Mayoría”.

Me pregunto si eso podría suceder ahora, si alguien quiere rescatar a la DC; si a alguien le interesa, si realmente vale la pena. Posiblemente no. Esa DC que se sentaba en el poder y ordenaba desde el centro la moral del país es ahora una especie de anacronismo; algo de lo que nos acordamos cuando vemos que sus representantes tratan de aferrarse de modo patético a los pocos espacios de poder que les quedan, como si lo que tuvieran que decir sobre la vida privada de los chilenos importase algo.

No lo tengo claro. La semana pasada nos acordamos de la peor forma que Andrés Zaldívar seguía vivo y, además, era el presidente del Senado. Zaldívar intentó trabar la discusión sobre la aprobación de la ley de las tres causales del aborto en Chile. Fue una discusión patética y más bien triste, donde Zaldívar operó de modo mezquino (jugando a los puntapiés en las canillas con la letra chica), y Marcelo Chávez (DC) se abstuvo de votar, enviando el proyecto a comisión mixta. Todo fue coronado con las opiniones del diputado correligionario Jorge Sabag, una alocución de las que Marcela Aranda, esa antigua asesora del senador Francisco Chahuán que terminó de chofer del Bus de la libertad, se habría sentido quizás orgullosa. Dijo Sabag: “Con esta ley miles de niños serán triturados, quemados con ácido, succionados por su deformidad o por haber sido engendrados en violación. Yo le pregunto a la ministra de Salud: ¿qué va a pasar con estos desechos, con estos órganos? Queremos que se deje constancia de que no queremos tráfico de órganos de estas criaturas”.

¿Demasiado? Para nada. Esta semana el culebrón sigue pero, a diferencia de Amanda, carece de cualquier rating: nadie está sintonizando este show donde la DC no va en una lista parlamentaria con la Nueva Mayoría y la candidata Carolina Goic enfrenta el sábado una junta nacional donde la postulación al congreso de Ricardo Rincón puede dejarla en entredicho e incluso hacer que se baje.

Pero eso no sólo tiene que ver con Goic. Es el partido, en realidad, porque nadie parece querer a los DC salvo sí mismos, nadie da un peso por ellos, a nadie le interesa el destino del partido: que siga o que se ahogue ya no es tema. Su participación en el gobierno es sólo nominal, quizás al modo de una despedida. Ya nadie va a hacer una ley para salvarlos porque nadie quiere salvarlos. Puros gestos de desprecio. Goic no sube en las encuestas. No prende. Hizo una transmisión en vivo que vieron sólo siete personas. Los electores pasan de ella al punto de que en la última encuesta Cadem marca lo mismo que Franco Parisi.

De hecho, ahora mismo, la DC es un enfermo al que nadie quiere acercarse, el familiar al que se envía al hospicio para olvidarse de él, el pariente lejano que se emborracha en la fiesta y recuerda un pasado del que todos se avergüenzan. De hecho, Ángela Jeria, la madre de la presidenta Bachelet, firmó por Guillier, y Piñera ya se olvidó completamente de ellos: está más preocupado de cuadrar a Ossandón (que esta semana volvió a RN como una especie de estrella de rock) que al centro.

Ahora, el partido va a ver qué pasa con el PRO y con Ciudadanos. Todo es bien patético. El PRO tiene a Marco Enríquez-Ominami, un candidato propio al que el Frente Amplio le quitó cualquier novedad o vanguardia. Ciudadanos, el movimiento de Andrés Velasco, ni siquiera pudo tener las firmas necesarias a la hora del refichaje. Todo es un chiste agrio, un muro de hielo que se triza para volverse un iceberg que queda a la deriva, algo que se derrite en vivo y en directo.

También es una lección: los partidos no son eternos, aunque lo crean. Por el contrario, se deshacen, cambian, pierden el contexto. Las utopías se vuelven acuerdos de pasillo, la ideología se convierte en una decoración tan cara que nadie está dispuesto a pagar por ella, los viejos líderes se convierten en caricaturas. La DC nunca fue un imperio, sólo era la DC. Ahora le toca raspar la olla, va a ver qué comida queda adentro mientras reza para que no esté lo suficientemente podrida, quemada o helada. Ojalá haya comida, en verdad. Posiblemente no haya nada ni nadie; sólo los ecos de la nada que habitan dentro de una olla vacía.

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