Por Evelyn Erlij, Periodista y corresponsal en Europa Junio 16, 2017

Hay optimistas que dicen que hacer fila en tiempos de atomización social es una experiencia unificadora, una forma (involuntaria) de crear una pequeña comunidad desideologizada. Una cola es un grupo de anónimos unidos por un objetivo poco heroico: entrar a un lugar. Pero hay encanto en los lazos que se atan y desatan en el suplicio de una espera: el mes pasado, cuando hacía fila por una hora para ver una película en el Festival de Cannes, un extraño de barba tupida a lo Francis Ford Coppola me empezó a hablar. Me anunció que me equivoqué de fila —”¡los periodistas tienen prioridad!”—, pero decidí quedarme con él. Me dijo que su nombre era Alberto, que nació en Milán, vivió en París y que su hogar es Nueva York.

Me contó que acababa de conocer en persona al cineasta francés Claude Lelouch, hablamos de cine y vimos videos de la comedia negra Dr. Strangelove en su teléfono. Matamos el tiempo juntos sin saber quiénes éramos ni por qué estábamos ahí, hasta que se lo pregunté: “Vine porque mis hijos compiten por la Palma de Oro con Good Time, la película que protagoniza Robert Pattinson”. Alberto, mi amigo fugaz, es el padre de los hermanos Josh y Benny Safdie, estrellas jóvenes del cine independiente de Estados Unidos, los “nuevos Scorsese”, según la crítica, y gran parte del tiempo de espera que pasaremos juntos me hablará de ellos con ojos húmedos y amor infinito.

"Suecia es pionera en igualdad parental, con un posnatal compartido de  13 meses, pero también es uno de los miembros de la UE en el que existe más violencia contra la mujer, un fenómeno conocido como la paradoja nórdica”.

A los pocos días, compro un diario en el que aparece una entrevista con los Safdie y descubro su historia: cuando nació Benny, la madre de los cineastas intentó suicidarse y Alberto obtuvo la custodia. Mi compañero de fila resultó ser un tiro al aire que los crió entre caos y cámaras de cine, con las que los filmó a diario y en cuya vida se inspiraron para su primer largo, Daddy Longlegs (2009), sobre un papá loco e infantil que pelea la tenencia de sus hijos por las buenas y las malas. Suele ser así: en el cine, muchas veces el amor de padre aflora las arenas de una separación, como en Kramer vs. Kramer (1979), Papá por siempre (1993) o La batalla de Solferino (2013).

La figura paterna que se ve a menudo en la cultura popular es la de un hombre que llega del trabajo, un proveedor que entra y sale por la puerta de una casa, pasajero en tránsito de un hogar comandado por una mujer. Un padre aprende a serlo —no como las madres, para las que cuidar a un niño es natural—, y en ocasiones su imagen es la de un héroe que lucha contra una mamá villana. Declinando la cita de Simone de Beauvoir, una de las grandes teóricas del feminismo, no se nace hombre, se llega a serlo, y para eso hay que aprender ciertos códigos de masculinidad, entre ellos la idea de que un padre jamás tendrá los mismos derechos y deberes que una madre.

En Europa, el posnatal paterno es uno de los terrenos en los que hoy se juega la igualdad de género, un concepto que muchos han querido reducir a una competencia escolar entre niños y niñas, pero que en la práctica es todo lo contrario: significa crecer y superar las viejas definiciones de lo que es ser hombre y mujer en la sociedad. Los retratos de los padres suecos que deciden ser dueños de casa para criar a sus hijos es el cliché más difundido sobre cómo está cambiando la idea de paternidad en el Viejo Continente, pero la realidad primermundista es menos dulce de lo que parece.

Suecia es el país pionero en temas de igualdad parental. En 1974 creó un posnatal compartido que permite a los padres dividir el tiempo de cuidado del recién nacido y que varios países han imitado. Hoy, su duración es de 13 meses, tres exclusivos para la madre y otros tres para el padre, y aunque suene a paraíso de equidad, Suecia es uno de los miembros de la Unión Europea en el que existe más violencia contra la mujer, un fenómeno conocido como la paradoja nórdica. En otras palabras, uno de los países más igualitarios no ha podido extirpar el machismo de sus entrañas.

En las elecciones en Francia y Reino Unido, naciones donde el posnatal paterno dura sólo dos semanas, el tema apareció en las campañas como parte de las medidas en pos de la paridad de género. En Inglaterra, según la BBC, un porcentaje alto de hombres teme pedir sus días por miedo a dañar su carrera, y este mes, de hecho, un padre que quiso cuidar a su hijo y a su esposa, afectada por una depresión posparto, se convirtió en el primer británico en ganar una demanda contra su empleador por discriminación de género, tras ser amenazado de una baja salarial.

“Las nuevas paternidades igualitarias tienen un papel emergente y fundamental en el cambio de las masculinidades”, se apunta en el diario ABC de España, donde la licencia por paternidad se acaba de extender a un mes. La igualdad de género de la que tanto se habla hoy obliga a repensar la estructura social y familiar a través de leyes, pero ante todo, requiere un cambio de mentalidad transversal: un padre no es el asistente de la madre ni el que ayuda en la casa; y así como tiene deberes, también tiene derechos, entre los que está la custodia de los hijos tras el divorcio.

De eso se trata todo: de deshacer estereotipos, de borrarle el apellido a amor de padre y hablar sólo de amor. Como el de Alberto, mi amigo fugaz, por sus dos hijos.

Relacionados