Por Vicente Undurraga // Editor literario Mayo 12, 2017

En la marcha del 1° de mayo, un grupo de manifestantes le cantaba a un piquete de carabineros: “Son 15, son 20, son 30/ 40, 50, 60/ Un millón más/ qué más da/ cuántos se han ido ya”. Aunque el tono era más festivo que agresivo, conviene atender el giro que comporta.

En YouTube hay videos sobre carabineros para todos los gustos y disgustos: desde chascarrientos, como el del suboficial que por maletero se cae del caballo, hasta edificantes, como el del famoso “carabinero amable”, pasando por el “paco ninja”, el “paco chistoso” y varios que responden al nombre genérico de “paco ql”. Hay persecuciones, arrestos, asistencia en partos, zorrillos gaseando praderas en La Araucanía, rescates heroicos e intervenciones solidarias. Pero más que nada se ven enfrentamientos con encapuchados. La sonajera de piedras golpeando al guanaco, de botellazos, gritos y sirenas es impresionante. Un ejemplo: bajo el nombre de “pobres pacos” hay un registro del 2011 en plena Alameda, en la entrada de la embajada de Brasil, donde es atacado un piquete de doce efectivos que mal puede resistir con cuatro escudos la embestida criminal de unos cincuenta encapuchados que les lanzan adoquines, vallas papales, rejillas del alcantarillado, palos, semáforos y basura mientras se escuchan alaridos e insultos, de entre los que sobresale uno que los condensa y supera a todos: “¡Teníh hijo perro culiao!… Wuaaaaaa. Así te quería ver, hazte caca paco conchetumareeee”.

"Sigue siendo impensable ofrecerle plata a un suboficial que te pille con la revisión técnica vencida, pero ¿lo será por siempre?”

Atrás parecen estar quedando esos tiempos en que a los carabineros se les ofendía –condenablemente, claro está– aludiendo a su hombría (“los pacos tienen tetas”) o a su educación formal (“El paco promedio/ no tiene cuarto medio”), pero también a su historial represivo (“esa policía verde/ esa que no deja ver/ esa que nos torturaba/ cuando estaba Pinochet”) o a su labor en marchas (“Ahí están/ ellos son/ perros fieles/ del patrón”). Hoy se los comienza a atacar en un flanco inusitado: la probidad. Es una tragedia que ojalá termine pronto, porque un país sin policía confiable se cae a pedazos altiro. Según el general Villalobos, “existía una cultura de control deficiente”. ¡Esa sí que es cultura entretenida! Pero, claro, no es la más apropiada para los encargados del control y el orden.

Hasta hace poco toda conversación no-ultrona sobre Carabineros era rematada por frases como “pero no son corruptos” u “ofrécele plata a uno como en Argentina y terminái en cana”. Ya no, debido a los fraudes. Iba a escribir debido al escándalo de los fraudes, pero la verdad es que el escándalo ha sido suave. Si, con justicia, el caso Penta enfureció a medio Chile, sorprende la voz baja para referirse a un fraude al fisco que ya supera los $17 mil millones. Y suma y sigue. Con esa plata se podría poner un retén móvil en cada portón ¡y se acabaron los portonazos! El Pacogate es corrupción de la peor: sistemática, degenerada en montos y con el agravante de la paradoja máxima: la del policía ladrón.

Afirmativo: al principio eran nueve los involucrados y ya son ¿40, 50, 60, 100? ¿Qué más da? Ya parece teleserie. Lamentablemente, pagan justos por pecadores y una mayoría de funcionarios honestos comienza hoy a ser columpiada en las calles. Con todo, sigue siendo impensable ofrecerle plata a un suboficial que te pille con la revisión técnica vencida, pero ¿lo será por siempre? No se trata de hacer un festín con la institución, como alegó Villalobos, pero ya se diluyó el efecto atenuante de la autodenuncia. La cosa pica más que lacrimógena y se puso verde oscuro más rápido que radiopatrulla persiguiendo vendedores de naranjada (¡esa manía de dar jugo quitándolo!).

Investigar todo, reestructurar la institución y meter civiles en las finanzas parece ser la salida. Vigilar a los vigilantes. Castigar a los castigadores. Pero hay algo más que se puede hacer. En los años 90, Carabineros reemplazó el color negro de sus carros por el verde para desprenderse de su carga ominosa y teñirse de esperanza. Y hace unos años complementaron las balizas rojas con unas verdes para patrullajes y operativos de baja intensidad. O sea, la coloración es para la policía algo relevante. Ha llegado entonces la hora de dejar atrás el verde –que hoy evoca las lucas malversadas– y repintar los carros. No blancos porque parecerían ambulancias, ni rojos porque parecerían bomberos, ni amarillos porque parecerían Guardianes de la Bahía. Azul es la PDI, naranja sería ridículo, café tendría connotaciones inadecuadas. Quizá convenga un cambio de alto impacto, que de paso ayudaría a sorprender delitos in fraganti: mediante una fuerte inversión automotriz, arquitectónica y textil, Carabineros  ha de conseguir carros, motos y scooters transparentes, comisarías que sean como la Casa de Vidrio y uniformes traslúcidos, salvo por supuesto en la zona pélvica y a la altura de los pechos. Así, la sociedad sentirá el mensaje claramente: el Cuerpo de Carabineros no tiene nada que esconder, es una institución incorrupta, un amigo en tu camino.

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