Por Marisol García / Periodista y crítica de música Abril 21, 2017

“Jugaba en la selección del curso de puro simpático, porque siempre fui malo del verbo malo…”. Junto a la frase, la foto en blanco y negro de un niño sonriente en tenida deportiva, rodilla izquierda en el piso, como a punto de batir sus zapatillas sobre una cancha de tierra. Se ven, también, los dos lados de una camiseta amarilla; una de las muchas que hizo su madre para luego regalárselas al curso completo.

 “… y con menuda pintacha fuimos a representar al colegio a la Ciudad del Niño Presidente Juan Antonio Ríos, en la Gran Avenida”.

Las autobiografías escritas y publicadas hasta ahora por músicos populares chilenos no deben superar los veinticinco títulos —algunos, muy valiosos—, y existe entre ellas una total disparidad en estilos de escritura y jerarquía de contenidos. Las hay en décimas y las hay en prosa. Denunciantes y autocondescendientes. Están las que revelan mundos y las que sólo repiten lo sabido.

Se ubica muy bien el primer libro de Jorge González en esa secuencia de publicaciones sin pauta en común ni sometimiento a convenciones editoriales. Su libertad es una evidencia, primero, gráfica: Héroe tiene un formato pequeño y amable (18 x 15,5 cm), de ideas visuales coloridas y con más espacio para fotos que para textos. En las ochenta páginas, hay unos treinta retratos a página completa y muchas imágenes de archivo (algunas, nunca antes publicadas). Tipografía, márgenes, recortes e impresión fueron decididos con cuidado por Marco González Ríos, hermano del músico. Hay pop visual incluso al presentar a los padres, Ida y Jorge Hugo, en una impecable foto juvenil.

Al libro también lo marca la soltura en las palabras, como si el texto fuese la transcripción de un monólogo espontáneo. Son memorias parceladas pero de primera fuente, guiadas por lo que se quiere recordar y cómo se quiere hacer. Sí a las amistades escolares, las idas y vueltas en micro al estadio; el descubrimiento de los primeros cassettes, discos y músicos (ex21tranjeros) favoritos.

No a la definición del propio estilo autoral, a las claves en la motivación de algunas canciones ni a los efectos de un hit (y luego otro, y otro) sobre la propia personalidad.

Acerca de Los Prisioneros, lo que más o menos ya se sabe, condimentado por más detalles sobre influencias y una definición breve pero certera sobre sus compañeros: “Se parecían a mí en la inmensa pasión por la música”.

González es franco y escueto sobre temas incómodos (la decepción de sus estudios en la U. de Chile, por ejemplo; la renuncia a su contrato solista con EMI; los quiebres amorosos más marcadores) y sorprendentemente elocuente sobre su cruce con la cocaína. De pronto, en la página 57, el final abrupto con la reunión de Los Prisioneros entre 2002 y 2003. Hasta ahí queda un relato que, aunque se presenta en portada como autobiografía, es más bien la secuencia selectiva de recuerdos, imágenes e impresiones; el recorrido (con gracia al andar) de senderos puntuales desviados desde un camino hondo e inexplorado.

Héroe es la descripción que el gran cantautor chileno ha querido hacer sólo para algunas de sus muchas destinaciones.

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