Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Marzo 31, 2017

En la ficción, el tema inmobiliario tiene otras leyes además de  la oferta y la demanda. Sobre todo en la cinematográfica (incluyamos televisión, desde la bastarda a las telenovelas o proyectos más dignos). Otra cosa es la publicidad que ama y se excita con las torres de cristal y los lofts y las piscinas infinitas y las fiestas en las azoteas. En todo esto pensé mientras veía la notable cinta brasilera Aquarius, que causó furor en Cannes el año pasado y, por poner el dedo en la llaga, terminó complicando al gobierno que expulsó a Dilma de Brasilia, por lo que Aquarius no terminó representando a Brasil en la lotería del Oscar. Siempre me ha interesado la ciudad y, por lo tanto, lo urbano: sus casas, sus calles, sus plazas, sus edificios. Todo esto me fui pensando luego de irme caminando por el Forestal, después de salir de la función del Cine-Arte Alameda y miraba, por un lado, los edificios que dan al parque por el lado de la calle Ismael Valdés (con pedigree, ya parte del tejido, nobles) y, al otro lado del río, las nuevas torres que se alzan desde la ex La Chimba y que aún no han sido del todo aceptadas en términos culturales. ¿Los edificios del lado sur se construyeron arriba de casas coloniales o cités? ¿Cómo habrá sido el Forestal antes de que se diseñara y se construyera en sus bordes? Me acuerdo de las diversas batallas por defender el cine Las Lilas, primero, y luego una casas algo desangeladas, al frente. La meta era defender la plaza y, por lo que veo, la plaza está quizás más viva que nunca. Pero es entendible: todos van a defender las casas ante el edificio que llega. King Kong y Godzilla nunca son los protagonistas, a pesar de que sus nombres llenen los afiches publicitarios. Esto, claro, se altera aún más si es tu casa la que van a demoler o es tu barrio el que cambiará para siempre.

¿Por qué una casa, por chica o modesta que sea, tiene un valor tan arraigado y por qué un departamento ubicado en un edificio no posee ese valor extra? ¿Un departamento de un ambiente no es un hogar? ¿Un penthouse con jardín en el techo entonces lo es? No todas las construcciones en alto son firmadas por Luciano Kulczewski o son entrañables por lo que representan. Hay miles de edificios para oficinas y, desde los 90 quizás, una explosión de altísimas torres habitacionales que aún no tienen su narrativa literaria o cinematográfica. Quizás es muy pronto. O está el tema estético: ¿cómo se personaliza lo que es en esencia un no-lugar? Si uno filma una película en una torre de Santa Isabel, por nombrar un lugar al azar, ¿cuál elige? ¿Son todas iguales? Quizás no. Desde luego que no para aquellos que viven en ellas, por cierto.

Pero el arte se demora en pisarle los talones al presente.

Y hay autores cuyo imaginario infecta incluso a aquellos que ni siquiera lo han leído. José Donoso hizo propias formas de vivienda que siguen pesando: la casa señorial venida a menos y, sobre todo, la pensión. Esto sigue presente en las telenovelas actuales: pocos viven en departamentos (y cuando lo hacen, estos son exagerados, fríos, poseros) y todos arman familia en casas, sean del segmento económico que sean. Para que una ciudad crezca debe haber densidad urbana, pero eso no implica que no se puede luchar desde la ficción, aunque al final casi todos vivimos en departamentos. Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, conversa muy bien con dos obras chilenas. Con la novela Jardín de Pablo Simonetti (una premisa parecida, aunque con una protagonista muy distinta, y que ahora está en su versión teatral y que seguro podría ser una película potente) y, por cierto, con el premiado documental de Ignacio Agüero Aquí se construye (el réquiem de una vieja casa en Providencia).

Aquarius es una película acerca de un edificio pequeño (pero ultradiseñado, fino, burgués, art decó, frente al mar de Recife) y la cinta lleva su nombre. Está rodeado de rascacielos burdos, tipo Miami, frente a la playa más deseable de Recife. Sólo posee una habitante que vive en el único departamento que aún no se ha vendido ni desea vender, aunque la oferta es tentadora. La que no desea moverse es Clara y ella es una mujer de 65 años tan testaruda como fascinante. ¿Debe irse? ¿Es todo dinero? ¿No hay algo inminentemente burgués en querer conservar la forma de vida de una elite intelectual de clase media-alta? Pero, por otra parte, los edificios que van a construir arriba del precioso pero enano Aquarius no serán vivienda social. ¿Quién tiene la razón? En Aquarius, es ella. Entre otras cosas porque la resistencia la lleva Sonia Braga. Sí, Sonia Braga, doña Flor, Gabriela, la mujer araña, símbolo sexual latinoamericano de los 70 y 80, la que nunca tuvo problemas con su cuerpo, con follar, con estar desnuda. Sonia Braga se hace cargo de su pasado como bomba sexual y no intenta negarlo sino, más bien, lo que hace es procesarlo: nada en el mar, fuma, se ducha full frontal (con un seno menos producto de una mastectomía) y hasta contrata a un escort masculino. Nada de pasar por joven  ni acumular cirugías para verse menor. ¿En qué momento una mujer de 65 pasó de ser una abuelita tierna a empoderarse como una mina power? Lo que hace Braga es impresionante: intenta verse guapa y dura y llena de energía, pero no intentando verse menor. Y lo logra. Ella, junto a su departamento, es todo el filme y la cinta es potente. Así, la película de Kleber Mendonça Filho se vuelve una fascinante cinta feminista acerca de una mujer que ya no cuenta con sus hijos, sino que debe armarse una nueva familia. Aquarius es, por lo tanto, irredectiblemente latinoamericana. Posee playa, tiene bossa nova, incluso suena Roberto Carlos, pero no es un filme rural o de víctimas: es una cinta acerca del continente de hoy y de la soledad con vista al mar. Es cierto: los dados están cargados hacia el lado de Clara (el joven constructor hijo de su papá es más un villano que un ser complejo), pero la Braga se merece esta cinta, esta lucha, esta vitrina. Porque al rato del metraje uno capta que el pequeño edificio Aquarius también es ella: retro, de elite, con otros valores y hasta otros prejuicios. Braga fue crítica de rock y prefiere un departamento cómodo con parquet que el último piso de una torre. Lo que ella realmente quiere es que no la tumben. Y si eso no es potente, ¿qué es?

Relacionados