Por Diego Zúñiga Enero 6, 2017

John Berger tenía 80 años cuando publicó, hace una década, el que es probablemente su libro más íntimo: Aquí nos vemos, un recorrido ficcional por su vida, por sus muertos. La historia empezaba en Lisboa y el primer encuentro ocurría con su madre, quien lo llevaba a sus años de infancia. En medio de esos recuerdos, ella se detenía en aquellos miércoles que tomaban el tranvía para ir a comprar al mercado o para pasar un rato en el cine, viendo películas que lo hacían llorar. Era la infancia, los años en que a Berger le gustaba ir adelante del vagón para jugar a ser el conductor. Su madre recuerda esos días y en un momento le dice: “Te ponías en el borde del asiento. No he vuelto a ver a nadie mirar con tanta concentración”.

06Ese niño que miraba concentradísimo por la ventana de un tranvía inglés iba a ser, tiempo después, uno de los escritores que nos cambiarían, justamente, la forma de mirar. Un hombre —un artista visual: pintor, dibujante, fotógrafo— que escribiría novelas, ensayos, poemas, guiones, que se convertiría en uno de los mejores narradores anglosajones de su generación –tan esquivo a las etiquetas, a los géneros; tan a favor de una escritura libre y compleja, llena de recovecos que parecían no acabar nunca– y que este lunes recién pasado, con 90 años, iba a morir en su casa en París.

La mayoría de las necrológicas aseguran que John Berger será recordado, principalmente, por Modos de ver, el programa de la BBC que en los 70 revolucionó, en muchos sentidos, la forma en que los espectadores se enfrentaban a una obra de arte. Un programa que dirigió Berger y que luego se publicó como libro, un ensayo que marcaría a la crítica de arte, influido sobre todo por Walter Benjamin y su mítico texto La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, que en ese entonces era muy poco conocido aún. Berger planteaba cómo nuestra interpretación de las imágenes se modificaba según la forma en que mirábamos. Y profundizaría en aquella idea a lo largo de todo su trabajo: como crítico de arte, como ensayista, como novelista. Detenerse en cada imagen hasta descifrar la historia que hay en ella, lo que vemos y lo que no vemos, sobre todo el silencio que reside en cada fotografía, en cada obra de arte frente a la que se planteaba Berger con una curiosidad admirable, y con la humildad también de quien entiende perfectamente lo que hay ahí –Berger estudió arte, expuso un par de veces de hecho antes de convertirse en escritor—, pero que sabe que sólo desde ese lugar, lejos de las certezas, se puede comprender realmente una experiencia artística.

Desde ese umbral se situó Berger para escribir, y nunca lo abandonó. Y probablemente por eso, también, su escritura resulta tan contemporánea, tan viva: narrar para entendernos, para entender al otro. Narrar sin detenerse en los géneros, en los límites. Apostar por la claridad, por un lenguaje diáfano, lejos de los lugares comunes y del balbuceo pretencioso que abunda en la escritura sobre arte. Indagar en el lenguaje hasta descubrir que, en el fondo de las cosas, hay un reflejo de lo que somos pero, sobre todo, de lo que no queremos ser.

John Berger escribió sobre él, pero también sobre los otros: se detuvo en sus contemporáneos, en los mayores. Visitó a Cartier-Bresson, admiró a André Kertész y sus fotos de gente leyendo, se detuvo en aquella imagen que lo impactó, del Che Guevara muerto, y discutió con Sontag —de manera inteligente y creativa— a partir de su imprescindible ensayo Sobre la fotografía. De hecho, a partir de ese ensayo Berger escribió su texto “Usos de la fotografía”, que se lo dedicó a Sontag y que también se volvió un imprescindible de la materia.
John Berger convirtió la escritura sin géneros en una marca de fábrica.

“Un ensayo es un producto de la imaginación. Si en un ensayo hay información, es sólo circunstancial, y si hay una opinión, es necesario desconfiar de ella a largo plazo. Un ensayo genuino no tiene aplicación educativa, polémica ni sociopolítica; es el movimiento libre de una mente que juega (…). Al igual que un poema, un ensayo genuino está hecho de lenguaje, de personalidad, de un estado de ánimo, de temperamento, de agallas, de azar”. Esta definición del ensayo la escribió hace años la escritora norteamericana Cynthia Ozick y calza perfectamente con lo que hizo Berger a lo largo de su trabajo literario: escribir novelas, ensayos, críticas, poemas con una libertad realmente intransable. Y nos enseñó, además, que la literatura debía contaminarse con las otras artes: compartir, discutir, robar, confrontarse con aquellas formas, porque sólo así, finalmente, podemos comprender realmente qué es el lenguaje, qué valor tiene el ejercicio de elegir una palabra y luego otra y otra hasta construir algo con la suma de ellas.

“Ante lo indecible estamos solos. Y por eso, creo, se cuentan historias”.
Eso lo escribió John Berger hace unos años. Ahora él ya no está, pero queda lo indecible, y también nuestra soledad. Y, claro, las historias. Esas que contaba él y que es lo único que nos sobrevivirá.

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