Por Felipe Hurtado H. Octubre 21, 2016

Michael Chammas, periodista del Sydney Morning Herald, definió a Nick Kyrgios como un tenista con mentalidad de futbolista. El calificativo puede resultar excesivo, y hasta ofensivo para estos últimos, pero tiene algo de razón. La joven promesa tiene actitudes y lanza pachotadas propias de los códigos del deporte rey, donde se aguanta y se calla el bullying mientras no salga de la cancha, pero que en un court se considera conducta reprochable.

El australiano de padre griego y madre malasia colmó la paciencia de la ATP la semana pasada, durante el Masters 1000 de Shanghái, al punto que lo multó con US$ 16.500 por “falta de esfuerzo”, “abuso verbal contra un espectador” y “conducta antideportiva”, eufemismos para su vergonzosa actuación en el partido contra el alemán Mischa Zverev, en el que —básicamente— se dejó ganar.

Este lunes, la organización reconsideró la sanción y le aplicó un castigo extra de US$ 25 mil y una suspensión de ocho semanas, la que podía rebajar a tres si aceptaba visitar a un sicólogo deportivo. El tenista de 21 años, número 14 del mundo, dijo que utilizaría este tiempo para resolver sus problemas. Un cambio mayúsculo respecto a la actitud que mostró en la conferencia posterior al polémico encuentro. “No le debo nada a nadie. Es mi opción. Si no te gusta, no te pedí que vinieras… Todos saben que soy impredecible”, dijo sin arrepentimiento.

Situaciones como estas generan que Kyrgios gane lugares dentro de la infame lista de chicos malos del tenis, que encabeza John McEnroe y que entre sus posiciones más destacadas cuenta con tipos como los estadounidenses Jeff Tarango y Pancho Gonzales, además del serbio Goran Ivanisevic y el rumano Ilie Nastase. “Big Mac”, en todo caso, se sonroja con el nacido en Canberra: “No me gustan los que tiran la toalla”.

La ignominiosa entrada a escena del australiano se produjo el año pasado, cuando, en pleno duelo del Masters 1000 de Montreal, le dijo a Stan Wawrinka que su novia Donna Vekic se había acostado con Thanasi Kokkinakis. El suizo no lo escuchó, pero el resto del mundo sí; y la ATP lo multó.
Antes y después de eso fue displicente en un choque frente al francés Richard Gasquet, se peleó con su compatriota Bernard Tomic y con el Comité Olímpico de su país, ha roto tres raquetas en 10 segundos, ha insultado a periodistas, jueces de silla, público y hasta canchas. Sus malas pulgas, incluso, llevaron a Rafael Nadal a negarse a ser su pareja en dobles de un evento benéfico.
El desmadre ante Zverev llega durante su mejor temporada, en la que consiguió sus primeros tres títulos ATP (Marsella, Atlanta y Japón) y se afianzó dentro de los top 20. No son pocos los que le pronostican un futuro brillante, gracias a su gran servicio y estado atlético, y no descartan que sea un contendiente para la corona de futuros Grand Slam. Sin ir más lejos, este año venía peleando la opción de ingresar al Masters de Londres, que reúne a los mejores ocho de la temporada.

Quizás uno de sus problemas sea que se siente en el lugar equivocado. “No amo el tenis. A los 14 estaba loco por el básquetbol, pero me dediqué al tenis empujado por mis padres”, ha dicho Kyrgios, quien planea retirarse a los 27.

También puede ser que se dejó controlar por el personaje ficticio que ha ayudado a construir, porque él jura que en privado no es como se le ve en la cancha. En una entrevista en septiembre reflexionaba: “Me gusta que se hayan creado una imagen de mí. Me gusta que sólo la gente cercana sepa quién soy en verdad. No soy un chico malo. Sólo hago las cosas como quiero”.
El incorregible personaje de Kyrgios ha llegado muy lejos. Quizás sea el momento que se exhiba al mundo como realmente es, antes de que agregue su nombre a la lista de los talentos desperdiciados.

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