Por Evelyn Erlij, desde República Checa Agosto 26, 2016

Extraña idea: invitar a Charlie Kaufman, homenajeado principal del festival de cine de Karlovy Vary, a dar una charla en una sala minúscula de 50 metros cuadrados. El espacio es tan claustrofóbico como el piso 7 y 1/2 que ideó para el guión de ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) —ese lugar raro por donde se entraba a la mente del actor—, con la diferencia de que aquí no hay que caminar torcido para no chocar con el techo. Entre la masa de fans aparece Kaufman, lentes gruesos, barba tupida, pelo rizado y un poco más de 1 metro 60 de altura. Dicen que odia las apariciones públicas, pero se ve a gusto: se sienta a lo indio y con los pies arriba del sillón.

Pasaron varias décadas, películas y premios —entre ellos el Oscar a mejor guión por Resplandor de una mente sin recuerdos (2004)— para que este guionista y director, uno de los personajes más brillantes y originales del Hollywood de hoy, se sintiera seguro frente a la gente. Dice que, cuando tuvo su primer empleo como escritor para una serie, en los años 90, ni siquiera hablaba con sus compañeros de trabajo.

“No dije nada durante seis semanas. Todos los días tenía miedo de que me despidieran. Escribir me dio confianza, porque no tenía ninguna”, recuerda. Los tímidos de la sala sonríen. Hay futuro para los inseguros: lo dice un introvertido oscarizado, el genio detrás de El ladrón de orquídeas (2002), esa metapelícula delirante con Nicolas Cage sobre un guionista depresivo llamado Charlie Kaufman y su gemelo.

Pero Kaufman no tiene —y nunca ha tenido— intención de sonar optimista. Dice que comenzó a escribir guiones porque pensó que era el camino natural para convertirse en director, un paso que le tomó diez años y que, a la larga, hundió su relación con los estudios. Synecdoche, New York, su debut como cineasta —sobre el drama existencial de un director de teatro interpretado por Philip Seymour Hoffman— es considerada un clásico contemporáneo por los entendidos, pero además de fracasar en la taquilla, se estrenó en 2008, el año de la crisis financiera. “Desde entonces las películas se convirtieron en basura de superhéroes”, dice, y advierte que si hubo un lapso de siete años entre ese filme y su último trabajo, la película de animación Anomalisa, fue porque nadie se arriesgó a financiarlo.

“Estaba desesperado por hacer algo, fue un tiempo muy difícil y todavía lo es, porque aún no logro hacer cosas. Nada ha cambiado desde que tuve el Oscar. Anomalisa sólo se hizo gracias al crowdfunding y a un tipo que la financió. No hubo estudios involucrados. A nadie le importó. El ladrón de orquídeas, Synecdoche, Frank or Francis, el musical que quiero montar hace seis años (con Jack Black, Nicolas Cage, Steve Carell, Cate Blanchet y Emma Thompson), son cosas que hoy no se pueden hacer”, afirma.

Pero si la cartelera es un festival de superhéroes, remakes de viejos blockbusters, precuelas, secuelas y comedias sin gracia; la televisión tampoco es el paraíso de la originalidad y la experimentación que promete ser. “Escribí dos pilotos para HBO y uno para FX, pero no los tomaron. No es porque no lo haya intentado”.

Ahí se entiende todo. Kaufman es todos y cada uno de sus protagonistas: es Caden Cotard, de Synechdoche, New York, el director de teatro que no logra montar su obra maestra; es Craig Schwartz, de ¿Quieres ser John Malkovich?, el titiritero frustrado que no puede vivir de su arte; es el introvertido Joel Barish, el personaje huidizo de Eterno resplandor; y es, obviamente, Charlie Kaufman, de El ladrón de orquídeas, ese guionista aclamado que, de un momento a otro, no le resulta nada. “Todo lo que hago tiene algo mío a nivel emocional, hay mucho de autobiografía —confiesa—. No pienso en las audiencias, yo soy mi audiencia. Si no, es como hacer un baile de tap para el público”. Y Kaufman no quiere bailar: para eso están los superhéroes de la cartelera.

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