Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn Agosto 26, 2016

Die Ärzte y Die Toten Hosen son, seguramente, las dos bandas de punk-rock más conocidas de Alemania. En la primera un tipo que se llama Rodrigo González toca el bajo, canta y a veces también toma la guitarra. González nació en 1968 en Valparaíso, y en 1974 debió abandonar el país tras el golpe de Estado. Su familia se asentó en Hamburgo, donde decenas de chilenos intentaron reconstruir un pedazo de la patria en sus casas. Armaron peñas y oyeron el Canto Nuevo, a Víctor Jara, Violeta Parra, Inti-Illimani y Quilapayún. Había empanadas, vino y discursos.

González creció en ese ambiente y su perfecto alemán puede, si él así lo desea, mutar en un español plagado de chilenismos en cosa de milésimas de segundo. Por eso hace mucho sentido que sea él y no otro quien protagonice el documental El viaje, estrenado el 11 de agosto en Alemania y con planes específicos de llegar a Chile vía festivales. La historia es sencilla: el músico desea recomponer su memoria musical y ponerle un paisaje a ella, un paisaje que vaya más allá del Chile que su padre construyó en Hamburgo.

González va recorriendo y reconstruyendo su memoria con la ayuda de reconocidas figuras de la escena musical chilena, como Chinoy, Camila Moreno y Eduardo Carrasco, líder de Quilapayún. También se pierde en los cerros de Valparaíso con el Macha, voz y rostro de Chico Trujillo, banda a la que González les produjo el disco Paria. El músico llega hasta Aysén, se encanta con los mapuches en el lago Lleu Lleu, escucha boleros en el Puerto y, mientras recorre en bus las carreteras de Chile, lee a Condorito.

El viaje es un documental que, en 90 minutos, busca poner en pantalla un pincelazo de la música de los 60 y 70 actualizada por intérpretes del 2016. Es un intento interesante por recuperar la esencia de algo que los exiliados con seguridad sabrán entender mucho mejor que el resto de los espectadores: esa sensación de estar lejos de casa y de querer hacer de tu living, de tu dormitorio, un pedazo de Chile extirpado de la tierra de la que tuviste que partir.

Viéndolo así, es posible perdonar algunas piezas que parecen fuera de lugar en el filme –el viaje a la comunidad mapuche suena forzado y podría explicarse por el interés personal del director de El viaje, el alemán de padre chileno Nahuel López– o los escasos segundos que se brindan a la visita de González al Museo a Cielo Abierto de San Miguel. Pero esos bemoles se subsanan con la magnífica guía del bajista. Su naturalidad hace que le pida a Camila Moreno que se seque el pelo para que no se resfríe o que mire con incredulidad a Chinoy cuando éste le dice que una jauría de perros con la que se topan en Valparaíso podría atacarlos (en Alemania no hay perros callejeros).

El documental consigue unir dos mundos totalmente ajenos, el del alemán común y corriente que ama la música y el de los chilenos que debieron escapar de un golpe de Estado. Cualquier amante de las canciones de protesta, de la cumbia y de los boleros, que son los estilos que se oyen en El viaje, agradecerá al músico punk su deseo de reconstruir su infancia a través de los acordes de unas canciones que forman parte del repertorio más profundo de la cultura chilena.

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