Por Eric Parrado, superintendente de Bancos e Instituciones Financieras Agosto 12, 2016

Los recién graduados Jennifer y John postularon al trabajo de administrador de un laboratorio científico de una universidad. Ambos tienen exactamente las mismas credenciales. La única diferencia es el género del nombre de pila. En la evaluación de sus currículum, John obtuvo una nota 4 de una escala de 1 a 7, mientras que Jennifer recibió sólo un 3,3. Del mismo modo, a John se le ofreció un salario de poco más de 30.000 dólares anuales y a Jennifer, de 26.500 dólares. Es decir, tanto la evaluación y el sueldo van en contra de Jennifer, siendo la única diferencia el nombre. Esta es la historia real de un experimento económico de Moss-Racusin et. al. (2012) para medir los sesgos presentes e inconscientes en contra de las mujeres. Y este sesgo es independiente del género de los profesores contratantes. Es por eso que debemos obligarnos a darnos cuenta que este sesgo inconsciente en contra de la mujer existe y, al mismo tiempo, es justo aplicar un sesgo consciente a favor de ellas en todas nuestras decisiones, sean estas individuales o institucionales.
Pero para entender las diferencias de género que existen en diversos ámbitos es necesario contar con datos e información. Si no se cuenta, lamentablemente el tema no cuenta.
Consciente de esta realidad, la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF) ha realizado un esfuerzo sistemático por mejorar la información desagregada por género. El reporte “Género en el Sistema Financiero” de la SBIF justamente contribuye a este ejercicio desagregando por sexo la información de uso y acceso a productos bancarios y su comportamiento de pago. A pesar de su aparente simpleza, este informe se ha transformado en un ícono internacional en la contribución que pueden hacer los reguladores financieros a la inclusión financiera y al cierre de brechas de género. Este reporte único en el mundo aporta al mostrar las diferencias entre hombres y mujeres, identificando los posibles sesgos existentes en el sistema bancario.
La última versión de este reporte destaca que a la hora de endeudarse, las mujeres prefieren el crédito hipotecario, mientras que los hombres tienen una mayor proporción en créditos de consumo. Además, confirma que las mujeres ahorran proporcionalmente más y en promedio son mejores pagadoras.
También surgen nuevas conclusiones al descomponer los créditos por sus condiciones. En el caso del crédito hipotecario no se observan diferencias mayores en plazo ni en la tasa de interés cobrada, pero sí existe una diferencia significativa en los montos suscritos que alcanza un 17% menos para las mujeres. Esta diferencia puede tener una explicación en la disparidad de ingresos y vulnerabilidad en el empleo relativo que tienen las mujeres versus los hombres. En el caso del crédito de consumo, la diferencia de montos es de un 32% más bajos para la mujer y no hay mayores diferencias en los plazos. Pero surge una nueva diferencia en las tasas de interés cobradas, que son un 15% mayores para las mujeres. No es claro a qué se debe esta diferencia, pero sería conveniente tratar de entender si existe algún sesgo particular.
El análisis anterior no sólo contribuye a entender las diferencias de género existentes en el mundo bancario para revisar tanto políticas públicas como las políticas comerciales de los propios bancos, sino también para llamar la atención respecto de los sesgos inconscientes que pueden existir en nuestro lenguaje, actitud y acciones.
Hacer un cambio que es justo y además que es un buen negocio como sociedad, requiere un sesgo consciente a favor de la mujer. Así evitamos que nuestras Jennifers vivan con una desventaja estructural, simplemente por no darnos cuenta de los privilegios que tienen nuestros Johns. 

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