Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn. Julio 22, 2016

Hay dos formas de provocar terror en un continente que está esperando que le den el gran golpe, así como el norte de Chile vive esperando el megaterremoto. Una es de forma extraordinariamente llamativa, matando a decenas de personas en una gran capital europea. Digamos algo como lo ocurrido en París en noviembre del año pasado o en Bruselas en marzo. Son grandes golpes, eficientes en términos comunicacionales porque afectan a un centro urbano importante. Los perpetradores consiguen lo que buscan fácil y rápidamente.

La otra es la fórmula que se utilizó en los últimos dos ataques perpetrados en el Viejo Continente: lejos de las capitales, hasta donde el extenso brazo de la vigilancia policial no llega o llega debilitado. Niza, con sus 84 muertos, es una muestra de que la familia no se puede sentir segura ni siquiera mirando fuegos artificiales y de que un camión, y en realidad cualquier cosa, es un arma. Y lo de Wurzburgo, en Alemania, es la confirmación palpable de que una pequeña ciudad sin mayor figuración es también un blanco válido. Un tren regional perdido en las profundidades de un país puede convertirse en el escenario perfecto para que un yihadista muestre lealtad por su dudosa causa.

Aunque las autoridades alemanas han preferido evitar una confirmación expresa de la raíz islamista del ataque de Wurzburgo, la evidencia apunta en esa dirección. No sólo el video liberado por Estado Islámico y la bandera de ISIS pintada en la habitación del atacante son una prueba a tener en cuenta. El grito de “Alá es grande” lanzado al momento de blandir el hacha contra los pasajeros del tren parece demostrar que, a lo menos, el joven refugiado afgano de 17 años se había radicalizado solo, en Alemania, donde fue recibido hace dos años y donde una familia de acogida lo cuidaba.

Lo que viene ahora en Alemania es más o menos predecible. El atacante no sólo entregó su vida de forma absurda a una causa irracional, sino que hizo un flaco favor a los miles de refugiados y solicitantes de asilo que esperan su oportunidad en este país. Aunque el debate político todavía no es abierto, es un hecho que partidos como Alternativa para Alemania (AfD), agrupación populista de derecha que vive un auge precisamente debido a su renuencia a aceptar refugiados, obtendrán sus cinco minutos de gloria gracias a esto.

“Nunca vi tanta sangre”, decía uno de los investigadores que llegó al tren donde se produjo el brutal ataque, según el periódico Bild. Las fotografías daban cuenta de una carnicería que, de milagro, sólo dejó heridos. ¿Quiénes? Una familia de Hong Kong y una mujer que paseaba a su perro en el andén, atacada por el yihadista cuando este se bajó del tren. Estas escenas, que se han repetido en la televisión y en la prensa escrita, marcarán un punto de inflexión y pueden tener un efecto devastador entre los ciudadanos, que hacen la ecuación (hongkoneses atacados en Wurzburgo por un afgano) y entran en pánico, porque la conclusión es lógica: todos estamos expuestos en todas partes, a merced de cualquiera, o sea de todos. Apenas un día después del ataque, la presencia de policías en las estaciones de trenes se había incrementado notoriamente. Comenzarán las sospechas, los insultos en la calle y las polémicas en la arena política.

A diferencia de Francia, donde apenas un día antes del atentado en Niza las autoridades habían anunciado que rebajarían el nivel de alerta, en Alemania la tensión, la latencia del inminente ataque, nunca ha desaparecido. Varias veces se han cerrado estaciones de trenes, suspendido eventos y alterado la normalidad porque se sospechaba que alguien preparaba un atentado. Lo más terrible de todo esto es constatar que, pese a todas las medidas, pese a todas las advertencias, pese a todos los despliegues, en el ataque de Wurzburgo el yihadista fue abatido porque, por casualidad, un comando especial de la Policía estaba en el lugar y vio pasar al afgano con sus armas. Por casualidad.

Relacionados