Por Sebastián Rivas, desde Chicago. Mayo 25, 2016

De todas las victorias imposibles que ha logrado Donald Trump este año, quizás la más sorprendente es la que obtuvo frente a un rival que poco y nada tenía que ver en sus disputas políticas, pero cuya influencia en la elección es innegable. Hace un par de semanas, Nate Silver, el gurú estadístico cuyo modelo de predicción de resultados en las presidenciales estadounidenses en 2008 y 2012 lo convirtió en un referente mundial, escribió una larga columna pidiendo perdón por su mayor error a la fecha: una serie de textos en los que el año pasado aseguraba que las opciones del magnate de ganar eran “menos del 2%”. Más allá de que casi nadie se esperaba su triunfo, el mea culpa de Silver fue concreto: “Actué como un opinólogo”, dijo, especificando que debió haber mirado y analizado los datos objetivos con mayor cautela.

Son esos mismos datos objetivos –y ese precedente- los que en las últimas semanas tienen de cabeza al mundo político de EE.UU. Con algunas variaciones, las principales encuestas muestran a Trump apenas dos o tres puntos porcentuales detrás de Hillary Clinton, que será la nominada de los demócratas. Esto, que en una elección común y corriente sería muy normal por la habitual correlación de fuerzas entre ese partido y los republicanos, en este ciclo 2016 aparece como sorprendente porque despierta la idea de que el magnate efectivamente puede terminar siendo el presidente de Estados Unidos.

El fenómeno más reciente tiene varias dimensiones. Es habitual que cuando un nominado de los dos principales partidos se consolida, reciba un alza de apoyo en las encuestas. Si bien eso ya ocurrió con Trump, aún no ocurre con Hillary, que debe lidiar en su flanco interno con la poderosa campaña de Bernie Sanders. El senador aún sigue haciendo campaña y no reevaluará su posición hasta después del 7 de junio, el día de las primarias en California, aunque matemáticamente su triunfo es casi imposible.

La otra dimensión es que consistentemente los sondeos perfilan la elección de noviembre como una opción de “males menores”. El nivel de rechazo de Clinton y Trump está entre los más altos que han tenido candidatos presidenciales en la historia, lo que hace presumir que un gran número de estadounidenses votará por uno porque le disgusta menos que el otro, o para evitar que ese otro gane.

De hecho, si se quisiera sacar una conclusión sería que aún existe un espacio para un tercer candidato. Esta semana, The Washington Post publicó un sondeo en el que preguntó qué pasaría en un escenario hipotético entre Trump, Clinton y el ex candidato presidencial republicano Mitt Romney, quien ya ha anunciado que no votará por el multimillonario. En ese modelo, Romney obtenía 22% contra 33% de Trump y 35% de Clinton. El problema es que las fechas para registrarse y competir como independiente se están acabando, y la opción pasaría por ser candidato de uno de los escasos partidos con presencia nacional distintos de republicanos y demócratas, como el Libertario.

La prensa, además, ha tomado los datos con cautela. Con el precedente de las primarias y el casi increíble triunfo del magnate, los medios han tratado de evitar el error de subestimar los nuevos datos. Esto también tiene que ver con que, para todos, una elección reñida entre ambos candidatos significará altas cifras de rating y mayor inversión publicitaria.

Sin embargo, hay al menos dos precauciones que hay que tomar antes de caer en la tentación de sobrerreaccionar ante las encuestas de estos días. La primera es que los sondeos son a nivel nacional, pero las elecciones estadounidenses son básicamente una colección de 50 comicios presidenciales a nivel de estado donde quien saca un voto más que el otro se lleva todos los delegados. Es decir, aun cuando Trump puede haber acortado distancia a nivel nacional con Hillary, lo importante es su posición en “estados bisagra” como Florida, Pennsylvania y Ohio.

Y la segunda es la incertidumbre sobre cómo será el padrón electoral de este año. Habitualmente los encuestadores construyen sus muestras a partir de cómo fue la composición demográfica en las elecciones previas. Esto implica, por ejemplo, estimar qué cantidad de votantes de raza negra o latinos van a ir a votar, y luego encuestar una cantidad similar o bien ponderar los datos obtenidos para que representen ese porcentaje.

Pero este año el padrón podría lucir muy distinto, en especial por los ataques de Trump a hispanos y minorías étnicas. Esos grupos, de acuerdo a distintos reportes, han aumentado su tasa de inscripción para las elecciones en los estados que obligan a hacerlo antes de los comicios, y en una abrumadora mayoría apoyarán a Hillary. Esa movilización, al final, podría ser la clave que cierre en noviembre con un triunfo demócrata.

Más allá de eso, que Trump aparezca con una alta intención de voto en las encuestas devuelve al problema de fondo: que para muchos estadounidenses él es una opción real, que su retórica ofensiva y divisiva no les causa mayor problema y que, nos guste o no, él tendrá una opción concreta de llegar a la Casa Blanca gracias a su poco ortodoxo estilo de campaña. El resto, como diría Nate Silver, es pura opinología.

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