Por Diego Zúñiga Mayo 13, 2016

Hay que desconfiar de las modas, es una regla casi inquebrantable, sobre todo cuando se refiere a libros —desconfiar, siempre, de la novela que todos están leyendo y comentando en redes sociales—, pero a veces, muy pocas veces, hay excepciones. Stoner (Fiordo), del norteamericano John Williams (1922-1994), es una de ellas. Una excepción impresionante, que se demoró casi medio siglo en llegar a los lectores que siempre mereció.

Los tiempos de la literatura son extraños, y más lo son los tiempos del reconocimiento. Quizá todo se explica con aquella lúcida frase de Nicanor Parra: “Primera condición de toda obra maestra: pasar inadvertida”. Y así ocurrió con Stoner, que fue publicada en 1965 y que recién tras la reedición que hizo la prestigiosa New York Review Books en 2006, empezó a captar la atención de críticos y lectores. Vinieron las traducciones —se volvió un imprescindible en Francia— y a fines de 2011 apareció en una pequeña editorial española. Fue cosa de semanas para que aparecieran un sinfín de reseñas entusiastas, que declaraban a Stoner como una obra maestra.

En Chile pudimos conseguir la novela poco después de que apareció gracias a que Sergio Parra —dueño de Metales Pesados— leyó la novela, se obsesionó y durante todos estos años no dejó de importarla a su librería. Él solo vendió más de 400 ejemplares. Y luego, otras librerías de Santiago se sumaron a su entusiasmo. Ahora, por fin, llega una edición que sí circula por más librerías, a cargo de la editorial argentina Fiordo. Y, entonces, el secreto de Stoner ha comenzado a difundirse por todos los medios posibles, y no sólo acá, sino también en Argentina, donde fue uno de los libros más vendidos de la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

¿Pero qué tiene Stoner que la convierte en una obra maestra? ¿Por qué conecta de forma tan especial con los lectores?

La historia de la novela es simple: es la vida de un hombre común y corriente, William Stoner, un profesor universitario que vive una serie de situaciones que toda persona vivirá a lo largo de su vida: las muertes de sus seres queridos, envidias, amores, desamores, traiciones, alegrías esporádicas, tristezas, la vida. Eso: Stoner es un pedazo de vida. Pero quizás habría que detenerse en un momento de la novela para comprender su valor, eso que la convierte en una obra maestra: William Stoner es muy joven, hijo de granjeros pobres, y va a estudiar agronomía a la universidad, más que nada para después hacerse cargo de la granja de sus padres y ayudarlos.

Pero en un momento de su vida universitaria toma un ramo de literatura y, entonces, todo cambia. El profesor lee el “Soneto 73” de William Shakespeare y le pregunta a Stoner qué significa ese soneto. Stoner intenta responder, pero no llega a ningún lado, y el profesor insiste: “El señor Shakespeare le habla a usted a través de tres siglos, señor Stoner. ¿Usted lo oye?”. Stoner no es capaz de decir nada, pero es en ese preciso momento cuando asistimos al momento más importante de su vida, cuando se tuerce su destino. Después de esa clase abandonará agronomía y estudiará literatura y su vida, entonces, será otra. Lo terrible, claro, es que su vida no será mejor, será una vida algo mediocre, con pequeños triunfos, con muchas tristezas: se casará, tendrá una hija, vivirá un infierno como profesor universitario, publicará su tesis, se enamorará, pero las cosas nunca resultarán como él alguna vez imaginó.

Hay muchas novelas y memorias en las que asistimos al momento en que la literatura cambia la vida de alguien, pero ese alguien casi siempre es un escritor. En el caso de Stoner no: es sólo un profesor universitario, es sólo un lector.

Todos somos o hemos sido, de alguna forma, William Stoner, y quizá ahí radica la belleza y la importancia de esta novela. Los libros te pueden salvar la vida, nos dice Williams, pero eso no significa, necesariamente, que sea para algo mejor.

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