Por Marisol García Abril 29, 2016

Es más o menos esperable que el testimonio público de una víctima de abuso infantil cause impacto, produzca un dolor colectivo, y le merezca a su emisor justificados aplausos por la valentía que supone compartir su historia. Pero con Instrumental. Memorias de música, medicina y locura, el libro superventas del pianista James Rhodes —recién traducido al castellano por editorial Blackie Books—, ha sucedido mucho más que eso. Es un texto crudo pero también gracioso; indignante pero esperanzador. Con más groserías que edificantes frases de autoayuda, al concluirse deja adheridos en el ánimo del lector sentimientos inesperados, uno no sabe bien si de compasión, admiración, perplejidad o qué. Se trata, además, de un experimento narrativo probablemente pionero: Rhodes acompaña el relato de sus infernales cuarenta años de vida —violación repetida en la niñez, drogas, vaivenes financieros, intento de suicidio, medicación forzada, afición a los cortes autoinfligidos; suma y sigue— con el paralelo de su devoción incondicional a la música clásica. Cada uno de los veinte capítulos del libro se inicia con la descripción de una grabación (las “Variaciones Goldberg” de Bach, por Glenn Gould; Brahms, según Herbert von Karajan; el segundo Concierto para piano de Prokofiev, por Evgeny Kissin; entre otras) que enseña con gracia las circunstancias de su creación y por qué a Rhodes le resulta importante. En parte, Instrumental es un homenaje agradecido a los compositores y pianistas que en algún momento fascinaron lo suficiente al autor como para creer que aferrarse a la vida podía tener un sentido. En su caso, la música fue un asunto de vida o muerte. Un profesor de su colegio en Londres llevaba meses violándolo en secreto (“el Everest del trauma”, según él) cuando, a los siete años de edad, Rhodes encontró un casete en el que escuchó la “Chacona en Re menor” de Bach en la transcripción para piano de Busoni. “No sabía qué mierda pasaba, pero no me podía mover […]. Tenía algo desgarrado dentro mío, pero eso lo reparó sin esfuerzo y de inmediato. Y supe que en eso iba a consistir mi vida. Música y más música […]. Y sé lo cliché que es esto, pero esa pieza se volvió mi refugio”.
Instrumental, el libro, ha cambiado por completo la vida de James Rhodes, quien durante una década abandonó la práctica del piano, la retomó luego entre incesantes crisis emocionales y psiquiátricas, publicó bien comentados discos, y alrededor de 2010 comenzó a tener cierta figuración en los medios por programas educativos sobre piano y composición para la BBC (“el Jamie Oliver de la música clásica”, llegaron a llamarlo, por su carisma y aspecto juvenil). Pero ha sido su decisión de hacer público su pasado de traumas lo que hizo cruzar su nombre más allá de los aficionados. Su libro tuvo una publicidad enorme incluso antes de su salida a tiendas, hace menos de un año, pues la primera esposa del pianista llevó hasta la Corte Suprema una demanda para impedir su publicación, bajo el argumento de que dañaría al hijo de ambos. Es como si su dolorosa historia hubiese tenido que enfrentar un obstáculo tras otro hasta poder salir a la luz. Pero Instrumental ha terminado por conjugar lo inesperado: autoterapia y éxito comercial, concientización pública y fama, la denuncia del agresor y la solidaridad con otras víctimas. “No son memorias sobre mi miseria. Es un libro sobre música, amor, infancia y cosas divertidas”, explica el pianista. Precisamente esa multitonalidad lo hace un libro incomparable.

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