Por Felipe Gálvez Abril 14, 2016

En la tierra de Hollywood, cuna de fantásticas producciones cinematográficas, no hubo quién imaginara un mejor guión para el final de esta película. Kobe Bryant, uno de los máximos exponentes del deporte mundial, cerraba una carrera de 20 años en la NBA con un partido de poca relevancia en el torneo, entre dos equipos sin opciones de avanzar a la postemporada. Lo único atractivo era ver por última vez en cancha a un jugador que desde sus inicios emuló a Michael Jordan, superando algunos de sus logros y acercándose bastante a otros, como esos 5 anillos de campeón que pusieron a Kobe solo un peldaño más abajo que “Su Majestad”.

Para los millones de fanáticos en el mundo, bastaba con ver a Bryant encestar por última vez o tal vez verlo jugar el mayor tiempo posible. Antes de este último partido, “Mamba” promediaba menos de 30 minutos por partido y anotaba no más de 17 puntos en cada juego. Ambas estadísticas reflejaban una triste verdad: tras cortarse el tendón de aquiles en 2013, Kobe nunca más fue el mismo. “¿Se supone que me recuperaré de esto y volveré a ser el mismo jugador con 35 años?”, escribió en aquella oportunidad en su Facebook, reflejando no solo impotencia, sino también la idea de que el fin se acercaba.

Intentó volver Kobe, porque su “mentalidad Mamba”, como él mismo la describía, determinaba que su vida era en todo momento una competencia. “Si me ven luchar con un oso, recen por el oso”, escribió también. No había posibilidad de bajar los brazos, menos de rendirse ni dar pie atrás. Esa forma de enfrentar la vida fue una de las razones por las cuales Los Ángeles Lakers, en 1996, fijó sus ojos en un prometedor joven de 17 años proveniente de Filadelfia que pasó directo del colegio a la NBA. Jerry West, mítico jugador y dirigente del equipo angelino (y sobre quien se cuenta está inspirado el logo de la NBA), lo vio jugar y pujó por él. En el sistema del draft de ese año, los Lakers no tenían la primera opción de elegir, por lo que una serie de negociaciones previas, derivaron en un intercambio entre el equipo de Los Ángeles y los Charlotte Hornets. Kobe jugaría sí o sí en los Lakers, y no volvería a cambiar de camiseta en toda su carrera, salvo por la variación de su número: los primeros tres anillos de campeón los ganó jugando con el “8”; los últimos dos, con el “24”, número que usó siempre en su colegio (hoy los Lakers evalúan retirar ambos).

20 años después, las lesiones nos privaron de seguir disfrutando de su talento. Él mismo Kobe terminó por entender que lo mejor era cerrar esta etapa. Con 37 años, más de 33 mil puntos anotados, y con un poema llamado “Querido baloncesto”, anunció su retiro. Desde entonces, sus ex compañeros, colegas y deportistas de otras disciplinas, y por cierto los fans de todo el mundo, se venían preparando para el adiós definitivo. La liga, que sabe muy bien cómo organizar una despedida, exhibió en cada partido de los Lakers videos que recordaban lo mejor de Kobe. Los equipos rivales hicieron lo propio, todos imaginando que un resumen de su trayectoria, o un clip con sus mejores jugadas, sería lo único que nos quedaría para darle el “hasta pronto”.

Kobe tenía otra idea. Lejos de emocionarse, abrazar a sus hijas o vivir el partido como si se tratara de un amistoso de los All Star, el múltiple campeón eligió para su último juego proyectar lo mejor de sí mismo. Kobe anoche fue el mismo jugador que ganó tres anillos entre 1999 y 2002. Lideró el ataque y tomó los tiros finales igual como hizo entre 2008 y 2010, cuando ganó otros dos títulos y fue elegido MVP (el jugador más valioso). Y pulverizó sus propios registros de 2015-16. Jugó 42 minutos y, como si fuera poco, anotó nada menos que 60 puntos ante Utah Jazz, marcando de paso dos nuevos récords: el de anoche fue el partido con más anotaciones de un solo jugador en esta temporada, y es el jugador que más puntos ha anotado en su partido de despedida.

No podía ser de otra manera. Kobe Bryant dice adiós al profesionalismo entregando lo mejor de sí hasta el último segundo, ganando un partido que no tenía importancia al lado del juego en que, a la misma hora, los Golden State Warriors lograban la mayor cantidad de victorias en una temporada. Los fanáticos de todo el mundo elegimos sintonizar el último adiós de Kobe, porque por última vez pudimos ver, en vivo, por qué Bryant es el más grande jugador de básquetbol que hemos visto en los últimos 20 años. Farewell, Kobe.

 

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