Por Marcela Aguilar, directora de la Escuela de Periodismo, Universidad Finis Terrae Febrero 12, 2016

Spotlight, la película basada en la investigación del Boston Globe que reveló la maquinaria de ocultamiento de los casos de pedofilia en esa ciudad, no sólo muestra lo que el buen periodismo puede lograr, sino también las innumerables maneras en que se puede quedar a medio camino. Porque ante la pregunta sobre por qué los medios no cubren ciertos temas, la primera y muchas veces única explicación que circula es que hay censura: los dueños de los medios o sus amigos presionan para que una noticia no se publique, y los periodistas —temerosos, vendidos— obedecemos. Sin embargo, cuando se mira de cerca, las situaciones suelen ser más complejas y responder no a una prohibición monolítica, sino a pequeñas decisiones que van desmoronando las noticias.

Los investigadores en comunicación llevan décadas estudiando —entre muchas otras cosas— las razones por las cuales un hecho es considerado noticia por un medio. Porque está claro que las “noticias” no vienen empaquetadas, tal cual, en la realidad: el acontecer es un continuo que nos envuelve y del cual sólo podemos dar cuenta si detectamos en él los quiebres o anomalías, la información nueva y relevante. Para que esto ocurra, el periodista debe ser capaz de distinguir este dato nuevo de lo que ya es sabido. Aquí hay una primera barrera, porque muchas veces esa cualidad no es evidente para el gatekeeper, el “portero” del medio de comunicación: la persona que atiende el teléfono cuando llega una denuncia, el que recibe el e-mail o la carta, el que hace la entrevista. Imagine todas las situaciones en las que este acto de filtrar puede salir mal: la llamada pasa a tono de espera indefinidamente, el e-mail se pierde, el periodista estaba trabajando en tres temas al mismo tiempo y no puso atención a éste, o puede estar convencido —él o su editor, que suele tener más años de experiencia— que ya no hay temas nuevos y que todo ya fue investigado y publicado alguna vez. Por cualquiera de estas razones la noticia se pierde o queda sepultada en una página interior, en una breve.

Pero supongamos que pasa esta etapa y llega a la mesa de discusión del medio. Aquí aparece otro concepto ampliamente estudiado, el del framing, es decir, el marco que le da sentido a la noticia. Todo lo que consumimos como información tiene un marco cultural y conceptual que influye en la manera en que entendemos esas noticias. Varias de las discusiones de los periodistas en Spotlight tienen que ver con este desafío: cómo contar la historia, cómo lograr que no parezca un hecho aislado, cómo dar cuenta de la falla sistémica. Obviamente que esto no pasa sólo por contar las cosas de cierta manera: mientras más se abre el foco, desde el caso particular al proceso global, más información se necesita.

Muchas veces, sin embargo, el periodista no tiene la posibilidad de hacer esa búsqueda. Ante los límites de tiempo —para investigar, para mostrar— la opción más viable es quedarse con la historia particular, lo que en sí mismo no es cuestionable: hay historias que son únicas y vale la pena contarlas como tales. Pero en el periodismo nos perdemos muchas oportunidades de abordar los temas grandes por el imperativo de contarlos pronto, de ser los primeros. Más todavía en el formato audiovisual, donde la necesidad de mostrar en imágenes a un protagonista concreto dificulta la entrega de información más global, y más abstracta. En esto la prensa escrita tiene, todavía, la ventaja del soporte, que aguanta el despliegue de cifras y referencias indispensables para reconstruir un fenómeno como el que relata Spotlight. Por supuesto que para lograrlo se requiere de gente dedicada y experta en la investigación periodística, y de una estructura que la respalde.

En Spotlight no hay héroes particulares y los periodistas debiéramos agradecerlo, porque precisamente en eso radica la honestidad de su relato: para que una gestión corrupta quede expuesta se necesita mucho más que un gesto aislado de valentía. Se necesitan pequeños cambios cotidianos en las rutinas periodísticas que le permitan a la realidad colarse, entre todas las improbabilidades, hasta el corazón de la sala de prensa.

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