Por Diego Zúñiga Febrero 12, 2016

Dicen que el 16 de abril de 1962, Bob Dylan se sentó en un café del mítico Greenwich Village, y en unos pocos minutos compuso una de sus canciones más importantes: “Blowin’ in the wind”. Fue así: se sentó, sacó su guitarra, lápiz, papel, y en un par de minutos ya estaban los acordes, las rimas y lo que iba a ser la letra de un himno generacional. “‘Blowin’ in the wind’ fue grabada durante la tercera sesión de grabación, entre las 14.30 y las 17.30, en apenas tres tomas. La última fue la que se incluyó en el álbum”, escriben Philippe Margotin (cronista de música) y Jean-Michel Guesdon (compositor e ingeniero de sonido) en un libro descomunal en el que han decidido contar la historia detrás de las casi 500 canciones que ha compuesto Bob Dylan a lo largo de su carrera: desde los temas que precedieron a su debut, Bob Dylan, hasta su último álbum, Shadows in the night.

Bob Dylan. Todas sus canciones (Blume) es una obra ambiciosa, llena de trivia, de datos para los dylanitas y también para aquellos que quizá recién están conociendo las canciones de un hombre que marcó la historia de la música del siglo XX.

El trabajo que hacen Margotin y Guesdon en este libro de lujo —lleno de fotografías y carátulas— es desquiciado: van recorriendo una por una cada canción que ha escrito Bob Dylan, los temas que componen sus 35 álbumes de estudio y también varios de los que desechó y que desembocaron en ese proyecto hermoso llamado The Bootleg Series, y nos cuentan la historia detrás de cada canción: desde su génesis hasta el momento mismo de la grabación, cuántas versiones se hicieron, su contexto, qué instrumentos se utilizaron, qué productores intervinieron y cómo Dylan grababa y grababa y grababa cada tema hasta dar con la versión correcta: a veces bastaba una toma, como con la bellísima “Don’t think twice, It’s all right”, y en otras ocasiones debía hacer más de quince, como en el caso de “Like a Rolling Stone”, o las muchas grabaciones que realizó hasta dar con el sonido perfecto para los más de once minutos de esa historia excepcional llamada “Desolation Row”.

Entremedio, acusaciones de plagio, influencias reconocidas y no reconocidas, la Guerra Fría, los amores perdidos, el folk, las guitarras eléctricas, las amistades peligrosas, la búsqueda de Dios y Dylan ahí, con un lápiz y un papel registrando la historia —pública y privada— del siglo XX sin aspavientos, componiendo canciones que muchas veces consiguen la intensidad de los mejores poemas escritos por sus contemporáneos.

Es cierto, Margotin y Guesdon no tienen el talento de un Greil Marcus para desentrañar el genio de Dylan —ni para escribir tan bien sobre su trabajo—, pero consiguen en este libro recopilar un material valioso y estimulante. Porque ocurre eso: comenzamos a leer Bob Dylan. Todas sus canciones, y lo que hacemos, inevitablemente, es revisitar los discos de Dylan, volver a disfrutar con su época dorada de los 60, regresar a ese disco doloroso e insuperable que es Blood on the tracks, sorprendernos nuevamente con lo que ha hecho en los últimos años —“Not dark yet”, grabada en enero de 1997, es una de sus canciones más conmovedoras— y detenernos en algunos temas que pueden deambular por ahí, en medio de muchos discos fallidos, quizás canciones abandonadas, pero que este libro nos entrega algunos detalles para escucharlas una vez más y maravillarnos con ellos, como la triste “Percy’s Song”, o la oscura y hermosa “Moonshiner”. Bob Dylan y la facilidad para escribir canciones: agarrar una guitarra, lápiz, papel y contarnos la historia secreta del mundo.

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