Por Sebastián Rivas Noviembre 27, 2015

No se sabe si el siete será el número de la suerte para Mauricio Macri, pero la certeza es que fue el escogido para uno de sus anuncios clave el pasado lunes, apenas unas horas después de ganar la segunda vuelta en Argentina y convertirse en el presidente electo de esa nación. El alcalde de Buenos Aires señaló en su primera conferencia de prensa que creará un nuevo gabinete económico con siete ministros, en que el líder será el titular de Hacienda y Finanzas, pero donde la idea será trabajar en equipo en áreas específicas.

La señal fue tan relevante como si hubiera anunciado el nombre de alguno de esos ministros. En vez de un “zar” de las finanzas, el paradigma más clásico de Argentina en las últimas décadas, la apuesta apuntaba a un juego en equipo.

Macri sabe que cada paso que dé está siendo observado, desde dentro y fuera del país, por dos corrientes completamente opuestas: los que ansían gestos que les permitan volver a confiar en el modelo económico argentino y los que temen que su llegada al poder implique el retorno a las políticas neoliberales que se convirtieron en el emblema de la crisis de 2001, la más dura en la era reciente trasandina. Bien lo resumió el Wall Street Journal, uno de los emblemas de la prensa económica mundial, cuyo titular del martes simplemente decía: “Macri enfrenta un duro camino hacia adelante”, remarcando las arcas fiscales escuálidas y la creciente inflación que enfrentará el mandatario.

Desde afuera, las dudas se vienen expresando hace años. No existe confianza en los datos macroeconómicos argentinos y constantemente se ha cuestionado la gestión en esa área. Un ejemplo: en octubre, el Fondo Monetario Internacional recomendó un “ajuste” para ese país y sus funcionarios dijeron que las tendencias económicas son “insostenibles”, anunciando una recesión para 2016.

El problema, por cierto, es que en Argentina instituciones como el FMI son vilipendiadas tras lo ocurrido en 2001, y los doce años de Néstor y Cristina Kirchner construyeron buena parte de su modelo sobre el repudio de las recomendaciones más ortodoxas. Aun cuando los economistas del entorno de Macri han señalado una y otra vez que ese modelo kirchnerista es insostenible, en menos de un mes se enfrentarán al problema en su cara: cómo hacer cambios sin quitar lo que una parte muy importante de la población ha visto como mejoras económicas.

A inicios de semana, The Economist saludaba la llegada de Macri al poder como una buena señal, pero también advertía que el camino no es nada de fácil: “Para que Argentina retome el camino del crecimiento, Macri necesita desmantelar los draconianos controles cambiarios y de intercambio comercial impuestos por Cristina Fernández”, señalaba. El Financial Times, en tanto, planteaba en términos más crudos que el nuevo mandatario debería optar entre “tratamiento de shock o cambio gradual”.

El ingeniero sabe la dificultad: por eso, si bien se comprometió a establecer una tasa de cambio del dólar y el peso con un modelo de bandas —dejando atrás los distintos valores que hoy confluyen en el mercado oficial y el informal—, agregó que lo haría “cuando haya un orden y realmente se generen las condiciones para volver a crecer y que vuelva la inversión”. Y ha marcado la “gradualidad” casi como un mantra en sus cuidadas intervenciones, más aún en la recta final, cuando su rival, Daniel Scioli, y el aparato kirchnerista anunciaban que con la elección del alcalde se acabarían los beneficios sociales que hoy alcanzan a una buena parte de los argentinos.

Pero la incertidumbre sobre qué significará exactamente eso es alta. Macri no tiene mayoría en el Congreso, y deberá negociar con la siempre dura oposición peronista para conseguir la aprobación de medidas como negociar el pago de la deuda externa con los llamados acreedores “buitres”, cuya presentación impide solicitar préstamos en el extranjero a tasas más convenientes. Al mismo tiempo, intenta mantener algunos de los lazos financieros estratégicos que le dieron oxígeno económico a Cristina. Una delegación de economistas viajará a China antes de que Macri asuma para conseguir la extensión y eventual ampliación de un préstamo que está cerca de vencer por alrededor de US$ 1.000 millones.

Sin embargo, el escollo más duro en este momento se llama Cristina Fernández. Y no es una afirmación sólo retórica: el martes en la noche, los medios argentinos difundían, sorprendidos, los detalles de la reunión de 17 minutos entre ella y Macri, que terminó sin ningún acuerdo en cuanto al traspaso de poder. Si el futuro presidente había anticipado el lunes que necesitaba “saber cuál es el estado real de las cuentas públicas” antes de avanzar en sus compromisos, un día después la claridad era que eso no ocurriría nunca antes del 10 de diciembre, la fecha comprometida para el cambio de mando.

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