Por Raúl Peñaranda, periodista boliviano y ex director de diario Página Siete Septiembre 24, 2015

Desde la guerra del Pacífico, Bolivia no había obtenido un triunfo diplomático y político con respecto a Chile como el que se generó este jueves con la lectura del fallo del Tribunal Internacional de Justicia, que rechazó el pedido chileno de declararse incompetente para analizar la demanda marítima boliviana.

En este largo período, de 130 años, el país intentó todas las vías posibles para lograr una solución a su mediterraneidad, incluidas demandas ante la Liga de las Naciones, una especie de antecesora del tribunal de La Haya, rechazadas por cuestiones de forma en los años 1920 y 1921.

Existiendo un Tratado firmado entre los dos países, desde 1904, el camino boliviano por lograr una solución solo podía darse con una negociación bilateral, se consideraba en Bolivia, aunque el país siempre intentó internacionalizar la demanda.

En ese marco, en 13 ocasiones, afirma el recuento oficial boliviano, Chile ofreció resolver el asunto y prometió que cedería una salida soberana al mar. Nunca concretó esas ofertas. Hasta que algún especialista boliviano se le ocurrió la idea más original presentada en décadas para intentar una solución: demandar a Chile apelando a los "actos unilaterales de los Estados", algo así como exigir que se cumpla la "palabra empeñada". Un Estado no puede prometer a otro algo sin que ello no tenga ningún efecto, es la idea de esta norma, rara vez usada en procesos internacionales, pero que tiene algunos antecedentes que, esperaba Bolivia, pudieran haber sentado jurisprudencia.

La estrategia acaba de tener una resonante victoria. Y el fallo es también perjudicial para la defensa chilena futura: ha establecido nada menos que el Tratado de 1904 no zanjó la mediterraneidad boliviana. El corazón de la argumentación de Chile ha sufrido una estocada posiblemente mortal.

El periodismo boliviano todavía no ha dado con la identidad del brillante experto que propuso este camino, quien merece que se le erija un monumento. Pero pronto se la conocerá.

Al margen de la agresividad verbal del presidente Morales, el gran artífice de este triunfo nacional, la demanda boliviana es minimalista, solo pide que Chile se siente a terminar de negociar alguno de los 13 ofrecimientos que hizo en un siglo. Solo negociar. Ni siquiera pide territorio, solo conversar, con la idea de que ese diálogo llevará a un buen puerto, nunca mejor dicho. Pero la respuesta chilena fue maximalista: "no cederemos ni un centímetro de Costa y jamás negociaremos soberanía". Como si no lo hubiera hecho 13 veces antes.

Por delante existe una etapa de un moroso juicio que, en caso de ganar Bolivia, solo dirá lo que menciono líneas arriba: que Chile debe negociar. Ni más, ni menos.

Ahora que se ha dado este primer fallo, tal vez Chile debería optar por el camino minimalista de Bolivia: aceptar reunirse al margen del proceso y ver si hay alguna solución posible. Por ejemplo, la cesión a Bolivia de una franja con continuidad territorial paralela a la línea de la Concordia, que implica un 1% del territorio que Bolivia perdió en la guerra, mediante canje territorial, suena totalmente razonable para cualquier dirigente político. Menos, lamentablemente, para los que están en el poder en Chile.

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