Por Robert Funk Mayo 2, 2013

Hace algunas semanas, el Partido Liberal de Canadá eligió un nuevo líder, Justin Trudeau. En el sistema parlamentario canadiense, los partidos con mayorías parlamentarias (absolutas o relativas) forman el gobierno, y el o la líder de dicho partido se convierte en primer ministro. Es así que en las próximas elecciones Justin Trudeau, de 41 años, podría convertirse en primer ministro de Canadá, siguiendo los pasos de su padre, Pierre, elegido por primera vez hace casi medio siglo, cuando bajo la influencia de una liberalización cultural,  un sentido de maduración nacional y la fuerza de su personalidad, el país se encontraba en una histeria nacional que la prensa tildó como Trudeaumanía. La prensa internacional también se encantó con las imágenes de Trudeau saliendo con Barbra Streisand o haciendo una pirueta detrás de la reina Isabel.

Justin nació cuando Pierre llevaba unos pocos años al mando del país. Elegido en 1968, Trudeau padre había sido ministro de Justicia en el gobierno liberal de Lester B. Pearson. En ese cargo, Trudeau implementó una importante reforma al sistema penal, que incluyó la legalización de la contracepción, el aborto y la homosexualidad. Fue durante ese debate que Trudeau pronunció una de sus frases más conocidas: “No hay lugar para el Estado en los dormitorios de la nación”.

Las raíces de liberalismo de Trudeau se evidencian en un discurso que dio como candidato en 1968, en el que utilizó las palabras de John Stuart Mill, “la sociedad justa”. Fuertemente influenciado por su lectura de filósofos políticos desde Mill hasta Maritain, por su formación jesuita más los estudios en Harvard y en la London School of Economics, Trudeau tenía la convicción que el garante de la libertad pasaba por la justicia social, y ésta, por la acción estatal. Garantizar, por ejemplo, que los ciudadanos tuvieran la oportunidad de disfrutar plenamente de sus libertades requeriría asegurar condiciones mínimas en materia de salud, a través de un amplio sistema sanitario público. Asegurar que los ciudadanos de Quebec pudiesen manifestar su identidad dentro de Canadá (y no como país independiente) implicaba que el Estado se encargara de construir un país enteramente bilingüe. La justicia implicaba la protección de los débiles a través de un estado fuerte. No es casualidad que en los mismos años John Rawls desarrollara una visión parecida de la justicia social.

El país que Trudeau hijo podría gobernar en un par de años más ya no es el país inocente y optimista de la Trudeaumanía. El liberalismo canadiense también ha cambiado. La tarea de hacerse cargo de los costos de las generosas políticas sociales de Trudeau cayó a otros gobiernos liberales en la década de los 90. El estatismo pasó de moda junto con Barbra Streisand. Desde 2006, gobierna el Partido Conservador, mientras que el Partido Liberal tiene serios problemas de financiamiento y ha sufrido de divisiones internas.

Sin embargo, la visión de Trudeau padre sigue siendo la visión predominante de la política canadiense.  La Constitución actual fue diseñada y firmada por Pierre Trudeau en 1982, e incluye una Carta de Derechos y Libertades. Para la mayoría de los canadienses, las ideas de multiculturalismo, tolerancia y apoyo a los más necesitados están en el ADN de su identidad. Tanto así, que en una encuesta publicada el 2012 en la que se preguntó qué significaba ser canadiense, un 95%  valoró el trato igualitario a hombres y mujeres; un 82% contestó que era importante aceptar a aquellos que eran distintos; un 65% veía el respeto hacia otras religiones como un valor del ciudadano canadiense.

El liberalismo de Trudeau es producto de su tiempo y de las experiencias personales del ex primer ministro. Pero sus raíces radican en el mismo lugar que el liberalismo chileno. Sus debates son los debates que surgen de vez en cuando en Chile: ¿hasta qué punto la libertad es garante, y no impedimento, de la igualdad? En las décadas que han pasado desde El ladrillo hemos borrado los límites entre liberalismo y neoliberalismo, y el liberalismo criollo les entregó la lucha por la justicia social a otras líneas de pensamiento. Pero, tanto Pierre como Justin demuestran que si bien las ideas pueden influenciar el destino de las personas, hay personas que influencian el destino de las ideas, y las hacen perdurar en el tiempo. Se buscan.

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