Por José Manuel Simián Octubre 22, 2010

Lo habían intentado activistas durante años; lo había prometido Obama durante su campaña y luego tratado de cumplir mediante un proyecto de ley que rechazó el Senado. Pero nadie se imaginó que quienes conseguirían pegarle un balazo aparentemente mortal a la política de "no digas, no preguntes" (Don't Ask, Don't Tell), que impide a homosexuales y bisexuales pertenecer al Ejército una vez conocida su orientación, serían los miembros de un grupo que se dice conservador.

El pasado 12 de octubre, una jueza federal emitió una prohibición de que el gobierno aplicara las polémicas normas. Poco antes había acogido una demanda de los llamados "Log Cabin Republicans", que promueven la agenda de las minorías sexuales dentro del Partido Republicano, asegurando inspirarse en los ideales de libertad e igualdad de Abraham Lincoln.

Tras seis años de litigio contra el gobierno, se declaraba que "Don't Ask" violaba los derechos al debido proceso y la libre expresión. La política había sido instaurada en 1993 por un reticente gobierno de Clinton, quien había prometido que acabaría con la discriminación a los homosexuales enlistados. Para algunos, era un avance respecto de la prohibición absoluta; para otros, Clinton había sido débil.

Con bastante hipocresía, el raciocinio del "Don't Ask" aseguraba ser más bien práctico: que no existía un derecho constitucional a pertenecer a las fuerzas armadas; que la vida militar se rige por reglas y condiciones ("espartanas, primitivas y de forzosa intimidad") distintas a las de la sociedad civil; y que la presencia de homosexuales entre los uniformados "crearía un riesgo inaceptable para los altos estándares de moral, orden, disciplina y cohesión de grupo".

Según las pruebas de los demandantes, en los siete años posteriores a la instauración de las nuevas normas, el número anual de soldados dados de baja llegó a duplicarse. Luego, entraron en juego las aventuras bélicas de George Bush en Afganistán e Irak, y entre 2002 y 2009, el número de expulsiones cayó a niveles sin precedentes. La razón es clara: con un Ejército que no tenía suficientes recursos para pelear dos guerras, los mandos medios comenzaron a no preocuparse tanto de hacia dónde apuntaban las barras y las estrellas de sus valientes soldados; la práctica demostraba que, a la hora de la verdad, la orientación sexual nada tenía que ver con la capacidad de defender a la patria.

Y he aquí cómo la política estadounidense suele parecerse a una película de Hollywood en que los viejos actores secundarios les roban la escena a los supuestos protagonistas: el jovencito Obama ordenando con pocas ganas que se apele el fallo, asegurando que revocará "Don't Ask" ordenadamente, mientras Bush, bufón consumado, da muestras de que puede lanzarse pasteles en la cara una y otra vez, y Clinton, que designó a la jueza que finalmente hizo realidad su promesa, sonríe como un cowboy viejo.

Y he aquí también que la forma en que se producen los cambios se asemeja a lo que muchos soldados ponen por estos días en sus perfiles de internet: "Es complicado".

*Periodista y abogado. Nueva York.

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