Por Paulette Conget* Octubre 8, 2010

El doctor Robert Edwards acaba de ser reconocido con el Premio Nobel de Medicina 2010 por el desarrollo de la fecundación in vitro. Las reacciones han sido diversas e incluso contrapuestas. Algunos consideran su trabajo un gran aporte porque ha permitido que numerosas parejas puedan tener hijos biológicos; otros, porque ha sentado las bases metodológicas para estudiar el desarrollo embrionario y porque sin él no habría sido posible generar animales de experimentación que reproducen enfermedades humanas y facilitan la comprensión de éstas.

Por su parte, los círculos más conservadores critican la decisión porque no están de acuerdo con que se separe la reproducción del acto conyugal y porque la fecundación in vitro es precursora de la clonación.

Es un hecho que el avance tecnológico realizado por Edwards no sólo tiene mérito científico, ya que ha permitido la generación de nuevo conocimiento (criterio indispensable para recibir el galardón entregado en Suecia), sino también mérito cultural puesto que ha propiciado una discusión en torno de la investigación.

En el mundo académico, la fecundación in vitro, sus alternativas y derivados (como por ejemplo, la transferencia de gametos a las trompas de Falopio o la inyección intracitoplasmática de espermatozoides) son temas clásicos de la bioética. Por su parte, problemáticas como la condición de las personas nacidas tras un procedimiento in vitro y su impacto sobre la sociedad mantienen ocupados a sicólogos, antropólogos y sociólogos. En el mundo no académico, las discusiones sobre la criopreservación de embriones y el destino de éstos han obligado a legisladores y políticos a informarse. Lo mismo han hecho los pacientes, que se ven enfrentados a muchos cuestionamientos antes de tomar la decisión de apoyarse en la tecnología para concebir un hijo.

Así, la fecundación in vitro ha sido una excelente excusa para que se establezcan discusiones acaloradas sobre ciencia, religión y emociones en entornos académicos, en los medios de comunicación y en la sobremesa.

Como el trabajo devela al trabajador, ésta es una oportunidad para destacar también las características personales del laureado; quien tenía una meta clara, estuvo atento a las oportunidades, reconoció que solo no podía alcanzar sus objetivos y, en consecuencia, se asoció con el doctor Patrick Steptoe, experto en la obtención de ovocitos. Además, Edwards no escatimó en rigurosidad, aprendió de los intentos fallidos y supo sobrellevar la desconfianza y pesimismo de sus colegas.

En consecuencia, este año el Premio Nobel recae en un investigador y una investigación que no ha dejado a nadie impertérrito porque, independiente del lugar que ocupemos en la sociedad, para cada uno de nosotros tiene significado y ha sido una invitación a aprender.

*PhD, directora Instituto de Ciencias Facultad de Medicina Clínica Alemana-Universidad del Desarrollo.

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