Por Juan Cristóbal Guarello Septiembre 24, 2010

Mirando al equipo Sub 17 de mujeres que fue al Mundial de la categoría realizado en Trinidad y Tobago, me encontré con una sensación inquietante y familiar: estas niñas son chilenas hasta la médula, aunque un poco menos dotadas técnicamente. Me explico, ese equipo dirigido por Ronnie Radonich tenía todas las virtudes y los defectos del fútbol local clásico.

Vamos por el lado bueno: era ordenado, trabajador, con destellos de calidad, insinuante, correctito.

Éste es el lado malo: débil físicamente, falto de agresividad, sin profundidad, con escaso ritmo y desoladores problemas de finiquito.

Podría ser la radiografía de demasiados equipos chilenos a través de un siglo de competencias internacionales. Lo llamativo es que son mujeres y niñas, y sin embargo en forma exacta repiten el patrón, el ADN marcado a fuego de nuestro balompié. El "se juega como se vive" de Azkargorta resultó indesmentible en este caso. Al final, las derrotas 2-1 contra las locales, 2-0 con Corea del Norte y 5-0 frente a Nigeria cerraron un torneo doloroso. De haber sido un equipo masculino, nosotros, la prensa, hubiéramos caído con todo sobre los jugadores y el entrenador. Como es un equipo femenino, bueno, "ya aprenderán", "lo importante es la experiencia", "las conclusiones son valiosas".

Algún avispado podrá decir que con Marcelo Bielsa los problemas antes mencionados (poca profundidad, escaso ritmo, malísimo finiquito) se han subsanado. Digamos, los hombres adultos ya no padecen estos males. El último Mundial en Sudáfrica genera unas cuantas dudas al respecto, por lo menos en la parte del finiquito: tres goles en cuatro partidos, dos de ellos de rebote y el restante producto de un cabezazo mal impactado. Al jugador chileno -lleve falda o pantalón-, siempre le ha costado concretar. El gol siempre ha sido un bien escaso y sólo algunas selecciones, saliéndose de la norma histórica, han podido plasmar en la red las ocasiones.

Por lo anterior, no se podía esperar que estas niñitas se descuadraran y, a contramano de nuestro ADN como ya está planteado, fueran un equipo profundo, goleador, vertiginoso.

El fútbol femenino en Chile ha tenido un explosivo crecimiento. Hay ligas desparramadas por todos lados. Perdón, hay ligas de "futbolito" desparramadas por todos lados. Y ese fútbol chiquitito, en cincuenta o sesenta metros, donde los piques son acotados y los partidos duran 25 por lado, difícilmente pueda aportar para competir internacionalmente. Antes, las mujeres no tocaban la pelota, después el fútbol femenino se transformó en un chascarro de semana mechona (como graciosamente contó Francisco Mouat en una columna en Don Balón, en 1992), al rato se armaron algunos equipos, más tarde hubo campeonatos y ligas, ahora tenemos selecciones y competimos afuera. Avanza, pero todavía estamos lejos, muy lejos de los mejores del mundo.

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