Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Septiembre 17, 2010

El 15 de septiembre se cumplieron dos años del hito que caracterizara a la crisis financiera global de fines de esta década: la bancarrota de Lehman Brothers. A pesar de recientes complicaciones en el sector financiero europeo, en ningún momento replican la sensación de estar al borde del abismo que se sintió esa semana de septiembre del 2008. Afortunadamente, el tiempo y la recuperación de los mercados han ido borrando los malos recuerdos. Sin embargo, también han tenido el indeseado efecto de suavizar los cambios regulatorios necesarios para que no repitamos nuevos Lehman en el futuro.

Si bien el desplome de los mercados financieros que se inició a comienzos del 2008 se explica por la confluencia de diversos factores -políticas monetarias expansivas que alimentaron una burbuja inmobiliaria, estándares crediticios laxos, incentivos desalineados del sector financiero-, muchos analistas apuntan a la debacle de Lehman como el incidente que llevó al contagio mundial.

Fundado en 1850, al momento de su quiebra Lehman estaba dentro de los cinco mayores bancos de inversión del mundo. A pesar de que el gobierno del entonces presidente George W. Bush ya había intervenido para rescatar a instituciones (como Bear Stearns y las agencias de crédito hipotecario Freddie Mac y Fannie Mae), la decisión de las autoridades norteamericanas de dejar caer a Lehman sigue siendo fuente de polémica.

En la caída del banco, conspiraron la necesidad de la Secretaría del Tesoro de enviar una señal de que no habría un rescate garantizado de las instituciones en problemas, junto con las deficiencias de una administración que prácticamente hasta el final negaba la delicada situación de Lehman y la significativa exposición al sector inmobiliario, cuya burbuja era reventada por el pinchazo de la deuda subprime o de menor calidad crediticia.

El entonces ultracompetitivo presidente de Lehman, Richard Fuld Jr., rechazaba aceptar el rescate que le ofrecían instituciones como Bank of America (que finalmente prefirió comprar otro banco de inversiones en problemas, Merrill Lynch, el día antes de la quiebra de Lehman), el Korea Development Bank o el magnate Warren Buffett, porque ninguna oferta hacía justicia a lo que él creía que la institución valía. Al día siguiente de anunciada la quiebra, ya con sus acciones y las del resto de los accionistas  sin valor, Fuld se tuvo que consolar vendiendo por pedazos partes de la firma a otras instituciones -como Barclays Capital-, incluyendo el emblemático edificio central, a cuadras de Times Square en Nueva York. Otros porcentajes de Lehman serían vendidos incluso a los mismos ejecutivos de algunas unidades, como es el caso del negocio de administración de fondos.

Después de dos años, el fantasma de Lehman parece seguir penando. Los administradores de la institución en quiebra aún tratan de concluir el proceso de reunir a más de 65 mil ex clientes de Lehman con muchos instrumentos que quedaron congelados en un número aún mayor de cuentas. A ellos se suma una fila interminable de acreedores que desean recuperar, al menos, una fracción de lo adeudado. A su vez, los administradores de la quiebra llevan dos años reclamando lo que les deben.

Fuld insiste que la caída de Lehman se debió a la conspiración de instituciones rivales. Así desconoce las cuestionadas prácticas que el banco de inversión utilizaba para contabilizar sus posiciones de derivados y su nivel de caja, con frecuencia, días antes de publicar sus resultados, con el consiguiente efecto de inducir a error a los inversionistas y reguladores. Las conclusiones del informe que solicitó la corte que ve la quiebra podrían terminar en acciones legales, que incluirían a los auditores del banco, e incluso penas de cárcel para los ejecutivos responsables.

Este aniversario también coincide con el reciente anuncio de cambios a la regulación bancaria mundial, conocidos como Acuerdos de Basilea III, en referencia al Banco Internacional de Liquidación, suerte de banco central global de los bancos centrales, con sede en esa ciudad suiza. Estos cambios, que se suman a la reforma financiera aprobada en EE.UU. en julio pasado, buscan imponer a los bancos un mayor nivel de capital y un uso más conservador de éste, de manera de poder hacer frente a pérdidas de las futuras crisis por venir. A pesar de los esfuerzos, hay muchas voces -algunas de destacados economistas- que cuestionan la efectividad de estas regulaciones, alegando que la poderosa industria bancaria impide reales reformas de fondo.

Así como la Gran Depresión del 29 llevó a cambios regulatorios -como la creación de la Reserva Federal y la separación de las actividades de banca comercial y banca de inversión-, es de esperar que estos cambios regulatorios permitan salir fortalecidos, al menos por un tiempo, antes de que veamos un nuevo desastre en los mercados financieros, donde otra institución le arrebate a Lehman el récord de la mayor quiebra de una entidad financiera en la historia. Hasta entonces, seguiremos recordando el aniversario de una negra semana para los mercados.

*Director Ejecutivo BlackRock.

Relacionados